Historias de viaje

Wensel Valegas

1.

Se emprende un viaje con los sentidos abiertos, buena dosis de entusiasmo y el asombro necesario ante lo desconocido y, el agudo espíritu de observación para captar los instantes de gestos y paisaje que jamás volveríamos a presenciar en nuestra condición de turistas. Podemos asumir el modo que queremos al viajar, aunque muchos se detienen en los grandes eventos y romerías, en la majestuosidad de los rascacielos, a lo que obliga la necesidad de consumo. Hemos perdido la sensibilidad de los detalles, sobre todo el contacto con la naturaleza invernal: una puesta de sol, la lluvia permanente, las calles blancas ocultando la dureza del concreto; el silencio de los barrios, las calles intactas sin la huella de los peatones sobre el piso esponjoso de la nieve, el llanto lúgubre del viento golpeando los vidrios de las ventanas; la aventura de los dueños de perros, paseándolos en la quietud del bosque; los árboles enjutos y erguidos, exhibiendo el orgullo y el deseo de tocar el cielo, a pesar de las hojas caídas. La persistencia del invierno trae consigo el silencio y la soledad de los pueblos y ciudades; los vecinos guarecidos en el calor de sus hogares encienden las fogatas para alargar el día y las conversaciones. Sólo a través de esas nimiedades aparentes se conocen las costumbres de los vecinos. Por lo pronto la certeza del invierno nos aísla y nos convertimos en animales solitarios, aislados de la manada, con provisiones para la estación, fogatas en medio de la sala, despejando el camino de nieve a la entrada de la casa, trabajo remoto desde el hogar y la atención puesta en el tiempo a ver cómo anda la temperatura y aprovechar sus lapsus, disfrutando sus descuidos. Es el riesgo que se corre en la aventura de vivir solo, en total autonomía. Ver este pasaje del invierno es evocar la lectura del Walden, de Thoreau, retirado del mundo social en un ejercicio de autosuficiencia y soledad

2.

Quince de enero. Celebración del natalicio de Martín Luther King Jr. Hoy se celebra el Martín Luther King day en el sector público, que dispone de un día libre remunerado. Martín, activista, preocupado siempre por la lucha de los derechos civiles, notó desde muy joven las disparidades entre blancos y negros en la cotidianidad estadounidense, lo que se convirtió en el propósito de su lucha, que finalmente terminó allanando el camino para la reivindicación de nuevos derechos ante las manifestaciones discriminativas. Casi dos décadas después, ante la presión de marchas por los derechos civiles, el presidente Reagan, 1983, oficializó el tercer lunes de enero como el día de Martín Luther King. Hoy lunes, quince de enero, coinciden el día promulgado con el natalicio del líder estadounidense en 1929, asesinado por un hombre blanco. A través de la ventana, el día se engalana con la nieve que baja en rápidos copitos, los árboles desnudos se tornan blancos, igual que la capa que cubre los autos. Es un día triste que invita a meditar, todavía lleno de interrogantes en el olvido, pero latentes en la conciencia de los que sufren la discriminación, el odio y el abuso. Es hora de retomar la lectura del Corazón del hombre, de Eric Fromm, para comprender los sucesos humanos sin la influencia de la versión oficial que nos describe la historia, y construir una historia con criterio propio.

3.

Cada viajero recuerda su país, a su gente, cuando los sabores y aromas de la gastronomía que habitan su memoria le permiten evocar su cultura. Villas de Colombia es un restaurante que ofrece platos típicos de la gastronomía colombiana, de todas las zonas del país. Apenas uno entra a la zona de comensales, la memoria sufre un golpe de nostalgia. Olor a guiso, pescado frito, sancocho, sopas hirviendo, chicharrón, carimañolas, empanadas de carne y pollo, bandeja paisa, mote de queso, café con leche, tinto, carne asada, sobrebarriga. Los meseros hacen malabarismos al cruzar las mesas con rapidez y mantener el equilibrio de sus bandejas, esquivando y evitando tropezar a los que recién llegan. Las voces y risas de comensales antioqueños, costeños, vallunos y cachacos, se escuchan en medio del calor del recinto, haciéndonos sentir, por un momento, el sentido de comunidad. Allí, en el corazón del estado de Nueva Jersey, muy cerca de Nueva York, está la ciudad de Gardfield y en ella Villa de Colombia. En medio de la algarabía de la gente se escuchan las voces hispanas, pidiendo, reclamando, exigiendo. Desde el regocijo y celebración de la identidad comemos, tomamos café, bebemos refrescos, intercambiamos expresiones y dichos colombianos, nos contamos historias de sobremesa, nos burlamos del invierno y las bajas temperatura de su aliado, el viento, golpeando con furia los vidrios de las ventanas y las puertas. Aromas, sabores y presentaciones evocan la memoria, se convierten en pretextos para compartir los recuerdos, anécdotas incluso, que vinculan a familiares lejanos y otros que ya no están, dejándonos el universo de la gastronomía y la imagen de la magia de las manos, donde brotaba la sazón particular de los sabores.

