Exilios y regresos

Wensel Valegas

Hay quienes imaginan el olvido

como un deposito desierto/ una

cosecha de la nada y, sin embargo

el olvido está lleno de memoria.

Poema: ¿Cosecha de la nada? Mario Benedetti.

Cuando dejamos atrás los recuerdos, muchos se desdibujan con el olvido. Percibimos entonces que ese desconocimiento es una fuerza de doble vía, que va y viene como el suave oleaje del mar. A nuestro regreso, ansiamos que nos pregunten, y también a indagar, ¿qué tanto hicimos en la ausencia voluntaria u obligada, sin importa cuál. También nos mueven inquietudes al preguntarnos cuánto han cambiado los lugares, sus gentes, y los afectos, ¿acaso se puede medir la distancia que hay de la memoria de aquellos lugares comunes con la palpable actualización de la realidad?

Los caminos transitados o el país de la infancia, al alejarse, terminan siendo cubiertos por la ignorancia, los malos entendidos, los engaños, la indiferencia.

En cierta ocasión conocí a un maestro chileno que se vanagloriaba de haber conocido a Neruda. Llegó a Colombia al final de su juventud, con la madurez provocada por la angustia del desprendimiento: el exilio. Se refugiaba en sus clases, pero ese agotamiento y olvido desaparecían los fines de semana. Todavía le recuerdo en las frescas noches decembrinas, tomando cervezas y conversando en su apartamento con quienes se habían ganado su confianza. “No era amigo de todo el mundo”, decíamos, recordando su carácter fuerte y exigente; tenía siempre consigo una mirada desconfiada.

Pero entre cerveza y cerveza, surgía la sensibilidad que le traía su memoria. Desaparecía su comportamiento defensivo y los recuerdos afloraban de golpe, al tocar su flauta dulce, entonando cantos araucanos y una melodía triste que nos aguaba la fiesta, dibujando con su llanto y sus tristezas la Punitaqui natal, de tierra de molinos, música y amistad, que habitaba su memoria intacta.

Acompañado de su flauta, la melodía evocadora jugaba con la memoria, declamando versos reiterativos del poema Flores de Punitaqui.

Flores, flores de altura,
flores de mina y piedra, flores
de Punitaqui, hijas
del amargo subsuelo: en mí, nunca olvidadas,
quedasteis vivas, construyendo
la pureza inmortal, una corola
de piedra que no muere.

Después, consumido por el cansancio, el sueño lo llevaba en busca de sus recuerdos. Sonreía con los ojos cerrados. Lo acomodábamos en la cama y salíamos, dejándolo en su acostumbrada soledad, cerrando la tregua de un exilio sin deseos de regreso.

El regreso, así sea efímero, abre una oportunidad a la memoria de evocar los recuerdos, sentimientos y emociones: la dulzura angustiante de recobrar los pasos perdidos; la sensación de alegría e incertidumbre ante lo novedoso y la tradición; de restituir los amores perdidos que se quedaron en la angustia de una resignada espera; el anhelo de retornar al hogar y al barrió, sin pensar qué tan difícil fue; de los amigos de juegos y travesuras, cuántos siguen en pie. La añoranza de los olores de la comida compartida en casa, las risas, los abrazos; las puertas de la calle, siempre abiertas, sin rejas ni cerrojos.

Sin embargo, son más los que padecen el acecho implacable del tiempo en la conciencia, sin importar los momentos vividos en la tierra natal que los vio partir y sucumben a la nostalgia de la familia y los amigos, por ejemplo, Ulises, con su obsesión del regreso, aunque ya en Ítaca se dé cuenta, parafraseando a Kundera, que la esencia de su vida se desarrolló fuera de su ciudad y solo contándola puede reencontrarla, y reencontrarse.

Sí, con el regreso, la nostalgia es inevitable y, con ella, la culpa y el sufrimiento de largas ausencias, que a muchos les parecería falta de agradecimiento y olvido. No me refiero a los gobiernos, sino a la ausencia sentida de los amigos, cuya memoria persiste aún en la distancia.

Cuando se parte del terruño, con emociones y una perspectiva de futuro, lo incierto es una posibilidad. ¿Quiénes estuvieron seguros del regreso inmediato de Ulises, que nunca esperaron veinte años de ausencia, ni el mismo héroe, después de una guerra en la que estuvo diez? A pesar de las intrigas de los dioses sorteó los acontecimientos, la obsesión de la ninfa Calipso y los dilemas del regreso, eligiendo con determinación entre las aventuras, placenteras y desconocidas, y la añoranza del regreso, que siempre estuvo en él.

Ulises, el mayor aventurero de todos los tiempos, es también el mayor nostálgico”, asegura Kundera. Y es esa nostalgia del tiempo vivido en Ítaca, la que lo azuza e incita con una irresistible voz interior al regreso.

