“No quiero explicar mi pasión, sino sencillamente exponerla”.
Annie Ernaux
Autobiografía o no, Annie Ernaux, escribe en una época donde la censura moralista le establece una presión que la remueve y le saca a flote el coraje de la rebeldía. A través de sus novelas, las voces que narran – que puede ser ella misma – es la voz de mujeres que callan y sufren. Prefieren ahogarse en la clandestinidad del sufrimiento, en la callada observación de una vida familiar traumática que la hace interrogarse, la angustia de decisiones reprobadas socialmente, la mezcla de realidad y ficción que tejen su vida y autobiografía, confundiendo al lector. He leído la novela de Annie Ernaux, Pura Pasión, que refleja la vida íntima de un amor al que se aferra una mujer madura por su joven amante. La pasión por la escritura le establece una suspensión del juicio moral. Deviene esto de las pasiones con que se asume la existencia en cualquier ámbito de la vida. Sin embargo, la censura social puede más y la autocensura inhibe cada uno de los actos.
La mujer narra su historia, mientras espera al hombre que le despierta una pasión. “No he hecho más que esperar a un hombre… esperando que me llamara y que viniera a verme” (Pág. 13). La espera le cuesta a la mujer, que se conforma: “pero si no hubiera tenido la costumbre de hacer estas cosas, me habría resultado imposible” (Pág.13), cosas que la ayudan a sobrellevar la ansiedad de la espera y reconocer en sus evocaciones, “todo mi comportamiento era artificial” (Pág.13), es decir, una desazón que la angustiaba. Tener en qué entretenerse la ayudaban a soportar la paciente espera por el hombre, recordándolo en sus actuaciones voluntarias: las lecturas del periódico del país de donde era oriundo. Arreglar su vanidad y exhibírsela a su llegada; escribirle cartas que no tenían respuestas; arreglar la habitación en que harían el amor; tomar nota en una libreta sobre qué decirle de interés cuando llegue de visita; alistar para la velada juntos, bebidas y comidas.
Las conversaciones con sus amigos no le interesaban, le eran indiferentes. El hombre, al que la mujer llama A, ocupa toda su atención, lo demás no importa. Ansiaba la plenitud de un ocio total, rechazando trabajos que pudiesen desviarla de su obsesiva pasión: Me parecía que tenía todo el derecho del mundo a oponerme a lo que me impedía entregarme sin límites a las sensaciones y…los relatos imaginarios de mi pasión (Pág. 40). Una obsesión en que reconocía el sesgo de su pasión: Todo mi horizonte se limita a la siguiente llamada telefónica para concertar una cita (Pág.15).
Pero, ¿quién era A? Era la voz que la hacía olvidar los celos y “recuperar repentinamente la cordura (Pág. 16). Era el hombre, anunciándose, prometiéndole una estadía larga o corta, aprovechando una oportunidad sin despertar la sospecha de su esposa. Era la espera fastidiosa anunciada, cuatro días antes, y el deseo, en ese lapso de tiempo, de hacer nada, solo esperarlo, angustiándole que surgiera un imprevisto y se cancelara la cita. Era el hombre de treinta y ocho años, cuyo parecido a Alain Delon se lo hicieron notar sus amigos. De aspecto juvenil, sin hijos. A era el instante al que vivía aferrada, con un terror inexplicable. Escuchaba su auto, la puerta abriéndose, los pasos llegando. Lo efímero del momento que la obligaba a despojarse del reloj antes que él llegará. Sin embargo, A, permanecía con el tiempo amarrado en su muñeca, miraba su reloj y también el de pared, sopesando el tiempo, sin advertir la observación de la mujer, su silencio y la elucubración de pensamientos: “dentro de una hora yo estaré aquí y él se habrá marchado de nuevo”. A es el hombre que viene y se va de su vida, porque pertenece a otros brazos, y ella es consciente de eso, pero su entusiasmo es relevante cuando es besada por el hombre, que cierra los ojos, y eso la alienta y anima, confirmando una frase de Grossman, en Vida y destino: cuando se aman se cierran los ojos al besar (Pág. 15).
“Me habría gustado conservar tal cual aquel desorden…(Pág.19). Pensaba la mujer cada vez que él se marchaba. Sentíase agotada con la partida del hombre, se paralizaba, observando las consecuencias del amor fugaz, como un vendaval, de esa pasión anhelada y desenfrenada que la poseía. El desorden acaecido era el testimonio gratificante de una espera que había valido la pena. Copas vacías, platos con restos de comida, un cenicero rebosante de colillas, ropas por en los pasillos, sabanas arrugadas, en desorden. Le gustaba ese desorden, quedándole, además, el regocijo de albergar en su interior el semen del hombre, conformándose con los restos de sus fluidos naturales, sin lavarse hasta el día siguiente.
Pero el tiempo fue implacable en esta relación. El capital del deseo, sentía la mujer que se agotaba, no porque se perdiera la intensidad, si no por el desencuentro a que los conducía el tiempo, su largura cada vez más espaciada. Mientras se mantenía en la espera angustiosa, dispuesta a recibirlo siempre, el hombre se distanciaba cada vez más.