4.

No sé si es mi cuerpo tenso y sudado, o mi mente, la que trae consigo la paranoia, ese aire de recelo con el entorno. Se habla de Colombia como un país inseguro; quizás sea cierto, sin embargo, ante el clamor de la gente por la seguridad, esta se ha vuelto un imperativo, una necesidad que obliga al autocuidado, a la protección de sí mismo como comportamiento interiorizado del que hemos hecho un hábito; es la carga que llevamos donde vamos. En el aeropuerto de Cartagena, Colombia, los costeños vivimos con el fantasma de la paranoia incorporado: no descuidamos por un momento el equipaje, hay un ojo que atiende y observa y, otro que fija su atención en el equipaje de mano, las maletas que van y vienen por las bandas rodantes que circulan sin fin ante nuestros ojos. Sin embargo, en Miami, Carolina del Norte, Charlotte, Estados Unidos, el turista estadounidense se muestra relajado porque en su itinerario no viaja consigo el peso de la desconfianza. A cualquier parte donde vamos los colombianos, no sólo observamos el paso de las maletas, buscando las propias, en las zonas de equipaje, sino que desconfiamos del tipo que nos mira, de la mujer que nos sonríe sin conocerla, de una familia numerosa donde cada miembro recoge su maleta, suponiendo que es de ellos.

Las maletas vienen por la banda unas detrás de otras y los pasajeros recogen las suyas al comprobar el nombre en las amarradas etiquetas. Las mías no aparecen todavía; me desespero y angustio al observar el recorrido solitario de las bandas. Es la una de la mañana en el aeropuerto de Miami. Suspiro aliviado al divisar mi equipaje, reviso las etiquetas con mi nombre sin dejar de mirar a los pasajeros que esperan; ojalá no piensen que soy un oportunista a la espera de un descuido, se me da por pensar eso como una mala costumbre.

5.

Mi cuerpo es la casa, la casa en el centro del bosque seco de invierno, rodeada de árboles resistiéndose al frío y la persistente lluvia de nieve desde la mañana. La casa en el centro, mi cuerpo en el centro de la casa viendo el paisaje maravilloso de la de nieve cayendo sobre el piso y el sol abriéndose paso a punta de luz y calor, ahuyentando con su fuerza la tristeza de las sombras. Los árboles indiferentes se elevan con su estatura a tocar las nubes, aunque orgullosos por su tesón se ven delgadas sus tristes figuras. Son estoicos guerreros de ramas secas y hojas parduzcas que se mueven con la caída de los copitos de nieve sobre su superficie, aferrándose a los días y horas contados. A través de los árboles secos, las casas exhiben sus techos blancos, como si emergieran de la misma nieve del suelo. La casa es hogar y calor, y mi cuerpo se impregna del calor de la fogata encendida, las puertas cerradas, las voces desde adentro y los abrazos que nunca faltan. El cielo gris aprovecha los pequeños lapsus que el sol en la penumbra no puede evitar.

Es hora de retomar la lectura del Corazón del hombre, de Eric Fromm, para comprender los sucesos humanos sin la influencia de la versión oficial que nos describe la historia, y construir una historia con criterio propio.

