Adiós al Boni Martínez

Wensel Valegas

Imagino que mientras leía a Sabines, el poeta mejicano, en estos últimos días, Bonifacio agonizaba frente a una muerte que le guiñaba el ojo, deseosa e implacable ante el dolor y el sufrimiento, indiferente y complacida consigo misma ante el fiel cumplimiento del deber. Después estalló el llanto y la ansiedad de los días previos a su muerte se consolidó en el estado de ánimo de los vecinos, familiares y amigos lejanos y cercanos. Soy uno de esos amigos lejanos, uno de esos a los que le llegó la noticia de su muerte; un amigo lejano que un día fue cercano y compartió la vida en el barrio que nos vio nacer. Por eso imagino y me entristece su deceso, que coincide con la lectura de Jaime Sabines, al cual he invitado, para que me acompañe en esta percepción personal de un hombre que vivió y experimentó siempre la vida que quiso. Todo comenzó en aquella lejana infancia, viva en la memoria todavía.

Todos en el barrio estábamos acostumbrados a las buenas noticias. Primero fue el Sapito Martínez, Luis Villarreal, después Toño Freile y, finalmente, el Boni, cariñosamente llamado así por todos en la cuadra. Se formaron en las carreras veintiuna A y veintitrés entre las calles doce y quince, jugando al fútbol en una época donde no existían escuelas de formación y el imaginario colectivo sostenía que el futbolista nace, no se hace pateando buena bola de trapo y de goma. Allí en el barrio nacieron y se forjaron la técnica del Sapito, el coraje defensivo de Villarreal, la movilidad y quiebre de cintura de Toño Freile, Gamboa, por su juego parecido con Delio Maravilla Gamboa, en el Santa fe, y la fuerza desmedida del uso del cuerpo y la potencia fulminante del cabeceo y la patada justa y precisa del Boni ante los arqueros que tuvo que enfrentar. Sí, la buena noticia era que el Boni se haría futbolista profesional.

Hubo otros que no tuvieron tanta suerte, creencia afirmada frecuencias y convicción, usada en los trasnochados conversatorios de las esquinas, después de las largas jornadas de bola de trapo en el Maracaná en que se convertían las calles del barrio por los que consideraban la vida como un juego de azar. Se quedaron en el anonimato, con el talento diluido en las calles de Soledad, jugando uno y tres partidos por día los fines de semana, sábados y domingo. Aún así, nos causaba asombro y admiración verlos jugar en los barrios Ferrocarril, la Bonga, la María y el Cabrera. Me refiero a dos talentosos de la bola de trapo y la bola de goma, y la número cinco rodando en las canchas España y Club de Amigos, y por último, en el Barrio Hipódromo. Ángel Martínez, Tanana, y Abimael Cera, conocido como Maen.  Ambos fueron proyectos que se agotaron en las jornadas exhaustivas de los fines de semana, recorriendo los barrios como invitados de honor, como guerreros con los tenis Croydon bajo el brazo, dispuestos a reforzar los equipos cuyas ofertas eran muy onerosas; al final, el cansancio y el agotamiento hicieron mella en el optimismo y la esperanza, matizados bajo los estragos de la euforia de la cerveza y el placer de los trasnochos.

La fuerza y el temperamento del Boni fueron siempre su carta de presentación. Características que llamaron la atención de José Varacka y León Martínez, en el Junior de Barranquilla. “Me gustan los equipos con temperamento”, dijeron los entrenadores argentinos en una entrevista radial. Y así fue como llegó el soledeño a Junior, con su malicia y pragmatismo para jugar, “hay que ser fuerte y no arrugarse ante nadie, así sea más grande que tú”, nos decía el Boni en la esquina de la vieja Sara, cuando el equipo profesional le concedía permisos para salir de la concentración.  Era frecuente escucharle las anécdotas en los equipos donde jugó. No era el jugador que aconsejara a las nuevas generaciones, pero su ejemplo y su accionar beligerante como centro delantero en medio de los defensas eran parte de sus enseñanzas. Festejábamos sus anécdotas con risas y carcajadas; sus bromas pesadas con jugadores extranjeros y directores técnicos; nos contaba los pormenores en un tono burlón, donde él siempre estaba de protagonista, todas propias de su mala educación, de su inconsciencia al desperdiciar su talento. Nosotros ingenuamente celebramos muchas veces con él sus comportamientos groseros y falta de disciplina. Solo nos contaba, sin intención de influir, ni enseñar.

