Inobasol, reconocimiento y gratitud

Wensel Valegas

Inobasol, sagrado manantial. / La esperanza del hombre de Soledad,

Con orgullo y valor soy de ti, / tus entrañas me dan amor total.

Himno Inobasol

Detrás de esa palabra comprimida hay una historia que no tiene sentido para el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Una palabra perdida en el anonimato. Sin embargo, INOBASOL, la recuerdan quienes la han vivido a plenitud; añorada por aquellos que, a la manera de Proust, son tocados por la nostalgia de la infancia y la juventud; se desea, porque cada mañana es el punto de encuentro para hacer amistades y rescatarlas cuando se han perdido. INOBASOL es pasado, presente y futuro de generaciones que la habitaron, la viven y continúan su transición en un camino incierto, sin perder las esperanzas y el optimismo. Considero a Inobasol como un viejo amigo y compañero de viaje que siempre espera mi regreso.

Es una casa vieja que un día fue joven y vigorosa, que sin importarle la indiferencia de muchos y haber “sido usada” con pretextos de modernización se mantiene con el mismo espíritu alegre e imperturbable, contagiado por las innumerables voces y presencias. Como estudiante viví en esta escuela todo el año 1971, siendo rector, Orlando De La Hoz, donde cursé primero de bachillerato, hoy sexto grado. Recuerdo al INOBASOL con una de sus primeros nombres, CODESOL, y apenas seis aulas abarrotadas con más de cuarenta estudiantes, en las jornadas matinales y vespertinas, hacinados en la estrechez sudorosa de la alegría y el desorden juvenil. Unos se tomaron la educación con seriedad profunda, visionando oportunidades futuras a largo plazo como algo novedoso, en un municipio y departamento el Atlántico con carencias profundas; otros derrocharon su inteligencia y dieron impresión de haber perdido el rumbo y la ilusión, prefiriendo quedarse anclados en el pasado, arraigados en sus propias tradiciones, hasta donde les permitía la esperanza.

INOBASOL, años más tarde, se convirtió en el escenario laboral que acogió desde el inicio de mi vida magisterial. Seguía siendo la misma casa, que aprovechaba su área reducida, en un ejercicio mágico de ampliación, para brindar más aulas de clases a una población soledeña en creciente explosión demográfica. Los ventanales de madera y vidrio; la campana medieval, que anunciaba las horas de clase, que un día se desprendió de lo alto sin que nada grave aconteciera, solo el susto del estudiante que tiró de la cuerda y el estrépito del metal contra el suelo, rompiendo el silencio monástico de la mañana. La ubicación de la puerta de entrada; la casita vieja del celador, que se creía propietario, dentro de la escuela, con su familia a bordo. Los cambios obedecieron a las señales de la modernización que se avecinaba: inseguridad en el entorno, la percepción extraña del sonido del timbre a quienes estábamos acostumbrados a los campanazos reiterativos y la ampliación evidente y necesaria del universo escolar. El área de la escuela seguía – y sigue siendo la misma – en ese gesto solidario de usufructuarle espacios al espacio existente en un ejercicio de magia y creatividad.

Ante la plaza existente – padezco de una memoria anclada en la Soledad de mi infancia y juventud – la iglesia es compañía física y espiritual del INOBASOL, con los campanazos anunciando los días alegres y festivos, y los tañidos lentos y prolongados divulgando la muerte de alguien, contagiándonos de tristeza la cotidianidad escolar. Se quedaron solas las dos. El Teatro Olimpia, como breve manifestación cultural sucumbió al imperativo de la televisión, regresándonos al atraso y alienación del Homo Videns, desapareciendo la experiencia cultural del séptimo arte. Los Billares Santa Elena, escenario de espacio de juego y esparcimiento de los habitantes, los arrasó la civilización del cemento, sepultando el asombro de los parroquianos, las miradas impávidas de los campesinos y el golpe de las bolas en las mesas de billar y buchacara. Costumbres parroquiales que jamás le importó a la castrante invención del “progreso”.