Frente a las casas, los carros detenidos en el tiempo son arropados por la gruesa capa de nieve que los cubre. La brisa de los días anteriores cambió su rumbo, dejando sólo el frío de la nieve, cortado por los copitos que caen vertical después de jugar sus acrobacias en el espacio. De vez en cuando, los dueños de perros, a pesar del frío, los pasean en una caminata heroica desafiando la adversidad de los vientos, o la incisiva lluvia de nieve: suben y bajan las colinas blancas, guiados por el instinto rebelde y entusiasta de los perros cubiertos con sus pecheras de algodón y jugando con la nieve blanda, recién caída. Son los únicos peatones en esta ciudad silenciosa desafiando el tiempo, cuyos perros – sin emitir ningún ladrido – respetan la paz y el silencio. Cuando hay viento y nieve el frío aumenta. Basta que el viento se aquiete o parta hacia otros rumbos, dejándonos la nieve y un poco menos de frío. Empujado por el viento, el frío azuza el rostro, es agudo e incisivo, nos golpea el pecho e impide caminar y es hábil penetrando los resquicios dejados en el cuello, o en las manos sin guantes.

Estoy preso ante la inmovilidad del invierno, encarcelado y deambulando por la casa; el invierno me regala la quietud y su silencio, la meditación y la paz de unos días necesarios. Desde mi cuerpo y la prisión de mi casa, a través de la ventana, el afuera se detiene. Los árboles endurecidos, quietos y firmes, posan para una foto, sin ningún tipo de sonrisa. El viento experimenta una vez más un nuevo exilio. El tiempo congelado deja entrever la maraña de techos, nieve, casas y balcones. Lejos, muy lejos de la visual de la ventana, se escucha el aullido de un lobo. Los venados con sus grandes ojos tristes y asustados se asoman a la orilla del bosque, mirándome, quietos desde su libertad y la frontera que establece la carretera de asfalto. Los observo desde mi reclusión voluntaria. Saben que los miro. Cae una lluvia fina de copitos de nieve, juega con el espacio y las hojas parduzcas de los árboles. El invierno echa a andar de nuevo.

6.

Entre New Jersey y Washington D.C., dos historias transcurren. Una mujer de empuje, carcajada espontanea, ojos brillantes y alegres, y sangre latina corriendo por sus venas y piel morena. De padres colombianos, nacida a una hora de New York, logró a través de la crianza familiar superar la hostilidad de un país extraño y discriminador. El hombre ha depuesto el amor por su terruño, Puerto Rico, con el propósito obsesivo de ganarse un espacio en el sueño americano; lo ha soñado y su alma de niño, que viaja con él, muestra todo el entusiasmo por la vida. Ella estudió y aprendió a vivir, interiorizando las virtudes de sus padres colombianos. Trabaja y disfruta su independencia entre los itinerarios solitarios que la llevan del trabajo hasta regresar a la soledad de su aparta estudio cada día. Los años de experiencias vividos en Estados Unidos le dieron la seguridad del caminante y permitieron la obsesión, por sus sueños hasta alcanzarlos, apoyado por sus padres en una complicidad que recuerda con emoción, y hace que cada año busque nuevos pretextos para regresar a su San Juan, que lleva en su alma y en su corazón. Aun así, la mujer se acostumbró a vivir de los recuerdos, de los afectos lejanos, de las voces que la buscan, llamándola y recordándola; el peso de la nostalgia que lleva consigo no es de la tierra, sino el de la soledad y la ausencia del calor humano dejado por sus padres y hermanos. “Vengo a llenarme de memoria”, les cuenta el hombre a sus padres – sus viejos, como los llama cariñosamente – y amigos de la isla. Una semana le basta para que la alegría de Puerto Rico le inunde el espíritu y lo devuelva vital y enérgico a su trabajo, que se goza a plenitud.

Prefiere la lectura de libros en inglés, la música de los Beatles y estar pendiente de los arreglos del apartamento – decorado con espíritu juvenil – refugio y hogar, donde se siente segura y cómoda, sin que le perturbe su soledad. Le encanta romper la rutina y es un alma más en las calles de New York, visitando tiendas, tomándose una vez más una ciudad que conoce, desde muy niña, como la palma de su mano. Combina su tiempo de trabajo con un tiempo, leisure, sacándole el máximo provecho. “Trabajar en lo que uno quiere es parte de la felicidad”, evoco este pensamiento de Bertrand Russell, escuchando al hombre hablar de lo que hace y cómo lo hace a través de Telemundo 44 en Washington D:C, de su alegría al encontrarnos en un país que no es el nuestro, de su entusiasmo sereno y seguro. Con estudios en matemáticas y meteorología, este hombre edificó el camino para alcanzar su sueño que nació desde muy niño, logro del que se enorgullece con humildad, lejos de toda vanidad. Los pronósticos del tiempo son muy acertados en los análisis que este hombre hace a diario para comunicarlos a una gran audiencia en la comunidad estadounidense de habla hispana en Washington D.C.

