Sabio y artista

Teobaldo Coronado

El niño no es un adulto pequeño. Es un ser humano total, incomparable. Pasa por diferentes etapas: desde lactante menor hasta adolescente. Sin embargo, mucho antes de concebirlo toda mujer lleva, ya, un niño dormido en lo profundo de su corazón.

En su menudo físico ostenta la estatura grande, singular, del sabio que anda en búsqueda permanente del conocimiento y la verdad. De allí, que la actitud normal del niño, ante la realidad, el mundo y cuanto le rodea, sea de interrogación, de asombro, de descubrimiento.

¿Por qué? es usual, repetitiva, pregunta que brota espontánea e ingenua de sus balbuceantes labios ante lo desconocido, lo que no entiende, lo maravilloso de la naturaleza y lo que encuentra en su entorno.

Exterioriza portentosa capacidad de admiración, impregnada de excitante y sana alegría que marca diferencia con la conformidad del adulto, de los ascendientes a su alrededor.

Un chiquillo jamás miente, es el más honesto y sincero de los seres humanos. Sin recato para comunicar la verdad, es inconsciente de las muchas veces que hace quedar mal a los suyos cuando le exigen decir cosas que no son, afirmar lo que no es.

No sabe de engaños ni traiciones. Carece de ideologías, creencias u opiniones; solo rinde culto a su divinidad materna o paterna, mayores soportes ante la aflicción y la desdicha. Fe ciega en los padres alimenta su innata creencia de lo que es, de su existir. Que, también son, únicos guías, en cada día que pasa.

Desorientado del ayer y del mañana vive el presente como único tiempo, un eterno hoy en el que solo caben juegos y amores embardunados de inmediatez e inocencia

Pensamos, insensatos, que los niños son insensibles, como si fueran neutrales en sentimientos; así los imaginamos ante circunstancias penosas como la enfermedad y el sufrimiento o en la situación dolorosa producida por la pérdida definitiva de un ser querido. Su compostura callada, displicente, tímida o inexpresiva la interpretamos de forma errónea pensando que la tristeza y el abatimiento de los otros no los conmueven. Sufren callados, inquisidor silencio, dando ejemplo de serenidad y temple, mientras los grandes muestran abatimiento y drama.

Actitud contraria asume para expresar regocijo o satisfacción en donde explota lo lindo de su verdadera personalidad con dulce risotada, estruendosa y tierna, tras piruetas incontenibles de su agitado cuerpecito.

El niño es artista por antonomasia. Tiene capacidad histriónica que revela en la maestría de sus diabluras, esparcimiento inteligente con otros niños, coqueteo mágico, divertido, que impone a la comunicación con personas de su aprecio.

Es un espectáculo gracioso y colorido la exhibición de acróbata y bailarín que despliega cada vez que se siente centro de los que, complacidos, lo ven.

Sus gestos, carcajadas, palabras y curiosa mirada son cautivantes.

Con el candor y encanto de sus gestos domina.

Con una sonora carcajada enciende el ambiente.

Con chispeante palabrerío manipula, obsecuente, a sus seguidores.

Su mirada inquieta, atrapa y embelesa.

Gestos y palabras, muchas veces, indescifrables, tiranos del sentimiento, del cariño de quienes los reciben. Estas dos expresiones son su gran fortaleza y poder.

Deseable sería pudiéramos conservar a lo largo de la existencia el simpático, pulcro e ingenuo talante infantil, que los avatares de la vida adulta hacen olvidar con la seguridad de que, solo, así logramos construir una familia en paz, una sociedad más solidaria y, sobre todo, llegar a ser buenas personas. Lejos del detestable egoísmo, que caracteriza el mundo que vivimos, condición negativa propia del niño, que indudable, no debemos copiar.

Por su bondad y pureza son los niños la más alta expresión de la humanidad. Del ser bueno que habita en cada uno de nosotros.

Foto: Cortesía.

ENTRAÑABLE AUSENCIA

Globos multicolores revolotean

por los recodos de la casa

No necesitan brisa fresca

Medio se levantan y flotan.

La algarabía que la sala alegra

no se siente, ni el vocerío delirante

pregonero de vida y de amor puro

resuena, algarabía angelical que añoro.

La ternura marchó, el encanto ocultó

La picardía alejó, mudez sonora se oye

pesada soledad llena todos los rincones,

Hasta el corazón de los que quedan.

Reina el silencio, el hastío manda,

tristeza impera si, los nietos míos,

no están, su risa bulliciosa no resuena

los juguetes desaparecen de la escena

Solo el recuerdo vive,

recóndita nostalgia aflora

Para no desfallecer impotentes

ante su entrañable ausencia.

Quedo con la dócil esperanza

De volver de nuevo a verlos

con sus rostros de gracia llenos

del alma sustento, de mis días aliento.

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