Mi ángel y los sueños de lucía

Tenía 7 años cuando tuve mi primera experiencia con la muerte, la del único abuelo que me pudo consentir, para experimentar la pechichona condición de nieto. Anselmo Coronado, se llamaba, calculo rondaba los 80 cuando le fue practicada una prostatectomía por un doctor de apellido Villalobos. Recuerdo, ya en casa, presentó un episodio diarreico severo que, a mi modo de ver, acabó con su vida. Cargado en hombros su ataúd, desde la casa, acompañado por una gran concurrencia fue llevado al Cementerio Calancala para darle cristiana sepultura. No existían las mercantilizadas funerarias de hoy en día. Tengo viva la angustia y desvelo de mi madre buena por la sanación del anciano y querido sabanalarguero, su suegro.

No creo haya tenido yo, en aquella ocasión, la ingenua ilusión, la milagrosa pretensión de Lucia, una de mis nietas, de también 7 años, cuando hablando con su mamá le comento sobre sus sueños:

  • “Mamá, le dijo, yo tengo solo dos sueños en la vida: Tener una mascota y que Ñeñé, mi abuelita, regrese del cielo. Estoy brava con Dios porque no me la quiere devolver”.

De lo que si estoy seguro es del inolvidable y afectuoso recuerdo que guardo por el padre de mi progenitor Francisco de Jesús Coronado Tesillo.

De todas las vivencias luctuosas, cercanas en el afecto, que he tenido a lo largo de mi existencia la más impactante, sin duda, ha sido la de la partida reciente de mi querida esposa Helena Yamile Arana Porto.

En estos días, cuando me preguntan ¿cómo te sientes o cómo estás? por cortesía o por costumbre respondo que bien, aunque por dentro mi alma llora a borbotones, sin consuelo. En ocasiones lágrimas escasas corren por mis mejillas cuando toca aceptar la dura realidad a los que todavía, un poco tardíos, se acercan a expresarme sus condolencias.

Es impresionante como tanta gente no lo cree y coinciden en exclamar “No puede ser, si ella se veía bien”. Y así es, Helena Yamile no mostraba en su rostro, ni en su actitud, la cronicidad de los males que finalmente produjeron su desenlace. Risueña y parlanchina iluminaba con su señorial presencia, su carismático modo de ser alegraba, daba animo a cuantos a ella se acercaban. Era amiga de sus amigas, de sus escasas allegadas. No fue una mujer de activa participación social, ajena a los avatares del mundo exterior fungió, eso sí, como hija magnánima, leal esposa, madre amorosa, abuela entrañable y servidora de todos, sin mirar a quien. Por la causa y honor de su familia no tenía limites, orgullosa pregonaba su paterna heredad libanesa.

Me conmueve el sueño de Lucia, mi nieta, convencida en su infantil inocencia que peleando con Dios va a conseguir que la abuelita, que la quiso y consintió, resucite a cocinarle la deliciosa sopa de lentejas que tanto le gustan o a festejarle sus locas maromas, piruetas y entaconados desfiles de moda. Artista en ciernes que es.

En la respuesta de la gente ante la noticia infausta de la dolorosa despedida de Helena y en el sueño rebelde de Lucia ante la ausencia de su mamá grande se retratan dos ejemplos de la “fase negativa” del duelo que describe la tanatología basada en la experiencia de la psiquiatra Elizabeth Kübler Ross, que ya mencionaba en anterior escrito.

Los hijos es la hora que no aceptan su orfandad materna y cuestionan, dolidos, el manejo médico y las circunstancias que produjeron el deceso de la autora de sus días. A lo mejor tengan algún sentimiento de “rechazo”, también descrito en la tanatología, por no estar presentes, residentes en el exterior, en los momentos iniciales del proceso de su madre enferma. Pensarán, deduzco yo, que a lo mejor si ellos hubieran estado aquí, otra seria la historia. Diría que su lamento es muy normal, expresión sincera del profundo amor que guardan por su ser más querido.

Soy consciente, “acepto”, que el dolor presente en mí, consecuencia de su partida definitiva, es intratable, no desaparecerá, no lo podré superar con el tiempo. Nada ni nadie logrará borrarlo de mi mente y de mi corazón; siempre la extrañaré porque mi amor hacia ella no acaba, ni acabará, antes, por el contrario, el infinito vacío existencial que siento por no tenerla a mi lado reafirma mi sempiterna creencia de que, definitivamente, Helena Yamile fue y es la gran mujer de mi vida: antes, ahora y después, hasta el fin de mis días.

Muy distinto es el sentimiento de frustración, de la pena que me embarga por la nueva vida que ahora enfrento sin su compañía. El sufrimiento que tengo por quedar solo, ese sí, para poder superarlo es mi problema. Por cuenta, ahora, de mí mismo, de mi capacidad de resistencia, de la lucha que tengo que librar para continuar adelante con ganas, porque la vida sigue, a pesar de todo. La consigna es aprovechar al máximo los contados días que me quedan.  La vida es buena, hay que deleitarse en ella, hasta que los bríos lo permitan. Gran bendición, en este momento crucial por el que estoy pasando, la alegría, magia y dulzura de mis encantadores nietos. Son ellos los que, como ningún otro, motivan a no desfallecer, impulsan a no perder el ánimo.

Se me ocurre pensar que el mejor homenaje que puedo tributar a la memoria de mi amantísima esposa, a su valentía, a su coraje de todas las horas, es la de no rendirme ante la adversidad, ante la tenaz y mortificante soledad del nido por los dos construido. Toca continuar, seguir su ejemplo, tal cual ella lo hacía, cuidando y manteniendo resplandeciente el templo sagrado del hogar, el “potosí”, que durante más de cinco décadas fue refugio propicio para nuestro unión y albergue de los hijos que, gracias sean dadas a Dios, allí florecieron.

Pido a la divina providencia fortaleza suficiente para resolver las circunstancias nuevas que han de presentarse, la indispensable sabiduría que ilumine las decisiones a tomar y la fe suficiente para creer que si puedo.  No obstante, el peso de los años, sortear la tristeza, la soledad y la dependencia de la diligente e inteligente ama de casa: esposa, compañera y madre que colmaba las expectativas todas de mi vida. Seguro estoy de que el poder de su espíritu me acompañará como un ángel guardián que no abandona, cuida los pasos y protegerá al hombre que ella en vida consideró el amor de sus amores.

¡Sursum corda! Arriba los corazones

Solo

Basta que no respondas y calles

En un largo silencio…taciturna

Para que se me desbarate la vida

a pedazos, mientras el tiempo pasa.

La aurora se niega a los fulgores,

matinal rocío emana, a borbotones,

cual lánguidas lágrimas de pesares

de mis ojos afligidos e insomnes

Transcurren nubladas las horas del día

Cuando el sol se esconde sin oficio

Y la faena cumplo sin pasión, sin bríos

En rudo letargo que a mi cuerpo aplasta

Mudez sonora, la grisácea tarde entona

Sin Baladas ni boleros en el crepúsculo;

Desesperado, perdido, sin rumbo, deambulo

al son de recóndito lamento que al alma amarga

Sin tu voz la noche llega huérfana de encanto

Las estrellas palidecen, si por ti pregunto

Solo, con mi corazón y el pecho enjuto

Quedo, cuando tu palabra no escucho.

One thought on “Mi ángel y los sueños de lucía

  1. Un bello homenaje a los seres queridos, que partieron a la casa del padre, el mejor remedio es recordarlos y agradecer al señor por haber compartido con ellos.

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