Liderazgo ético – político

Introducción

El común de la gente da a la ética el mismo significado que tiene de la moral y viceversa. No tiene clara distinción sobre estos dos términos.

En su origen etimológico, ambos vocablos enuncian la misma idea. El ethos de los griegos como el mos-moris de los latinos expresan el modo de ser, el carácter, costumbres que determinan el comportamiento bueno de las personas.                                         

En estricto sentido filosófico se puede definir la ética como la ciencia o rama de la filosofía que estudia la moral, de allí que la ética sea denominada, también, filosofía moral. La moral, en cambio, es el conjunto de normas o reglas de conducta que a partir del concepto de lo bueno determinan el correcto comportamiento del ser humano en sociedad. Tras el acatamiento a estas normas el hombre cumple según Kant el “deber de perfeccionarse a sí mismo y el deber de procurar la felicidad de los demás”.De tal manera quela ética y la moral tienen como único depositario al ser humano en su condición de persona, de sujeto racional.

Cultura ética

Han sido muchos los intentos académicos e institucionales para irradiar una conciencia o, por lo menos, un conocimiento sobre la ética. Una cultura ética. Como estudio convencional o en su puntual sentido de ciencia en las distintas esferas de la actividad humana.

Currículo académico que se respete la incluye obligatoria en su programa. Cada vez más se impone la creación de comités, comisiones, y tribunales de ética como estrategia para consolidar el aprendizaje y cumplimiento de los códigos morales. Sin embargo, la ética no aparece, no se sienten sus saludables efectos. Con todo y los esfuerzos que se hacen para impulsarla, promoverla y enseñarla no logra impregnar la rutina diaria de nuestros actos, ni públicos ni privados. Lo peor, el ejemplo de los hombres buenos no cunde.

A la ética la observo encasillada en la abstracta especulación filosófica de salones y conversatorios universitarios. La contemplo un adorno dialectico que utilizan, apasionados, intelectuales, académicos, científicos y pseudopolíticos(politiqueros) para proyectar así suficiencia, petulancia y una dudosa honestidad.

No obstante, tanto proselitismo, no se vislumbra asomo alguno de los nobles postulados éticos en una sociedad que, arrogante, se proclama moderna y civilizada. El necesario cambio que permita pensar, con optimismo, que en verdad estamos mejorando en las relaciones interpersonales, en el comportamiento ciudadano. Es vergonzoso, por ejemplo, lo que se alcanza a observar, por estos días, en redes sociales; el trato que se dan simpatizantes de uno y otro bando en la actual contienda electoral. Por hilar demasiado alto en el cuestionamiento ético, en el juzgamiento ético de los candidatos, seres humanos que son, pasamos por encima del más noble y básico de los preceptos morales: el respeto.

Respeto. Ante la ausencia de una mínima noción de respeto las personas con sus creencias, ideas, opiniones y la vida humana en su integridad quedan por fuera de los imperativos éticos de justicia y solidaridad; su aplicación no tiene cabida, pierden su sentido protector de la condición humana, para dar paso a un enfrentamiento pendenciero, violento.

La aptitud y actitud de “respeto” es lección que se adquiere desde la dulce y transparente ingenuidad del niño que todo lo ve y observa. Forjado en el ambiente propicio y sano de un hogar virtuoso bajo la guía irremplazable de unos padres buenos y amorosos. Reafirmado, luego, con el esfuerzo propio y una voluntad recia e inquebrantable. Es, en este entorno natural, ejemplarizante, no hay otro mejor, en donde la acción moral rica en honestidad y respeto, impulsadora de lo correcto, sienta bases para una ética pragmática, en verdad renovadora de las costumbres.

A la ética la observo encasillada en la abstracta especulación filosófica de salones y conversatorios universitarios. La contemplo un adorno dialectico que utilizan, apasionados, intelectuales, académicos, científicos y pseudopolíticos(politiqueros) para proyectar así suficiencia, petulancia y una dudosa honestidad.

Crisis de valores. Es recurrente invocar la “crisis de valores” para señalar el deterioro de las “sanas costumbres”, reflejada, primordialmente, en la falta de respeto en las distintas esferas del conglomerado social.  El debido respeto asociado al sentido de responsabilidad son claves para la valoración ética de la conducta humana. A partir de la ausencia de las dos diagnosticar, de manera fácil, que la causa de esta crisis se da por la carencia de auténticos líderes, es decir, de líderes morales que, con el ejemplo de su vida, sean dignos de imitar y seguir por parte de la comunidad.