Los que parten voluntariamente o se marchan presionados por el exilio necesario e inminente, tarde o temprano, sienten como las evocaciones afianzan sus amarres a ese cordón umbilical que es el pasado. Salen de las sombras, con sus quejas, reproches y juicios. En esas personas, existe la posibilidad de la indiferencia o la sensación de que el tiempo dejado atrás acecha implacable, en un vaivén de recuerdos incomodos y hostigante.

La indiferencia hacia el pasado, aunque este se asome con la impertinencia de un advenedizo, no produce placer por el regreso, ni expectativas, solo un desapego íntimo que no desea someterse a discusión ni polémicas. Curiosamente Kundera, sugeriría a este tipo de personas, un diagnóstico, si fuera psiquiatra: “el enfermo padece insuficiencia de añoranza”, es decir, el escaso significado que tiene la vida pasada para un sujeto; o “una deformación masoquista de su memoria”, en que las personas solo recuerdan situaciones que les disgustan de sí misma, a pesar de haber vivido experiencias felices.

Sin embargo, son más los que padecen el acecho implacable del tiempo en la conciencia, sin importar los momentos vividos en la tierra natal que los vio partir y sucumben a la nostalgia de la familia y los amigos, por ejemplo, Ulises, con su obsesión del regreso, aunque ya en Ítaca se dé cuenta, parafraseando a Kundera, que la esencia de su vida se desarrolló fuera de su ciudad y solo contándola puede reencontrarla, y reencontrarse.

Durante el exilio, las expectativas del regreso, como una paradoja, dejan una sensación de añoranza.  

En su novela, La Ignorancia, Kundera describe actitudes y sentimientos de sus dos personajes principales: Irena y Josef. Irena reconoce su error al casarse, con apenas veinte años, siendo este el pretexto para deshacerse de la vigilancia materna: “un error irreparable en la edad de la ignorancia”, le recuerda su vieja amiga Milada en Praga, en una conversación breve a su regreso de Francia.

Irena justifica su emigración, “el hecho de emigrar no fue cosa mía, una decisión mía, un acto de libertad, un destino propio. Mi madre me empujó…”. Y también el dilema que sugiere regresar a su país o quedarse en el país de acogida, Francia, ¿olvidas que aquí tengo mi trabajo, mi casa, mis hijas?, es la respuesta a la impaciente Sylvie, su amiga francesa, preguntándole extrañada, ¿qué haces aquí todavía?

Por su parte, Josef, se convence a sí mismo – y hace creer a amigos y familiares – de que su partida obedeció al descontento de ver su país, sometido y humillado, a una pasiva y triste conformidad. Esquivaba reconocer la persecución política a que fue sometido. Con el tiempo, “su apego al presente ahuyentó los recuerdos”, sintiendo que las obsesiones en su memoria se esfumaban y caían al descuido. Pero los recuerdos lo hostigan. Lejos de su país, aprendió a no considerar su pasado, pero este estaba ahí, incomodándolo.

Dejar de ir sería anormal, injustificable. Incluso feo”, rememora la frase que su mujer, animándolo, le sugiere para volver por lo menos de. El regreso sugerido es un homenaje a la mujer, que nunca llegó a viajar con él, que falleció antes de hacerlo.

Dos vidas paralelas, cruzadas por el exilio y sus dilemas, donde el pasado insiste en no morir.

2 thoughts on “Exilios y regresos

  1. La nostalgia de las puertas abiertas
    Me quedé pensando en esa parte de las “puertas de la calle, siempre abiertas, sin rejas ni cerrojos”. ¡Qué chimba! Es como si el mundo de antes fuera más simple, más abierto. Ahora todo es diferente, más cerrado.
    Miedo a regresar
    Lo que dices del “regreso, así sea efímero” es lo que más me llegó. ¿Y si uno regresa y se da cuenta de que todo lo que tenía en la cabeza no es lo mismo? Como cuando uno ve una foto de un amigo de la infancia y ya no lo reconoce. O que los lugares ya no tienen la misma magia. Es como si el regreso fuera el verdadero final.

  2. En Exilios y regresos, Wencel Valega explora un tema psicológico: los recuerdos. Expresa que, al dejar atrás los recuerdos, muchos se desdibujan en el olvido. Percibimos entonces que ese desconocimiento actúa como una fuerza de doble vía, que va y viene, como el suave oleaje del mar.
    La indiferencia hacia el pasado —aunque este se asome con la impertinencia de un advenedizo— no genera placer por el regreso ni despierta expectativas; solo deja un desapego íntimo que no desea someterse a discusión ni polémicas. Este escrito es, en esencia, un hermoso viaje por los recuerdos y las nostalgias.

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