Un día normal

Wensel Valegas

Hoy ha sido un día normal. Se parecerá, anticipándome, a los días en que el retiro voluntario sea una realidad. Así ha transcurrido este presente de hoy, como un instante fugaz, inaplazable y fortuito a la vez. Recuerdo la alegría de Benedetti, el poeta uruguayo, expresando su regocijo ante el tesoro de un día libre, de un tiempo a su total disposición. Así he amanecido en el día de hoy, alegre, con una sensación de bienestar, sin el asedio del horario riguroso del trabajo, y el estrés. Estoy solo en casa, imaginando el futuro de mi primer día de retiro de las obligaciones laborales, de los horarios agobiantes; libre de la ansiedad de los grupos de WhatsApp, de lo superficial, de la absurda importancia de lo banal.

He despertado con la frescura de los primeros días de marzo, en una mañana soleada, acompañada de una brisa suave. Medito en el balcón dejando vagar la mirada sobre los autos que cruzan las avenidas, llegando o saliendo de la ciudad, veloces, ruidosos. Los ciclistas en grupos regresan de sus madrugadas excursiones. Una taza de café humeante y la mirada perdida en la oscura sombra de los árboles, en el verde artificial de la naturaleza. Abajo, niños en la puerta del edificio esperan el transporte escolar en compañía de una doméstica o uno de los padres. La ciudad comienza a despertar. El canto matutino de los pájaros, para los que somos viejos, habita sólo en la memoria, quizás se fueron con sus trinos a otra parte, siguiendo a Nunca hacia el país de Nunca Jamás. Son un tesoro perdido para las nuevas generaciones cuyo consuelo serán los videos, las fotografías. El crecimiento desmedido de la ciudad desapareció los bosques y todavía no acaba.

Desayuno algo breve, pan, queso y café. Leo un poema de Neruda, Si tú me olvidas, y pruebo a escribir una historia de amor con ese mismo nombre. Un hombre que desciende de su ego, bajándose de su actitud patriarcal, permitiendo que fluya su sensibilidad, siempre andando en los versos del poema. Escribo cinco páginas, releo, reviso y las dejo en el horno, a fuego lento como hace Murakami, el escritor japonés, y otros también.

Todos esperan ver las ventajas posibles en sí mismo y las debilidades del otro. Estamos a un tiro de misil, a merced de la tecnología. No hay escapatoria para un intento de huida: por un lado, el hombre, que ha perdido la confianza es objeto de las fuerzas naturales, por el otro, están las fuerzas sociales.

Es mediodía y estoy solo. Ha muerto un familiar y mi esposa ha salido a dar el pésame. La muerte me deprime, ¿a quién no?, como una paradoja reviso un texto sobre el carnaval de antaño, leo y reescribo. Lo ajusto sin angustia, no hay prisa, está casi acabado, lo devuelvo al horno, en bajito. Me siento bien, pero no satisfecho todavía. El día ha valido la pena. Recuerdo que el país se convulsiona, los antagonismos afloran, hay una búsqueda obsesiva por el detalle en las acciones, los comportamientos, en las palabras. Los medios de comunicación agudizan sus canales, esperando la chiva. A veces, como en los grupos de WhatsApp, no deseo saber qué pasó. Leo un libro sobre el estoicismo, La Stoa, de Max Pohlenz, escribe el prólogo de Emilio Lledó, fue terminado en 1943 y publicado varios años después de la guerra. El libro abre su portada con un epígrafe: “A mis discípulos, a los vivos y a los muertos”. Triste dedicatoria. Retomo el libro de Yoko Ogawa, La formula preferida del profesor. Leo toda la tarde hasta que cae la oscuridad de los días previos a Semana Santa.

Divaga mi mente, despacio y serena, sin interrupción. El mundo evidencia la puesta a prueba del corazón del hombre en las guerras de las que somos espectadores lejanos, de las manifestaciones suscitadas en Grecia e Inglaterra. Hay un cansancio general, una fatiga que promete ser un último impulso, hay oposiciones ilógicas, mentiras que parecen verdades. Las alianzas se establecen entre países buscando sacar lo mejor; el mundo es un tablero de ajedrez donde cada líder mundial lo que menos busca es la paz. Todos esperan ver las ventajas posibles en sí mismo y las debilidades del otro. Estamos a un tiro de misil, a merced de la tecnología. No hay escapatoria para un intento de huida: por un lado, el hombre, que ha perdido la confianza es objeto de las fuerzas naturales, por el otro, están las fuerzas sociales.

Continúan mis divagaciones. Sentado en el balcón, pero mi mirada se dirige hacia dentro, ha sido como algo instintivo. Aunque mis ojos están abiertos, sólo veo la realidad muy dentro de mí, con los ojos de la mente. ¿Divago, alucino, imagino?

Sólo veo la muerte estúpida de Perseo, que intentó petrificar a su oponente, Cefeo padre de Andrómeda, utilizando la cabeza de la Medusa, pero se desconcierta, y sin saber que el anciano padre era ciego, vuelve la cabeza hacia sí y quedó como una piedra. Se cambia la escena y observo el regreso de Heracles, a su hogar, donde lo espera su amada Deyanira. Ha afrontado la adversidad que trajo consigo la aventura de los doce trabajos prodigiosos. Volvía imbatible y triunfante. Ansiosa lo espera su esposa, intranquila porque Heracles trae a una hermosa cautiva. Para retener el amor del héroe coloca una pócima en la túnica que había tejido para él. Contento el héroe se viste la túnica y empieza a abrasarse. Sin poder quitársela, Heracles desesperado y adolorido se arroja a una pira consumido por las llamas.

Pero también hay divagaciones amenas. En sus continuas andanzas, el Quijote, acompañado de su escudero Sancho, le señala a este los molinos de viento, considerándolos gigantes que hay que enfrentar. ¿Qué gigantes?, le pregunta Sancho. El Quijote le muestra los molinos de viento. Es divertida la escena de la racionalidad de Sancho en controversia con la resistencia del Quijote, que persiste con su espada destrozada por las aspas del molino, sin dejar de refunfuñar.

Llega la noche, también mi esposa. Me recrimina porque he comido poco, sólo agua y frutas. No he visto televisión en muchos días, ¿para qué?, se pregunta Herman Hesse, las noticias son las mismas todos los días, sólo cambian sus protagonistas. Mientras tanto, a lo lejos, diviso a Antígona, sirviéndole de lazarillo a un viejo decrepito y ciego, que negocia con los dioses el precio de la inmortalidad. Mañana volverá a ser un día anormal, monótono y aburrido.  

One thought on “Un día normal

  1. Hola Wensel. Qué sorpresa tan agradable saber que seguiste trabajando en el oficio de las letras.
    Acabo de leer tu texto por recomendación del amigo Dalit Escorcia.
    Me ha sorprendido sobremanera ver la pulcritud de tu escrito y la cadencia que de él fluye.
    Te felicito. Tienes ganado ya el Parnaso de las letras colombianas.. Cuándo sera ésto? No sé. Pero vá a ser.
    Un abrazo
    Ubaldina

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