“Ego vox clamantis in deserto”. (Soy la voz que clama en el desierto).
Reflexiones iniciales.
¿Para qué educar hoy? ¿Qué sentido tiene educar en una época de vacío espiritual generalizado y de espaldas de todo aquello que nos hace humanos? ¿Qué significa ser maestro en tiempos del nihilismo y la posmodernidad? ¿Es la educación reductible al simple desarrollo de habilidades y destrezas de pensamiento? ¿Existe algo promisorio en materia de educación, más allá del discurso educativo basado en competencias? ¿Tiene norte la educación actual? ¿Se ha convertido la educación en un rito vacío, lleno de interminables formalidades que en nada contribuyen a la formación del ser? ¿Qué educación resulta posible? ¿Por qué los maestros han desaparecido de las grandes discusiones académicas y pedagógicas? ¿Es posible formar una nueva generación de maestros con una perspectiva alternativa en materia de educación? ¿Es posible concebir al maestro de hoy como un intelectual de la educación? ¿Cuál es el sentido de ser maestros en la contemporaneidad? ¿Qué posibilidades tiene el magisterio colombiano de repensar la educación? ¿Qué contribuciones pueden hacer los maestros desde sus prácticas educativas y formativas orientadas a mejorar la convivencia? ¿Qué tan buenos lectores son los maestros de hoy? ¿Cuántos libros leen frecuentemente? ¿Sobre qué cosa escriben? ¿Qué cosa les angustian? ¿Viven con gran pasión su vocación magisterial? ¿Qué circunstancias determinan la crisis de maestros en la actualidad? ¿Encarnan algún ideal de vida los maestros hoy? ¿Cómo es la vida familiar y personal de los maestros; cómo es su mundo de la vida? ¿Cuál es el grado de salud mental, emocional y física de los actuales educadores? ¿Hay insania al interior del magisterio? ¿Hay corrupción en el magisterio nacional? ¿Cuáles son sus experiencias políticas? ¿Cómo viven sus cuerpos su experiencia de formadores? ¿Son los maestros personas felices que disfrutan de su oficio y vocación? ¿Cómo disfrutan sus ratos de ocio? ¿A pesar de todo, vale la pena seguir siendo maestro? ¿Es cierto que, la labor del maestro queda reducida a la ejecución de tareas rutinarias e instrumentales que niegan la posibilidad de desplegar su propia creatividad? ¿El actual modelo educativo estimula y potencia el autoconocimiento tanto de educadores como de estudiantes? ¿Cuál será el futuro de la educación, de los maestros y de las escuelas? ¿Qué significa educar para la vida? ¿La noción de competencias, cómo se articula con la categoría de conocimientos? ¿Qué impide que los maestros sean reconocidos y, sobre todo, respetados por la sociedad? ¿Qué podemos aprender de la tradición pedagógica tanto de Occidente como de Oriente, para reinventar la educación? ¿De qué crisis se habla cuando se habla de educación? ¿Qué es aquello que está en crisis? ¿Qué tan política es la práctica de la educación? ¿Es posible formar ciudadanos al margen de la política? ¿Qué es eso de la educación tradicional? ¿Qué es la escuela tradicional? ¿Cuándo nació, cuando expiró? ¿Qué ha pasado con el concepto de formación? ¿El concepto de formación ha sido desplazado por el de competencias? ¿Cómo se puede articular la dimensión estética y ética con la educación? ¿Son los maestros simples administradores de currículos? ¿Qué papel juegan los conocimientos en la formación de los estudiantes? ¿En el actual modelo educativo, es válida la disyuntiva entre competencias o conocimientos? ¿Hay adoctrinamiento en las escuelas? La actual pedagogía caracterizó a la educación tradicional como aquella que se limitaba a “transmitir conocimientos”, experiencia definida por Paulo Freire como educación bancaria. ¿Podemos afirmar, en consideración de lo anterior, que la nueva pedagogía “transmite competencias”? ¿Sólo es posible educar en el horizonte de la política? ¿Es posible educar más allá del horizonte de lo político? ¿Los maestros de hoy necesitan ser reeducados? ¿Hay maestros incultos? ¿Es la educación un simple reflejo de la economía, de las fuerzas del mercado? ¿Es la educación una experiencia de contracultura? ¿Quiénes son los grandes pensadores colombianos que reflexionan sobre educación? ¿Quiénes son los grandes maestros del mundo que piensan los complejos temas educativos? ¿Qué tan posible es la adopción de un modelo educativo propio y no una mera copia foránea del mismo? ¿Por qué tanto desprecio por las humanidades?