Corrupción. Toca reconocer, con suma preocupación y pena, que esta crisis de los valores toco fondo en nuestro país. Los ciudadanos más privilegiados de la sociedad, por la alta investidura de sus funciones, han caído a niveles detestables de inmoralidad por su ambición de poder, fama o dinero.

La corrupción impregna estamentos de la organización no estatal y estatal; sin duda, su más grave expresión la encontramos en el estamento judicial que como promotor y sostén de la justicia, debería permanecer impoluto para garantizar el orden institucional, la supervivencia del Estado. En la Ética Nicomáquea Aristóteles sostiene que “la virtud más necesaria para la conservación del mundo es la virtud de la justicia”, la considera “suma de todas las virtudes, la virtud completa” afirma.

Crisis de la ética

 Si la crisis es consecuencia de la carencia de valores morales es evidente que estamos ante un grave deterioro de la ética. Por consiguiente, deducir que el desbarajuste general del ordenamiento social es trasunto fiel de la “crisis de la ética”.

Crisis ética que podemos identificar, sin dificultad alguna, en el oprobioso fenómeno de la corrupción cuyas consecuencias son demoledoras, tan destructoras que tienen en entredicho la estructura de nuestra organización político social. Es un síndrome caracterizado por un relativismo moral en donde todo vale igual, es lo mismo ser honrado que marrullero, honesto que embustero, cínico que decente. De esta deplorable situación somos conscientes todos y coparticipes todos por acción o por omisión. Es lapidaria la frase de Martín Luther King: “Para que triunfe el mal solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada”.

Apoyado en este diagnóstico puedo afirmar que la crisis es obvio resultado de una escasez de liderazgo ético, más allá del liderazgo político, en los diferentes estamentos de la sociedad.

“Una sociedad que se comporta políticamente ante los aspectos morales, jamás podrá hacer la corrupción a un lado. La corrupción existe donde el bien y el mal pasan de ser un asunto filosófico a uno de opinión”. Así lo indica el periodista y escritor mexicano Maruan Soto Antaki

Liderazgo ético. El liderazgo ético indispensable para superar la crisis, más que una técnica importada, una soberbia pose intelectual o un discurso muy bonito sobre la importancia de los valores, está marcado por un estado de ánimo, por una fuerza espiritual, por un carácter firme comprometido con el logro de la excelencia a través de una existencia rica en virtudes. Capaz de arrastrar, dirigir y orientar a los otros en el cumplimiento de sus particulares compromisos por la razón libre y poderosa de sus propias convicciones, en un contexto de país libre y democrático.

El líder político que Colombia necesita debe ser un forjador admirable de nuevos lideres, auténticos lideres morales que lo acompañen en su misión patriótica como gobernante: carismático, transformador, que contagia, que entusiasma con su sola presencia. Un desinteresado servidor de la gente, ejemplo vivo de honorabilidad que enseña a SER con la catedra permanente de su humildad y desprendimiento; que al mismo tiempo promueve un HACER con su decidida capacidad de lucha, de trabajo, no se rinde ante la ingratitud, la deslealtad y la crítica perversa. Una persona integra, transparente que suscita en quienes lo rodean un impulso hacia metas mejores, ganas de cambiar, de renovación, de transitar nuevos y mejores caminos en la búsqueda de respuestas exitosas a sus necesidades mediante la compenetración espiritual, colectiva, de los unos para los otros, mediante un nosotros de la participación y la solidaridad.

Conclusión

Estamos ante una decisiva encrucijada ética proyectada a la actual coyuntura política que vive el país ad-portas de unas elecciones presidenciales que han de sellar su venturoso o infausto futuro. Que amerita ser liderada por un colombiano iluminado, diáfano, ejemplar, que irradie esperanza y con la garra suficiente para derrotar el pesimismo colectivo, la desmoralización social que hoy embarga a nuestra nación. Un verdadero estadista que no sea seguidor del crónico y gastado “Continuismo” de adentro ni, tampoco, del fracasado y anacrónico “continuismo” que nos quieren imponer de afuera.  Con el primero corremos el riesgo de continuar la era violenta y corrupta que por años hemos padecido y con el segundo que resulte “peor el remedio que la enfermedad”; la historia reciente de los países que lo han puesto en práctica es evidente.

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