Desapareció por arte de magia la historia, que representaban los viejos cañones, marrones y rugosos, sobre los que afirmé mis sueños infantiles de jinete, después de cabalgar sobre la móvil dureza de un palo de escoba; y la estatua de Bolívar, blandiendo su espada con su lucidez ambivalente de centauro, indomable o bondadoso, como si emergiera de las montañas de Tesalia, región de la Grecia antigua. Los amores fugaces en el pequeño parque se los llevó el olvido, ante la indiferente mirada del Palacio Municipal.

INOBASOL se quedó solo en compañía de la iglesia sometida al escarnio del sofisma de la restauración, a la condena de las puertas cerradas que impiden al peregrino sentir el halo de quietud y soledad en momentos de angustia. Mientras al templo de Dios se le cae la piel a pedazos, la escuela festeja la vida cada mañana con las voces alegres, los saludos y el entusiasmo de los estudiantes. Mientras la iglesia, en su función de filtro aduanero, es la encargada del tránsito de las almas, en medio del dolor de la familia, Inobasol, ejerce su función de amor a la vida, promoviendo la ciencia y la cultura. Mientras el templo eleva su mirada hasta donde le permite su estatura, contemplando la vida espiritual, nuestra escuela resiste y se hace flexible al tiempo, acogiendo la desmesura de la explosión demográfica.

INOBASOL ha sido una luz ante la oscura indiferencia sometida. Resiste y persiste; no se arredra, emerge como con su mirada estoica, plena y consciente. Ante las adversidades afrontadas, por negligencia y abandono estatal, la escuela se automotiva con su voz interior en la que confluyen multiculturalidad de voces: egresados que vivieron los desengaños de la política y evocan con nostalgia los padecimientos que los afirman en su existencia, desconfiados y críticos; padres de familia que confiaron en las promesas, pero el escepticismo les hizo madurar y comprender los dilemas vividos en la institución educativa. Maestros que sucumbieron en su desempeño con honor a la ardua tarea magisterial; directivos, en su mayoría, impotentes a veces, que naufragaron en su gestión a falta de los gobiernos de turno. Toda una comunidad educativa reunida en una sola voz que reconoce la paciente labor de los maestros en un escenario físico con limitaciones ante la objetividad de una ley que desconoce y exhibe su indiferencia a las carencias surgidas con los nuevos retos de la educación pública y el desarrollo humano integral.

Dos experiencias que ya nadie recuerda en la historia del INOBASOL, pero los sobrevivientes del engaño, coincidimos con Arendt en que, “nadie ha dudado jamás con respecto al hecho de que la verdad y la política no se llevan demasiado bien, y nadie, que yo sepa, ha colocado la veracidad entre las virtudes políticas”.


Ibíd. pág. 15

Años después, en mi memoria, merodea esta frase de Arendt, sobre la mentira política: “Las mentiras resultan a menudo mucho más verosímiles, más atractivas para la razón, que la realidad, porque quien miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia desea o espera oír”. Traigo a colación esta afirmación que se ajusta con pertinencia a la historia acontecida en el Inobasol. Una vez, un alcalde nos visitó con la promesa de construir la Nueva Sede de nuestra institución Inobasol. En la sala de profesores desplegó una maqueta que respondía visualmente a todas las preguntas y un discurso que atinó pleno en el entusiasmo del colectivo docente. Su exposición de motivos nos persuadió, eso era lo que queríamos escuchar. El tiempo demostró el engaño en la historia del Inobasol y el nombre del burgomaestre quedó como una nota anónima en nuestra historia íntima, o bien en el PEI, o en la memoria de los que sobrevivimos a la farsa y la ilusión de una utopía.

Años después, un gobernador del departamento del Atlántico, que, además, fue vicepresidente de Colombia, colocó en dos ocasiones “la primera piedra” en medio de alharacas, bombos y platillos, en un predio aledaño a la Institución Educativa Luis R. Caparroso, frente a la Carrera 13 de junio. Toda la comunidad educativa se volcó a la zona señalada y hora convenida con el ánimo de ser testigos de un ritual recurrente, con mucho entusiasmo y optimismo. Dos experiencias que ya nadie recuerda en la historia del INOBASOL, pero los sobrevivientes del engaño, coincidimos con Arendt en que, “nadie ha dudado jamás con respecto al hecho de que la verdad y la política no se llevan demasiado bien, y nadie, que yo sepa, ha colocado la veracidad entre las virtudes políticas”.