Testimonio de vida:
La experiencia de ser maestro se ha tornado en la actualidad un asunto de gran complejidad. Quienes pertenecemos al gremio de educadores padecemos, en nuestra cotidianidad, todo tipo de vicisitudes que dificultan la noble tarea de educar. ¿Qué ha fallado? ¿Por qué en las escuelas y en la sociedad en general, se tiene la percepción de que hemos perdido el sentido de la educación? Pero también de lo humano. ¿La muerte del hombre, como sucedáneo de la muerte de Dios?
Parece imponerse una extraña y misteriosa razón, una indiferencia generalizada que obstaculiza cualquier intento de cercanía, de encuentro, de apertura, de diálogo entre maestros y educandos. Es que, indudablemente, vivimos en un mundo sórdido, de distancias, exclusiones y separaciones.
Desde el momento mismo en el cual llegamos a la escuela, experimentamos el sumergirnos en un contexto bullicioso, potencialmente agresivo y en muchas ocasiones violento. Lo intempestivo nos abruma. Cada día se cierne sobre el maestro una lista interminable de tareas y exigencias, casi siempre de naturaleza burocrática, que terminan por negarle al educador un tiempo precioso de su necesaria libertad para desplegar todas sus capacidades como formador de niños y de jóvenes, quienes son víctimas al igual que sus maestros, de un sistema alienante que niega el sueño de la libertad de millares de seres humanos. Es el sujeto ausente del cual nos habla Massimo Borghessi, filósofo italiano, en una obra homónima cuyo contenido debería ser leído por todo maestro en la actualidad. ¿Por qué no se rebelan los maestros? ¿Por qué tanto malestar entre educadores? ¿Tiene entonces sentido la escuela de hoy, a pesar de sí misma? ¿Será que la escuela y los maestros estamos sumergidos en el horizonte de lo absurdo?
En este paisaje humano, descubrimos un escenario lleno de una variada gama de emociones y actitudes, algunas de ellas negativas que reflejan cuán sombría puede ser la condición humana; otras, nobles y sublimes que alientan la esperanza. En mi experiencia como maestro de escuela pública he vivido situaciones buenas y malas al interior de mi comunidad educativa. Sobre este asunto, deseo compartirlas porque pienso que refleja un sentir generalizado de quienes hoy ejercemos el oficio de ser educador. ¿Cuál es el sentido de ser maestro en tiempos de incertidumbre? ¿Acaso el encarnar la esperanza?
Estudié en la universidad pública y gradué como licenciado en educación con énfasis en Ciencias Sociales en el año de 1992. Reconozco que fueron pocos los buenos maestros que tuve. Pero esos pocos fueron suficientes para depositar en mi corazón esa pasión por educar y contribuir a formar a jóvenes con quienes habitualmente interactúo. He trabajado muy duro en instituciones educativas, tanto públicas como privadas, éstas últimas se distinguen habitualmente por ser altamente organizadas, disciplinadas y limpias. De ellas se aprende mucho y, sobre todo, a ser organizado en nuestras prácticas docentes.
Debo reconocer que la exigencia es mayor y existe una preocupación -casi obsesiva- por mostrar resultados en la aplicación de pruebas estandarizadas y avanzar en virtud de planes de mejoramiento. Pero, ¿En qué falla la escuela privada? Un aspecto que siempre me ha parecido problemático en ella es la ausencia de libertad de expresión: prácticamente en las instituciones educativas privadas difícilmente un maestro puede expresar en forma libre su manera de entender el universo educativo. ¡Cuidado con manifestar algún pensamiento crítico! Cuando hice uso de ese derecho, no me renovaron el contrato de trabajo. Mis palabras fueron escuchadas como incómodas ante los directivos… Allí se cumple lo afirmado por Nicolás Gómez Dávila, filósofo colombiano, en uno de sus escolios: “El diálogo sincero termina en pelotera”.
Sus vidas parecen transitar por una paralizante condición, por una especie de perturbadora inercia existencial. Vivimos una educación light tal como lo sostienen algunos pensadores, como G. Lipovetsky en una obra titulada De la ligereza: todo es efímero, banal, desechable, vacío.
Los procesos de control hacia la labor docente no sólo son una frecuente práctica al interior de las escuelas privadas; con los últimos cambios introducidos en educación, el sector oficial también ejerce una fuerte presión a sus maestros, del Estatuto 1278, y aplica un instrumento a su favor: este tiene que ver con la evaluación desempeño, experiencia que en muchísimas ocasiones es una formalidad que no refleja realmente el grado de compromiso y de vocación magisterial. Vigilar y castigar, en el mejor sentido de Michel Foucault.
