El culto comienza a las 9 de la mañana de este domingo 20 de noviembre. Me refiero al culto inaugural de la ceremonia que congrega cantidad nunca vista de fieles en el mundo, 8 billones. Gianni Infantino oficia como sumo pontífice, de la FIFA, presidirá en el estadio “Al Bayt”, de la ciudad de Jor, imponente ritual en que se rinde tributo, más que veneración es adoración, al dios futbol y su símbolo magno al denominado “Al Rihla”, balón oficial de este torneo.
Escuché exclamar, molesta, esta mañana en una entidad de salud, Colsanitas, a una señora cuando comentaba a otra a su lado. “Anda niña, imagínate, desde el domingo, ¡Que jartera! todo será Catar para arriba y Catar para abajo, puro futbol.
Anda mija si, y que gracia tiene este campeonato si ni siquiera Colombia va a jugar.
Viejo fanático del futbol, al oírlas, sentí una especie de lastima o pesar que hizo recordar aquella poética frase que se hizo popular en el mundial de Brasil 2014, el gran mundial de James Rodríguez y su golazo a lo Roberto Carlos el estelar brasilero del Real Madrid.
“Cómo vas a saber querido amigo qué es la vida si nunca has jugado un partido de fútbol”. Y no es expresión exagerada surgida de la pasión que desencadena un Mundial de futbol como el que ahora vamos a tener la suerte de contemplar en la comodidad de nuestros hogares, por TV, desde el Estado árabe de Catar.
Así, la palabra movimiento evoca el significado biológico de vida como milagro: “El milagro es la vida, la muerte es lo natural”; movilidad es enunciado que define el poder de movimiento que tiene el fútbol con su magia y encanto. El milagro de la vida y lo mágico del fútbol se conjugan maravillosos para encumbrar la existencia humana en valioso patrimonio que debemos celebrar, gozar y cuidar, aquí y ahora.
Tierna estampa de nuestra cotidianidad es la de un niño con paso titubeante en búsqueda de una pelota. La prudencia indica debemos detener la marcha cada vez se nos atraviesa una que rueda, presumiendo que detrás de ella, lo más seguro, corra un chico que no hemos visto.
Tal pareciera, nacemos con un juguete esferoidal incrustado en nuestro subconsciente. Obsesión natural que va desde globos multicolores y canicas hasta distintas formas habidas y por haber de elementos redondeados, de los cuales el balón de fútbol es el ícono más popular de todos.
Goooool, es posible, sea de los primeros vocablos que pronuncian nuestros hijos y nietos.
“¡Goooool de Junior, tu papá!” grita bulliciosa Lucía, mi nieta de apenas cuatro añitos, en cuanto patea su bola policromada al traspasar el arco de la cancha ubicada en el césped de su casa californiana.
El fútbol es pasión que contagia asombroso a más de ocho mil millones de habitantes, que pueblan la tierra, domingos y todos los días. Su acontecer palpita en el fanático, “jugador número 12”, que asiste multitudinario a los estadios donde se practica con fervor cuasi religioso.
“El milagro es la vida, la muerte es lo natural”; movilidad es enunciado que define el poder de movimiento que tiene el fútbol con su magia y encanto. El milagro de la vida y lo mágico del fútbol se conjugan maravillosos para encumbrar la existencia humana en valioso patrimonio que debemos celebrar, gozar y cuidar, aquí y ahora.
Igual, en cada aficionado que, por la televisión o en estaderos, plazuelas y parques, en aglomeración enardecida celebra la multicolor fiesta que amenizan 25 personajes, protagonistas de un espectáculo que fascina a las multitudes como ninguno.
Si cuántos hemos jugueteado tras una bola e’ trapo, experimentamos gozo infinito al ejercitarlo, sentir la vida al hacer un driblin o una patada goleadora; los que tienen el privilegio de ejercerlo como profesión y vivenciarlo en la mayor fiesta que existe sobre el planeta: un Mundial de Fútbol, imaginar podríamos, disfrutan la apoteosis que da la dicha de ser protagonista del acontecimiento que, por fortuna, ocupa la atención entusiasta de la mayoría de terrícolas cuando otros escenarios, por el contrario, en vez de alegría producen terror y tristeza.
De esta forma el balompié es deporte que a todos involucra como experiencia existencial. Tanto, que una personalidad insensible al orgasmo eufórico de un golazo se considera de condición patológica. Anormal.
El gol es acontecimiento colindante con dos situaciones límites de la condición humana: la felicidad y el sufrimiento.
Felicidad inmensa nos produce el equipo de nuestros amores cuando gana. Profundo sufrimiento la derrota cuando pierde. Felicidad y derrota que, la historia señala, han llegado a convertirse en delirio colectivo que, incontenible, ha alcanzado dimensiones lamentables de dolor y tragedia.
Cierto es, en la vida es necesario saber perder al igual que saber ganar. El lema del olimpismo proclama que: “Lo importante no es ganar sino competir”.
El deporte, en general, en su proyección psicológica más honda es gran catalizador de la agresividad y violencia que pervive en nuestros instintos animales por encima, tantas veces, de la racional naturaleza. De allí el proverbial eslogan: “Mens sana in corpore sano”. Cuando golpeamos la pelota con la raqueta, bate, palo de golf o un puntapié liberamos, inconscientes, impulsos violentos que con su efecto catártico purifican la mente, dan tranquilidad al espíritu, llenan el alma de paz y dan consiguiente vigor a nuestro organismo, fortalece las defensas. El deporte es el mejor y mayor soporte alimenticio para la salud. Ninguna dieta o suplemento vitamínico lo supera.
Un futbolista cabal, similar a cualquier atleta, es ejemplo de vida a imitar. Además de buen futbolista debe reunir las condiciones de un futbolista bueno, es decir, ser buena persona. Buen futbolista es el deportista que, por su trabajo físico, disciplina, consagración y técnica en el manejo del esférico logra alta competitividad que, a la postre, trae consigo bienestar económico y fama.
La experiencia, sin embargo, enseña cómo prodigiosos jugadores han perdido en la cancha definitiva de la vida porque su comportamiento personal ha estado salpicado por el vicio o escándalos que desdicen en demasía de sus virtudes morales: del futbolista bueno. Tienen que juntarse las dos condiciones: la del buen futbolista más el futbolista bueno para hacer realidad el ídolo paradigmático que la sociedad admira y cualquier joven sueña con emular. Edson Arantes Do Nascimento, es tal vez, excelso exponente de este modelo singular; por algo es considerado rey, el Rey Pelé.
En fin, a través del fútbol nos conciliamos como especie humana sin distingos. La solidaridad que nos dignifica en sentido colectivo como humanidad alcanza, por su poder aglutinante, máxima expresión en la celebración cada cuatro años de su magno evento. Para festejar sin distingos de raza, idioma, política o nacionalidad la auténtica manifestación de lo que es la vida civilizada, lejos, muy lejos, de la barbarie de la guerra.
Estamos mejor juntos… pregona el Himno del Mundial de futbol 2022, en correspondencia, si se quiere, con la sentencia del libro del Eclesiastés de que “La unión hace la fuerza”
“Sabes que estamos mejor juntos
No quiero esperar para siempre
El momento es ahora o nunca
Pero cada viaje es mejor
Cuando tienes el amor de tu lado”.