El Boni vivió una infancia influida por sus andanzas y cotidianidades. Desde muy niño se dedicó a la pesca y caza de patos, pisingas, barraquetes, conejos y ponches, aprendió con habilidad y destrezas a navegar un bote; en las épocas de creciente del río – durante los meses de noviembre, diciembre y enero – exhibía su coraje atravesándolo con la maestría del nadador de aguas dulces, desafiando la fuerza descomunal de la corriente que iban rumbo al Magdalena. Siempre le gustó la vida del campo, y la interacción con el mismo le dejaron sabias enseñanzas, que la escuela jamás le habría podido enseñar. Sabía cuándo cazar, intuía el movimiento de los animales; no se desesperaba y su paciencia en la oscuridad de la noche contrastaba con la impulsividad de su temperamento, esperando el movimiento delator de la ubicación animal, mientras su corazón palpitaba ansioso con el dedo puesto en el gatillo de la escopeta. Estas características, junto con su fuerza descomunal para la acción llamaron la atención de Pito Martínez y el Moreno Barceló, vecinos del barrio dedicados a la crianza y venta de cerdos, que lo contrataban, enseñándole el golpe certero en la testa del animal, acabando con la vida de los porcinos en una muerte contundente, limpia y sin sufrimiento, decían los espectadores de la faena, recordándole sus hazañas de matarife en la esquina de la vieja Sara, cuando ya había dado el salto al fútbol profesional. Esa vida solitaria, elegida sin la presión de sus familiares para que estudiara, le permitió crecer sin autoridad, dejándose llevar muchas veces por el ímpetu de sus pasiones, dando la impresión de no temerle a nada, de haber configurado el carácter y la firmeza, la beligerancia, la malicia y el engaño para desenvolverse como delantero exitoso en medio de los zapatazos y marcaje de los defensas; atributos todos que llamaron la atención de los técnicos y entrenadores de fútbol.

En ese sentido su vida fue siempre la misma, nada cambió en él, simplemente el escenario del deporte lo puso a prueba con las nuevas exigencias de temperamento y riesgo,  las que afrontó con el mismo sigilo y paciencia que estaban latente en su personalidad y recordándole sus viejos tiempos de cazador.

La vida instintiva que lo guiaba se extendió a sus conductas deportivas, exhibiéndolo como un hombre mal educado. El mundo del fútbol fue su escuela obligada, le causaban temor las normas y reglas que transgredía con frecuencia. No vivía de adulaciones ni pensaba en un mundo mejor a pesar de las oportunidades que tuvo. Simplemente era un ser humano acostumbrado a vivir el presente, sin rendirle cuentas a nadie. Después de incursionar en el fútbol trabajó en la compañía de teléfonos del distrito de Barranquilla – la telefónica – donde se pensionó. Ya pensionado volvió a sentir la frescura de la libertad y el libre albedrío, el llamado del monte, la pasión de la vida salvaje, retomando sus actividades de caza y pesca, sintiendo revivir la misma pasión con la adrenalina a “millón”, agazapado con el dedo en el gatillo de la escopeta en actitud de espera y la mesura de su sabiduría ante el blanco animal. Tendido en el suelo, sobre la maleza, tiene el tiempo a su total disposición, percibe los latidos de su corazón y siente que renace de nuevo a la vida. Es lo que siempre deseó, en la quietud del instante murmura, entrecerrando los ojos, agudiza la vista y la escucha:

Sabines me mira desde el más allá y asiente con la cabeza, dándome la razón y las gracias por la invitación a este adiós entristecido.


SABINES, Jaime. Recuentos de poemas 1950/1993. Planeta. México. D.F. 2012 pág. 42

Ibíd. Pág. 121

Ibíd. Pág. 247

Ibíd. Pág. Pág. 401

Ibíd. Pág. 408

Ibíd. Pág. 146.

One thought on “Adiós al Boni Martínez

  1. Excelente aporte a la literatura, con sus originales e inéditas historias. Bendiciones, mi apreciado maestro, Wencel.

Responder a Alirys Jaraba Gutiérrez Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *