Cavilaciones sobre la muerte

Tanatología se denomina a la disciplina que aborda lo relacionado con el fenómeno de la muerte en el ser humano. Esta palabra deriva de Thanatos que en la mitología griega es el dios de la muerte, hermano de Hipnos, el dios del sueño.

El tema de la muerte ha sido motivo de mi mayor atención y estudio a lo largo de la actividad académica: docente asistencial.  Acostumbraba a programarlo, cada semestre, en las cátedras de bioética y anestesiología, respectivamente, en la modalidad de seminario que un grupo de estudiantes presentaba, bajo mi coordinación, con la participación de toda la clase. Estas, tal vez, eran las únicas asignaturas en que los alumnos, en su paso por la facultad de medicina, tenían oportunidad de revisar este capítulo final de la vida humana. “Lo natural es la muerte, el milagro es la vida”, era un eslogan que citaba con frecuencia en mis intervenciones.

Me comentaba una estudiante de Bioética que preparaba la conferencia, en Powers Point, para el seminario sobre “La muerte y sus aspectos históricos, culturales, sociales y ético- legales”, el incidente que tuvo cuando cumplía esta tarea.  Se le acerca un amigo y al observar las diapositivas en el computador le pregunta impresionado:

  • ¿Y a ustedes les dan clase sobre la muerte, por qué? Y tú no estás estudiando medicina.

Claro que sí. Estudiamos la vida para sanarla y la muerte, también, para evitarla, luchar contra ella, le respondió.

  • Que difícil y duro les toca a los médicos, se limitó a comentar el extrañado y desprevenido contertulio.

La muerte es algo que la mayoría mira con miedo, con indiferencia; la perciben como un mal que hay que evadir, no acercarse a ella a pesar de la noticia infausta, de cada día, sobre parientes, allegados y desconocidos. De la abundante información que prolifera en la crónica roja de los medios de comunicación, al respecto. Lo que el Papa Juan Pablo II en su encíclica Evangelium vitae denunció como “Cultura de la muerte”. Según el sumo Pontífice la “Cultura de la muerte” corresponde a “una visión social que considera la muerte de los seres humanos con cierto favor… se traduce en una serie de actitudes, comportamientos, instituciones y leyes que la favorecen y la provocan”.

“Quizá la muerte sea la mayor bendición del ser humano, nadie lo sabe, y sin embargo todo el mundo le teme como si supiera con absoluta certeza que es el peor de los males”, es un decir de Sócrates, el filósofo griego.

Lo “De la muerte y el morir” – tal el título de una obra de una de mis autoras preferidas la psiquiatra suiza, de nacionalidad norteamericana, Elizabeth Kübler Ross – la gente en general lo considera un tema tabú.  En su vivencia personal lo asume de forma negativa o de rechazo.  Así, lo describe la doctora Elizabeth en la definición, particular, que hace de los “Estadios” del mal llamado “Paciente Terminal”. En mi experiencia profesional y social el fenómeno de la negación es universal, en jóvenes, sobre todo, que en su culto desmedido a la belleza física y de repulsa al envejecimiento, piensan que solo los ancianos, pobres e indigentes son destinarios únicos del dios Thanatos.

Cierto es, que en la medida que avanzamos en edad y acercamos a su irremediable destino, por los efectos deletéreos de la vejez, en igual forma la vamos aceptando y perdiéndole el miedo, familiarizamos con ella, sin con esto querer insinuar que deseamos morir.

Sin embargo, la hermana Rosa Antonia, era una monjita del Hospital de Barranquilla, muy amiga de la familia Coronado. Una tía, hermana de mi padre, la Hermana San Anselmo, pertenecía a su misma comunidad de las Hermanas Dominicas de la Presentación. Por las mañanas temprano, en mi paso hacia el área de quirófanos la tropezaba, en uno de los pasillos del segundo piso, toda encorvada, enjuta y apoyada en su bastón, estaba cercana a los cien años.

Su deceso es digno de reflexión, para el sentido que debemos dar a la existencia nuestra, también, como referencia correctora para el buen suceso del ejercicio profesional. Un sesudo análisis se hace necesario para dictaminar ¿en que hemos fallado?, ¿en qué medida alguna equivocación, pudo influir en el desenlace fatal? De tal manera, que una conclusión seria, juiciosa sobre lo actuado nos libre de algún sentimiento de culpa.

  • Buenos días, Hermana Rosa como esta, la saludaba afanoso.
  • Ay doctor, imagínese, con tantos achaques estoy esperando que Dios me recoja. Ya está bueno. Me saluda a sus papas. ¿Como están? Que Dios lo bendiga. Alcanzaba a escuchar en su tenue vocecita.

Los estudiantes de anestesiología eran insistentes en preguntarme, desde el primer día de la rotación: ¿Profesor, a usted, alguna vez, se le ha muerto un paciente, cuantos?

Los médicos especialistas que atendemos pacientes de urgencia o en estado crítico estamos expuestos a esta coyuntura en forma permanente. Cualquiera que diga, fantasioso, que no se la ha muerto ninguno es un embustero, les respondía y narraba alguno de los casos en que esto me sucedió. Al médico que no se le ha muerto un paciente es porque no ha ejercido la profesión o aplicado a una especialidad en que no atiende pacientes de alto riesgo, agregaba.

Por ser la muerte, junto con el nacimiento, momentos culminantes, los de mayor trascendencia en la existencia de todo ser humano, la actitud negativa hacia ella tiene repercusiones tremendas sobre el comportamiento que toca asumir en condición de enfermos, más aún si la patología es grave o incurable. Siendo este acontecimiento el más natural de todos, el inexorable que toca enfrentar como vivientes. Nacer es comenzar a morir.

Recalcaba a los alumnos sobre la gran enseñanza que debe dejar al profesional de la salud la muerte de cualquier paciente. Su deceso es digno de reflexión, para el sentido que debemos dar a la existencia nuestra, también, como referencia correctora para el buen suceso del ejercicio profesional. Un sesudo análisis se hace necesario para dictaminar ¿en que hemos fallado?, ¿en qué medida alguna equivocación, pudo influir en el desenlace fatal? De tal manera, que una conclusión seria, juiciosa sobre lo actuado nos libre de algún sentimiento de culpa. La pérdida de la vida de una persona no debe pasar en vano, lo peor, entenderla como un fracaso. La conciencia tranquila, por haber procedido en forma correcta, según los canones de la lex artis, permite seguir adelante con la frente en alto, orgullosos de nuestra diaria gesta médica.   Que, al momento de comunicar esta verdad, tan difícil muchas veces de compartir, nos suceda por ejemplo lo que narra en la revista virtual Intramed el argentino, doctor Francisco Maglio: “Tenía que decirle a una mamá que con su hijo ya no había nada más que hacer, que el fin era inevitable. Me dijo que su intuición de madre se lo había advertido, pero que sí había algo que hacer. Se acercó a mí con los ojos llorosos y me dijo: “Doctor, ¿me puede dar un abrazo?… Abráseme”.

De otra parte, la meditación profunda sobre el padecimiento y muerte de un enfermo tiene que conducirnos a contemplar la posibilidad que tenemos, en igual forma, de recorrer el mismo camino para provocar un cambio de rumbo, en el sentido de nuestra existencia. Según Víctor Frank “Todo aquello que amamos nos lo pueden arrebatar; lo que no nos pueden quitar es nuestro poder de elegir que actitud asumimos ante esos acontecimientos”

La intensa actividad profesional y la prisa con que andamos no da tiempo para encauzarnos por las cosas del espíritu que en verdad son las que nos hacen trascender a una dimensión más allá de lo material y superfluo que nos ofrece el mundo de hoy. La ninguna certeza de no saber cuándo vamos a morir conduce, lamentablemente, a no vivir el presente, el aquí y el ahora, a plenitud, como Dios manda.

La experiencia sobre la muerte a través de la práctica clínica es uno de los tantos privilegios concedido al médico, un plus espiritual que lo enaltece ante la sociedad si logra resplandecer por la humildad de su espíritu y mostrar la nobleza de un alma compasiva. Además de ser un excelente profesional, un buen médico; complacerse en ser reconocido como una gran persona, un médico bueno.

2 thoughts on “Cavilaciones sobre la muerte

  1. Teo, recibe mis actos de admiración por la profundidad filosófica y ética de tu concepto sobre algo que todo ser humano rechaza, sin conocer la profundidad de este concepto.
    Como tú bien analizas, el nacimiento y la muerte son dos episodios de nuestra existencia que debemos considerar como actos divinos que Dios nos ha otorgado.
    Que sería de un ser humano si la muerte no existiera?. Seríamos seres errantes sin ningún objetivo vagando por un mundo, si es posible inexistente y todos deseando la muerte.

  2. En el artículo Cavilaciones sobre la muerte, el doctor Teobaldo Coronado aborda un tema profundamente humano y oportuno para estas fechas: la tanatología, el estudio y la reflexión sobre la muerte y el proceso de morir. El autor invita a considerar cómo la mayoría de las personas enfrentan este fenómeno con temor, indiferencia o evasión, percibiéndolo como un mal del que hay que huir, aun cuando la muerte está presente cotidianamente en las noticias y en las pérdidas de familiares, amigos o desconocidos. Coronado nos impulsa a reflexionar sobre la necesidad de reconciliarnos con la idea de la muerte, no como un castigo, sino como una parte inevitable y natural del ciclo de la vida, que al ser comprendida puede ayudarnos a valorar más profundamente nuestra existencia.

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