Inobasol en medio de su longevidad restaurada, casi finalizando el primer cuarto del siglo XXI, está obligado a repensar los grandes desafíos de la globalización y ofertar un servicio de calidad. Hay una conciencia inobasolista en torno a los tiempos difíciles de incertidumbre en las redes sociales incontrolables, los estímulos distractores de la sociedad de consumo en la conciencia ingenua de la comunidad educativa, la falta de recursos digitales ante situaciones imprevistas, el compromiso de la familia, la oferta curricular y su pertinencia en la vocación académico – profesional, humanística y recreativa. Inobasol posee una capacidad resiliente, sustentada con el apoyo del profesorado y la gestión administrativa, para hacerse visible ante una Secretaría de Educación, que acompañe en los años venideros.

A diario regreso a esta, mi tierra natal, Soledad.  De vuelta a un INOBASOL del que he sido testigo de sus luchas, sus carencias, aciertos y desaciertos. Es el regreso a la casa de acogida que llevo conmigo desde el día que inicié el ejercicio profesional. El sendero que redescubro a diario, con añoranzas y nostalgias, en busca de las huellas y pasos perdidos de la infancia ingenua y feliz, que me hacen sentir como el errante Ulises de vuelta a Ítaca, después de viajar por rumbos inciertos, superando los inesperados lestrigones; los obstáculos a vencer. El mío, es un regreso cotidiano a mi Soledad, a mi casa paterna, al Inobasol incrustado en el alma, que me hace pensar en “el regreso, el regreso, la gran magia del regreso”, frase evocada por uno de los personajes de la novela La Ignorancia, de Milan Kundera. Un regreso, que vivo cada día, al sagrado manantial, expresión que cantamos a viva voz y tarareamos en un silencio sagrado de reconocimiento y gratitud.          


ARENDT, Hannah. Verdad y mentira en la política. Editorial Página Indómita. Barcelona. 2018.

Ibíd. pág. 15

7 thoughts on “Inobasol, reconocimiento y gratitud

    1. Me parece hermoso como hacemos un viaje al pasado recordando a nuestro bello inobasol y como nos transporta y entendemos como está el colegio y como están antes

  1. La nostalgia a veces se apodera de los recuerdos y nos abandonamos a ella como los niños que tienen una memoria viva de sí mismos. La escuela es otra de las casas amadas.

  2. El articulo es un acertado y merecido reconocimiento para Inobasol, una institución educativa que, a pesar de haber sido históricamente olvidada por nuestros “gobernantes” de todos los tiempos, sigue de pie con firmeza y dignidad. Esta escuela ha sido, y continúa siendo, un pilar fundamental en la formación de generaciones de jóvenes soledeños. Su impacto no ha dependido del apoyo político, sino del esfuerzo, la entrega y el compromiso inquebrantable de su comunidad educativa. Gracias a ese tesón colectivo, Inobasol seguirá dejando huella en la juventud y sembrando esperanza en el futuro de Soledad.

  3. Me parece hermoso como viajamos al pasado recordando nuestro bello inobasol y el como está siempre en nuestros sentimientos y emociones y como este deja una huella en nosotros

  4. El texto evoca la historia del INOBASOL, marcada por promesas políticas incumplidas y nuevos desafíos educativos. Pese a las dificultades, la institución mantiene su resiliencia, y el autor, con nostalgia, la recuerda como un lugar entrañable al que siempre regresa, como Ulises a Ítaca.

  5. El texto recuerda las falsas promesas políticas en torno al Inobasol, pero resalta su resiliencia y compromiso ante los retos actuales. El autor, desde la nostalgia, evoca su regreso simbólico a Soledad y a la institución como un lugar de gratitud, memoria y pertenencia.

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