Sobre este asunto, es decir, de la instrumentalización de la labor del maestro, vale la pena recordar los aportes a su comprensión en las investigaciones y trabajos de Alberto Martínez Boom, un prestigioso educador colombiano, que hizo parte de una de las más interesantes aventuras intelectuales y formativas del país en tiempos recientes: el Movimiento Pedagógico. Esta experiencia la lideró en su momento FECODE, siendo su Revista Educación y Cultura -publicada desde la década de los años 80´s del siglo pasado- su principal órgano de difusión de esas nuevas ideas.
Un movimiento que aglutinó a valientes maestros que investigaron sobre las prácticas pedagógicas, la historia de la educación en Colombia, y el significado de ser maestros en épocas de incertidumbre, de hegemonía del pensamiento neoliberal y de condición posmoderna, al decir de J. Lyotard.
Después de la convocatoria de un concurso docente, pude ser admitido como maestro del estado colombiano. Presenté un examen de competencias y lo aprobé. Tengo aproximadamente 19 años de estar nombrado y ejerzo la docencia en el municipio de Soledad de Colombia. Allí intento enseñar algo de Historia de Colombia y Filosofía. No es fácil enseñar disciplinas humanísticas en un mundo donde hay un arrogante predominio de lo técnico: todo se ha instrumentalizado, hay una especie de orden te
cnolátrico (la palabra no es originalmente mía, es del fallecido escritor Ernesto Sábato). Hay un repudio a los ideales ilustrados, se estigmatiza a la razón, se desprestigia lo intelectual y se cambia impunemente por lo banal, lo efímero, lo mediocre. Son otros los valores los que imperan en esta época de confusión; es el anuncio del nihilismo que tanto inspiró a F. Nietzsche escribir sus textos filosóficos.
Sobre la devaluación y crisis de lo intelectual -como una constante de nuestros tiempos- es un asunto que también ha interesado a los filósofos entre ellos Martín Heidegger, quien se refiere a este complejo asunto en sus escritos sobre la pregunta de la técnica. Vale la pena leer su conferencia Gelassenheit (Serenidad), donde distingue cómo el saber calculador se ha impuesto en nuestra época por encima del saber meditativo.
En Colombia, y haciendo eco de las ideas anteriores, Danilo Cruz Vélez, influido por el filósofo anterior, comenta en el último capítulo de su libro Tabula rasa, al que tituló “El ocaso de los intelectuales en la era de la técnica”, una serie de reflexiones que iluminan nuestra conciencia ante esta compleja problemática de la contemporaneidad. La figura del maestro, así como la del intelectual, como arquetipo de una persona sabia, culta, íntegra, hace rato que está desprestigiada.
En estos tiempos son otros los modelos que privilegia la sociedad que resultan más atractivos para la mayor parte de la población: modelos, personajes de la farándula, mediocres influencers o políticos inescrupulosos que acostumbran a dilapidar los bienes del estado. ¿Inversión de valores? Es comprensible entonces cómo algunos educadores de gran trayectoria en el universo magisterial, como es el caso del profesor Francisco Cajiao, insiste en la necesidad de la formación de un maestro culto, capaz de inspirar en sus condiscípulos ese fuego que despierta un generoso interés por el conocimiento.
Trabajo en una comunidad bastante pobre y deprimida socialmente, de niños y jóvenes que vienen -en su gran mayoría de familias disfuncionales- con retos grandes en materia de convivencia, como también para alcanzar un satisfactorio nivel de desarrollo intelectual y moral. En sus casas casi nunca hay libros o bibliotecas. La indiferencia de la mayoría de los estudiantes y de sus familias ante la misión de la escuela es, en verdad, perturbadora, desalentadora. Lo que más les gusta es que no haya clases y son contados los jóvenes que logran ascender, superando asertivamente ese medio sórdido, agresivo, violento, donde parece estar ausente la esperanza. Ejemplos admirables de resiliencia.
En un día de trabajo cualquiera los maestros de escuelas públicas nos enfrentamos a una gran incertidumbre. Hay momentos en que son tan frecuentes los conflictos en materia de convivencia escolar que ese factor interrumpe las clases, y los temas y experiencias de aprendizaje preparados por el maestro pasa a un segundo plano. Mi escuela tiene un local viejo y un diseño obsoleto que en nada estimula o hace atractivo el aprendizaje.
En alguna ocasión, con un grupo de estudiantes en una clase de historia de Colombia donde trabajaba el tema de la influencia del pensamiento ilustrado en la formación de una conciencia independentista en las élites criollas de lo que era el Nuevo Reino de Granada, invité a los estudiantes a pasar a un salón que está en mejores condiciones en el segundo piso: tiene aire acondicionado, hay conexión a la Web, audio y videobeam, elementos importantes para dar una buena clase. Sin embargo, ocurrieron situaciones de indisciplina que me indignaron de tal manera que tuve que cancelar el tema que había preparado.
