“Cómo vas a saber. querido amigo qué es la vida si nunca has jugado un partido de fútbol”. Rezaba poética frase de un comercial de televisión durante el mundial de futbol, Brasil 2014. Viene a mi mente este eslogan tras la performance que tiene a los colombianos expectantes ante la espectacular hazaña que en estos días cumplen en las finales del futbol europeo el guajiro Luis Diaz (Liverpool – Inglaterra), Rafael Santos Borre (Eintracht – Frankfurt), Luis Sinisterra (Feyenoord – Rotterdam) y Alfredo Morelos (Rangers – Escocia).
Considero, viejo fanático, sin exageración alguna, la sentencia surgida de la pasión que generaba, en su momento, el evento carioca.
Lo mágico del futbol. Así, la palabra movimiento traduce el significado biológico de vida como milagro: “El milagro es la vida, lo natural es la muerte”; movimiento es enunciado que, también, define el poder de hermandad que tiene el fútbol con su magia y encanto. A raíz del reciente fallecimiento de un grande de este deporte, Fredy Rincón, escuchamos al Pibe Valderrama, conmovido decir, breve, en su estilo, que “Fredy era su hermano”.El milagro de la vida y lo mágico del fútbol se conjugan, maravillosos, para encumbrar la existencia humana en valioso patrimonio que debemos celebrar, gozar y cuidar, aquí y ahora.

Goool. Tierna estampa de nuestra cotidianidad es la de un niño, titubeante, en búsqueda de una pelota. La prudencia indica debemos detener la marcha cada vez se nos atraviesa una que rueda y presumir que, detrás de ella, lo más seguro corra un inquieto chico que no hemos visto.
Tal pareciera, nacemos con un juguete esferoidal incrustado en nuestro subconsciente. Obsesión natural que va desde globos multicolores y canicas (bolas de uñita) hasta distintas formas habidas y por haber de elementos redondeados, de los cuales el balón de fútbol es el ícono más popular.
Goooool, es posible, sea de los primeros vocablos que pronuncian nuestros hijos y nietos. “¡Goooool de Junior, tu papá!”, grita bulliciosa Lucia, mi nieta de apenas cuatro añitos, en cuanto corre y patea su bola policromada en el césped de su casa californiana.
El fútbol provoca un delirio que contagia, asombroso, a casi ocho mil millones de habitantes que pueblan el planeta tierra domingos y todos los días. Su acontecer palpita en el fanático, “jugador número 12”, que asiste, multitudinario, a los estadios. Igual, en cada aficionado que, por la televisión, en estaderos, plazuelas y parques, en aglomeración enardecida, vive atento a los 25 personajes que protagonizan fascinante espectáculo en la verdosa cancha.
El balompié es deporte que, en una u otra forma, a todos involucra como experiencia existencial, como un vivir la vida, de tal forma que una personalidad insensible al orgasmo eufórico de un golazo se considera de condición patológica. Anormal.
Si cuántos hemos jugueteado con una bola e’ trapo, experimentamos gozo infinito al ejercitarlo, rico frenesí al hacer un driblin o una patada goleadora; qué pensar de los que tienen el privilegio de ejercerlo como profesión y vivenciarlo en la mayor fiesta que existe sobre el planeta: un Mundial de Fútbol. Imaginar podríamos la apoteosis que disfrutan, la dicha que les da ser protagonista del acontecimiento que, como ninguno, ocupa la atención entusiasta de la mayoría de los habitantes que pueblan el globo terráqueo.
El balompié es deporte que, en una u otra forma, a todos involucra como experiencia existencial, como un vivir la vida, de tal forma que una personalidad insensible al orgasmo eufórico de un golazo se considera de condición patológica. Anormal.
Felicidad y sufrimiento. El gol es acontecimiento colindante con dos situaciones límites de la condición humana: la felicidad y el sufrimiento.
Felicidad inmensa nos produce el equipo de nuestros amores cuando gana, lo mismo, profundo sufrimiento la derrota cuando pierde. Felicidad y derrota que, la historia señala, han llegado a convertirse en locura colectiva que incontenible, tantas veces, ha alcanzado dimensiones lamentables de dolor y tragedia como las vividas en fecha reciente en la ciudad de Santa Marta en un partido entre el Junior y el Unión Magdalena. Cierto es, en la vida es necesario saber perder al igual que saber ganar. El lema del olimpismo proclama que: “Lo importante no es ganar sino competir”.

“Mens sana in corpore sano”. El deporte, en general, en su proyección psicológica más honda es formidable catalizador de la agresividad, de la violencia, que pervive en nuestros instintos animales por encima, muchas veces, de nuestra inteligente naturaleza racional. De allí el proverbial eslogan: “Mens sana in corpore sano”. Cuando golpeamos la pelota con la raqueta, bate, palo de golf o un puntapié liberamos, inconscientes, por su efecto catártico los impulsos violentos. Catarsis que, sin duda, purifica nuestra mente, da tranquilidad a nuestro espíritu, colma el alma de paz y, obvio, provee consiguiente vigor a nuestro organismo. La práctica del deporte la asimilo al mejor y más nutritivo suplemento alimenticio para el logro de una buena salud. Ninguna dieta o compuesto vitamínico lo supera.
El futbolista. Un futbolista cabal, similar a cualquier atleta, es ejemplo de vida a imitar. Además de “buen futbolista” debe reunir las condiciones de un “futbolista bueno”, es decir, ser buena persona.
Buen futbolista es el practicante que, por su trabajo físico, disciplina, consagración y técnica en el manejo del esférico logra, además de bienestar económico y fama, la admiración de sus seguidores. Sin embargo, la historia enseña cómo prodigiosos jugadores han perdido en la dura cancha de la vida personal porque su comportamiento ha estado salpicado por el vicio o escándalos que desdicen en demasía de sus virtudes morales: del futbolista bueno. Tienen que juntarse las dos condiciones del “buen futbolista” más el “futbolista bueno” para hacer realidad el ídolo paradigmático que las multitudes admiran y niños y jóvenes sueñan imitar. Edson Arantes Do Nascimento, es tal vez, excelso exponente de este modelo singular; por algo es considerado rey, el Rey Pelé.
CONCLUSIÓN
En fin, a través del fútbol nos conciliamos como especie humana, sin distingos. La solidaridad, que nos dignifica en sentido colectivo como humanidad, alcanza por su poder aglutinante máxima expresión en la celebración pacífica y alegre de cada partido al abandonar las tribunas de un estadio. Para expresar, vencedores y vencidos, la auténtica manifestación de lo que es la gente civilizada, lejos, muy lejos de la barbarie, de la violencia.
Llenan de mucha ilusión los futbolistas colombianos que, dignamente, nos representan en el exterior como para no perder la fe en una selección Colombia que nos haga soñar en un futuro promisorio, después de no haber clasificado al mundial de futbol a celebrase este año en Catar.
“Somos uno solo, un solo amor, una sola vida. Un solo mundo, una sola noche, un solo lugar. Es tu mundo, es mi mundo, es el mundo de hoy”. Es hermosa estrofa del himno del mundial 2014 que vale la pena recordar.