Cuentan que Willis

Wensel Valegas

“El recuerdo es el olvido que no se fue.”
Octavio Paz

Cuentan que Willis se quedó sin pasado, que ahora le es indiferente mirar atrás, y su mirada lejana, la serenidad de su silencio y la leve sonrisa, son señales de una tranquilidad vivida en el presente. Las palabras se atesoran en su silencio y en medio de las reuniones con amigos y familiares, todos esperan escucharle una broma, una ironía o el sarcasmo que lo caracterizaba en los eventos sociales. Se deja atender, limpiar el rostro suave, que perdió la fría dureza de los tiempos en que era Duro de Matar, uno de los grandes films que lo mantuvo en la fama. El resto es, simplemente, especulación.

Se le diagnosticó demencia frontemporal, que es parte de los trastornos cerebrales, afectando la personalidad, el comportamiento y el lenguaje. Se presenta un deterioro neuronal en los lóbulos frontal y temporal. A Willis se le perdieron las emociones, especialmente la empatía, haciéndolo aparecer indiferente a situaciones que antes lo mostraban compasivo. Su personalidad afable de hombre hogareño y paternal estallaba, ante la sorpresa de los que le rodeaban. Lo que antes le apasionaba dejó de interesarle, evidenciando un frío desgano que escapaba a su control, que no podía evitar, pero que saltaba a la vista. Una afasia progresiva le exigía el esfuerzo de encontrar y pronunciar las palabras, como si se hubieran desvanecido de su comprensión. No hay cura posible, ha dicho el médico, pero requiere apoyo familiar.

Cuentan de los ingentes esfuerzos de su familia, de continuar la vida a una parecida a la que ya no volverían a tener. Su mujer se alegra viéndole un destello brillo en sus ojos y se anima a pensar que Willis aun la reconoce. Sus hijas disfrutan su compañía con abrazos, hablándole a unos ojos que las miran desde una lejanía misteriosa, incomprensible incluso para la ciencia, que escudriña aun sabiendo que se enfrenta a una decadencia inevitable. La familia hizo lo posible por mantenerlo en casa, pero la evidencia de una realidad desgastante y unos cuidados bajo la supervisión de personal especializado, la llevó a la decisión de trasladarlo y la convicción dolorosa de un no – regreso.

Cuentan que Willis subió a la ambulancia y su mirada extraviada divagó – aseguran los que lo vieron – haciendo una toma visual de su casa y los verdes jardines que la rodeaban. Curiosamente miró a sus familiares y amigos sin que apareciera un sentimiento de nostalgia ante la cantidad de adioses que lo despedían, mientras el vehículo se deslizaba por la negra carretera húmeda, como señal de un otoño anticipado.

Siguiendo al pie de la letra las recomendaciones médicas, la familia agotó los recursos para usufructuarle la memoria a Willis. Primero fueron las fechas de los acontecimientos familiares que se diluían lentamente, sonsacándole los recuerdos; después, los nombres de los visitantes conocidos y las anécdotas sin ningún tipo de censura para que las evocaciones afloraran y se mantuvieran vivas en la memoria. Más tarde las fotografías en los álbumes familiares eran acompañadas con interrogantes: ¿Te acuerdas de los padrinos de la boda, o del bautizo de tus hijos? ¿Recuerdas cómo se llamó la primera película en que actuaste, y la última? ¿Sabes que te casaste tres veces y soy tu última mujer?, le decía la tercera esposa ante una mirada que divagaba sin atisbo de memoria y comprensión. La familia en su desespero, para que el mundo no se le disuelva a Willis, recurren a las claves de La peste del insomnio, en el Macondo de Cien años de Soledad, rotulando con sus nombres los artefactos, las paredes, los baños, el patio, los árboles, los peces del acuario, los dos gatos persas y tres perros Malamutes de Alaska. En medio de alegrías y desalientos, Willis sucumbió a los estragos de la memoria, y una afasia progresiva lo sumió en el silencio. De él, solo quedó un estado contemplativo, sereno y una ligera sonrisa, como indicio de felicidad. Una sonrisa que nunca desaparece de su rostro, una huella indeleble de recuerdo manifiesto. “El recuerdo es el olvido que no se fue.”, dicen los asiduos visitantes de Willis, al observar su rostro afable y sonriente, y recordando esos versos de Octavio Paz.

Con el bajo presupuesto de una condición física deteriorada, Willis sale de su casa con pasos vacilantes e inseguros; tambaleante. Recuerdan, viéndolo partir, la historia de los viejos elefantes africanos que abandonan su manada para morir lejos, guiados por los instintos hacia un lugar tranquilo para descansar en paz, sin llantos ni dolor. Cuentan que Willis subió a la ambulancia y su mirada extraviada divagó – aseguran los que lo vieron – haciendo una toma visual de su casa y los verdes jardines que la rodeaban. Curiosamente miró a sus familiares y amigos sin que apareciera un sentimiento de nostalgia ante la cantidad de adioses que lo despedían, mientras el vehículo se deslizaba por la negra carretera húmeda, como señal de un otoño anticipado. Una lluvia fina y pertinaz resbalaba por los vidrios de las ventanas, trayendo el eco insistente de las gotas agua sobre el techo de la ambulancia.

A diferencia de los elefantes, cuentan que Willis, además de perder sus emociones y sentimientos, perdió también sus instintos. Esta última ausencia fue sustituida por la ambulancia, que lo conduce, lentamente, hacia un “cementerio saludable”, un lugar donde morir con dignidad, mientras persiste en ser un Duro de Matar, un duro para apagarse… o quizás, simplemente, un hombre dispuesto a morir, sin posibilidades de regreso.

2 thoughts on “Cuentan que Willis

  1. Joder, Wense, varios amigos se les fueron los recuerdos, hasta el olvido y luego esa expresión no humana, que nos conduele, y no es empatía ni compasión, es otra cosa, tal vez perplejidad ante lo humano. Igual es ignorancia compartida, la falta del saber del cuerpo humano. En ellos hay ausencia de ser, de humanidad. No sé si finalmente somos la ramita del árbol caído. Por fortuna, el tratamiento que le hiciste a esta historia fue fino, muy fino, que no duele.

  2. El columnista Wencel Valega, en su artículo Cuentan que Willis, presenta un análisis certero sobre el estado de salud del actor Bruce Willis. A diferencia de los elefantes, reconocidos por su prodigiosa memoria, Willis, según describe Valega, ha perdido no solo sus emociones y sentimientos, sino también sus instintos. Esta última pérdida ha sido reemplazada por la rutina de una ambulancia que lo traslada, lentamente, hacia un “cementerio saludable”: un lugar donde se le permita morir con dignidad, mientras se aferra a su identidad de Duro de Matar. Considero que se trata de un homenaje justo y respetuoso a la trayectoria de un gran artista.

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