De vez en cuando la memoria cede paso a la realidad y en su condición de anfitriona, recibe los abrazos que le llevamos, dejándonos sentir la enorme sensibilidad que hay debajo de su rostro serio y escéptico. Nos indaga, pregunta, sonsaca, ella más que nosotros; le contamos los dramas de la familia que conoce y los de oídas, los que nacieron en este siglo, los sueños y debilidades que afrontamos a diario en nuestro país; le respondemos a enigmas de familia que no alcanza a comprender. Nos habla de sus rutinas, su trabajo, de la soledad en el apartamento. Sin embargo, el breve lapso de la visita lo hace intenso y duradero, llenándose del calor de la familia ausente hasta la madrugada. “Estoy acostumbrada a la soledad, no se preocupen, cuando se marchen, quedaré triste, pero con los recuerdos actualizados”, nos dice, en una conexión empática de emociones compartidas y la sensación de la misma sangre latina corriendo por las venas. Al despedirnos, recuerdo unos versos de Frida Kahlo que se me vienen a la memoria, pero que no se los digo: “Merece un amor que se lleve las mentiras, /que te traiga la ilusión, /el café/ y la poesía/”. También el hombre solitario nos despide como ese anfitrión que se lamenta de la brevedad del tiempo – situación que no puede controlar como autoridad del tiempo, en un tiempo subjetivo y humano – disfrutado en la risa, el conocimiento, la compañía y amabilidad, en este país donde se habla la lengua de Shakespeare, sin embargo, hemos abierto un paréntesis en la lengua de Cervantes, viendo llegar la noche con sus luces en los altos edificios de Washington D.C. Disfruta su lengua el hombre y entre chanza y chanza, nos recuerda los versos del escritor puertorriqueño Díaz Marrero: Esencia de la patria/ ¡tú eres la estrella/ en el triángulo azul/ de mi bandera!/.

Dos historias de personas de habla hispana que tejen a diario su destino como líneas paralelas, sin encontrarse, aunque, quizás, alguna vez se cruzaron en el distrito de Brooklyn, o ella le ha visto, durante la cena, a la hora del noticiero – con cierta indiferencia – cuando el hombre con autoridad meteorológica predice y aconseja sobre el tiempo. La mujer persevera en su soledad, sin el deseo de regresar a un país que lleva por dentro, pero que no conoce; es feliz con las visitas que recibe de familiares y amigos, después de cada despedida vuelve la nostalgia del recuerdo y la añoranza de los abrazos perdidos. El hombre, amigo del tiempo, es consciente de la existencia vivida, de los triunfos logrados, dueño de una memoria anclada en la isla paradisiaca que lo vio nacer, y tira de él. Visitarlo es remover la memoria, las palabras y el deseo del regreso. Eso lo mantiene vivo y optimista.

7.

Regreso a la memoria, regreso con los míos, a los que olvidé por un momento en este paréntesis de la vida. Pero basta con dejar de ser un viajero – turista que partió, ahora soy el viajero que regresa, a rebuscar lo que la memoria me guarda y permanece ocultó como un olvido pasajero. Regreso a mi país, a la memoria que siempre ha estado conmigo, a la memoria que reclama mi presencia y abre los brazos del olvido para que afloren nuevos y viejos recuerdos. También regreso para alimentar la memoria con los que partieron y los advenedizos que se ganaron un espacio en mi corazón. No regreso para llenarme de discordias, tampoco de odios y malos entendidos, sólo regreso para confirmar que, en mi ausencia, mi país sigue igual de mentiroso, de amenazas, vociferaciones y discordias sobre los que han caído. Aunque no todos somos así. Entonces me siento bien porque no he sido el causante de nada. Quiero que sepan que estoy aquí por mi memoria, que vaya donde vaya irá conmigo, por eso prefiero venir a ella y anclarme en este país que tanto quiero.

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