El desorden acaecido era el testimonio gratificante de una espera que había valido la pena. Copas vacías, platos con restos de comida, un cenicero rebosante de colillas, ropas por en los pasillos, sabanas arrugadas, en desorden. Le gustaba ese desorden, quedándole, además, el regocijo de albergar en su interior el semen del hombre, conformándose con los restos de sus fluidos naturales, sin lavarse hasta el día siguiente.
En plena madurez, la mujer prefiere mantener esta relación en secreto, guardándola para sí. En sus confidencias con amigos, que se explayaban a contarle sus historias, lamenta algunas veces dejarse llevar por la euforia de la complicidad. Igual sucedía con sus hijos, a los que, debía telefonear para saber si venían a casa, y cuando estaban en ella, marcharse en cuanto A, anunciaba su llegada (Pág. 25). Era difícil mantener un secreto, que en el fondo ansiaba contarles a todos.
Dejó de lado la música clásica y prefirió las canciones sentimentales, considerando que esto era frecuente en las personas que amaban. De esa manera justificó su amor secreto: “Las canciones acompañaban y legitimaban lo que yo estaba viviendo”. Leía el horóscopo a ver que le decía; ansiaba ver la película japonesa, El imperio de los Sentidos, de Nagisa Oshima, director japonés, muy segura que este film contenía una historia como la suya. Su pasión era tal que la guiaba un sentimiento caritativo, dando limosnas en dinero, bajo la creencia y el convencimiento que A la llamaría esa misma noche. Llegó a prometer hasta doscientos francos – en su monologo – a la beneficencia, si el destino le traía el hombre antes de la fecha prevista.
“No quiero explicar mi pasión, sino sencillamente exponerla”, lo dice sin intención de ser un objeto de estudio del psicoanálisis, ni atribuirla a su vida reciente, ni a la cultura vivida en su infancia. Por eso insiste que los datos a tener en cuenta son el tiempo y la libertad (Pág. 31), de los que ha dispuesto y ha sido dueña desde su relación con A. Es consciente que el hombre que ama es un extraño, a esa conclusión llega, sabiendo su estado de hombre casado, de visitas imprevistas. De su discreción al no telefonearle, no escribirle, ni hacerle regalos; sólo le bastaba con estar disponible. Era la amante sumisa, cuidándole su reputación ante la esposa, borrando toda huella de sí misma de su ropa, evitándole marcas en la piel. Así evitaba el rencor naciera en él y la abandonara. Eludía los lugares comunes con la esposa y quedar al descubierto, no quería que la huella de la sospecha dejara entrever, “el lazo que nos unía”, se aferraba con cierta indulgencia.
No deseaba ver a su mujer para evitar sufrir, ni imaginárselo, haciéndole el amor. Sabe que él siempre tendrá a mano a su esposa. La llamada breve desde un teléfono público, que antecedía a una llamada más duradera desde otro teléfono; escucharlo pronunciar su nombre y sugerencia de una sugerencia, podemos vernos (Pág.37), era su anhelo en ese momento. Su obsesión la hacía imaginarse si él estaría viendo su mismo programa de televisión. La atormentaba ser ignorada por su mirada imaginaria en el Boulevard des Italiens, en París. Sin embargo, esa sensación de que él no estuviera pensando en ella, ni un segundo, era una idea obsesiva que la hace exclamar, ¿Cómo es posible? (Pág.39).
La mujer, como una cámara lúcida percibe y siente su pasión, gozándola y sufriéndola, sin esperar nada a cambio; su esperanza es momentánea, mientras tanto sólo espera. Es inútil buscar razones, le bastaba con que él le obsequiara su deseo. Era la certeza de la mujer madura, reconociendo con cierto desparpajo: la única verdad indiscutible se apreciaba mirando su sexo (Pág.34).
A pesar del goce de los encuentros deseados y el fantasma anticipado de una nueva ausencia y la carencia de no tenerlo para ella, le causaba una tensión dolorosa. Era consciente de las inminentes despedidas, sin promesas, sintetizando su experiencia, reconociendo que a pesar de todo: vivía el placer como un dolor futuro (Pág.45) Aun así, le asaltaba la idea de dejarlo, lo cual se convertía en un dilema. Sin embargo, lo añoraba en sus pensamientos, considerando la posibilidad que el hombre le dejase en su cuerpo una señal, habiéndolo somatizado en sí misma, como un bello trauma: Por lo menos me habría dejado eso (Pág. 52), fue la noche en que imaginó que podía someterse a la prueba del sida, y así tenerlo consigo, como un legado.
En la historia de Pura Pasión, la mujer, sumida en los recuerdos, escribe y describe el relato de su fogosidad. Una pasión sentida desde su cuerpo adolorido, sabiendo que no lo volverá a ver. Un dolor, embargándola en su totalidad, sin ubicación especifica: Me habría gustado arrancarme el dolor, pero lo tenía en todas partes (Pág.51) Aun así, en sus ambivalencias, imagina al hombre, lo sueña y desea, a medida que la ausencia amplía su brecha en el tiempo, y la espera se alarga y se vuelve incierta. Siente el vacío del hombre, de su voz extranjera y ausente, de su piel intocable. La mujer anónima sólo piensa en el texto vivido con lujuria, como una huella débil, y predice convencida, que este texto escrito – que el lector leerá algún día –, Pura Pasión, con el tiempo, nada significará, y el sosiego llegue de nuevo a su vida.