Sin ethos, no es posible construir una comunidad de aprendizaje, ni educación para la libertad, al decir de Paulo Freire. Sin jóvenes que no quieran aprender es imposible hablar de procesos de formación de un pensamiento crítico que es uno de los objetivos sustanciales, de cuando uno toma un curso de Historia.
Es deplorable observar en muchos grupos humanos una incapacidad para escuchar. El filósofo coreano Byung Chul Han, en su texto, La expulsión de lo distinto, -publicado por Herder en 2017- a propósito del tema, afirma lo siguiente: “Hoy perdemos cada vez más la capacidad de escuchar. Lo que hace difícil escuchar es sobre todo la creciente focalización en el ego, el progresivo narcisismo de la sociedad”.
El ejemplo anterior nos obliga a repensar el tema de la disciplina. La filósofa española, Victoria Camps, en su libro titulado Creer en la educación. La asignatura pendiente, destaca la importancia de recuperar la disciplina y el esfuerzo individual como valores o virtudes para alcanzar una educación que contribuya a sacar lo mejor de cada uno de nosotros. Pero nada de eso se ve reflejado en las instituciones educativas… mucho menos en las escuelas públicas.
Parece entonces que a un elevado número de estudiantes no les interesa hacer un esfuerzo que les permita conjurar ese mundo de miseria, donde florecen todo tipo de carencias materiales y espirituales en que se encuentran inmersos. Sus vidas parecen transitar por una paralizante condición, por una especie de perturbadora inercia existencial. Vivimos una educación light tal como lo sostienen algunos pensadores, como G. Lipovetsky en una obra titulada De la ligereza: todo es efímero, banal, desechable, vacío.
Pero no los culpo ni se los reprocho a ellos. Soy consciente que hay grandes talentos y potencialidades creadoras en muchos jóvenes. Pero pienso que la sociedad adultocéntrica no supo configurar un sistema educativo inclusivo donde predominen virtudes y valores capaces de formar mejores seres humanos. Han fallado los políticos que jamás tuvieron una voluntad para jalonar una política pública que sea garante del derecho universal a la educación en estas latitudes. Esto es en verdad algo perturbador. Hemos fallados algunos maestros cuando no somos capaces de ser ejemplos de vida.
Pese a lo anterior, no todo en el ámbito educativo y pedagógico está perdido. Siempre he sostenido que la sublime labor de un maestro se encuentra situada en el horizonte de la esperanza que hace posible la formación de mejores seres humanos. De hecho, existe una fecunda tradición sobre el tema de la esperanza en la obra de autores de diferentes tradiciones filosóficas y humanísticas: Ernst Bloch (marxista); Paulo Freire (pedagogía liberadora); Byung Chul Han (esperanza como forma de vida) y, por supuesto, en el cristianismo con su mensaje de salvación también ofrece la posibilidad de la esperanza en el seguimiento de la figura de Jesucristo (Sal 9: 18; 14: 6; 39: 7) (Col 1:5).
En síntesis, a pesar de los complejos desafíos que se viven al interior de las escuelas e instituciones educativas y de las casi interminables exigencias que recae en los maestros vale la pena abrazar la esperanza como aquel horizonte de encuentro, de diálogo, de intercambio de ideas, reflexiones, de cultivo del pensamiento crítico, de ejercicio de la ciudadanía, del cuidado de sí mismo y de los demás, de tal manera que sea posible contribuir a la formación de personas autónomas y, sobre todo, libres.
Excelente maestro, un abrazo profe.
“¿A pesar de todo, vale la pena seguir siendo maestro?”. Este interrogante abierto es una ruptura a la discusión para fortalecer la esperanza de aquellos maestros con vocación. Apreciado maestro, este breve ensayo sobre la realidad educativa a nivel local, regional y nacional, es la preocupación de un sujeto consciente que expresa las angustias de un magisterio, a veces indiferente, a veces poco comprometido, otras veces sustentado en el ejercicio docente de hombres y mujeres, que se mantienen sólidos, y sin perder la esperanza, hacen que los procesos avances, así sea muy lento, sobre todo ante el poco apoyo estatal, que languidece, como aquellos ríos decrépitos y casi extinguidos que siguen su curso muertos en vida hacia un mar que les espera con los brazos abiertos en sus últimos días. Este es un texto que reconoce los errores en un ejercicio de autocrítica, pero que también expresa un alto grado de asertividad, que responde a ese interrogante que llamó mi atención. Vale la pena seguir siendo maestro a partir de un sujeto que no vea la docencia como un relleno, si no como ese espacio vocacional que le permitirá transitar por el camino del optimismo en el día a día y la esperanza, como esa visión de que nuestros estudiantes puedan superar la adversidad de la cual no son responsables. Buena reflexión.