Homenaje al amor

Con el último golpe mortal, que recibo, el de Helena Yamile, completo cuatro, de esos tan dolorosos, en los que uno también se siente morir.  Primero el de mi joven madre de   57 años, siguió mi padre querido, 74, y después Silvana Helena, la hija de 17, mi ángel que en la gloria está; gozando los tres de la celestial visión divina.

El de mi amada esposa es, tal vez, pasado el tiempo de los otros, el que mayor pesar me produce cuando va acompañado de la absoluta soledad que ya experimento ante su ausencia definitiva. Su gallarda presencia es irremplazable. Soledad que apenas comienza. Pido a Dios me dé la fortaleza necesaria para soportarla.

Mi pelaita, como le decía de novios, tenía 15 cuando de ella me enamoré hace 58 años. “La cabellona” le apodaron mis compañeros internos del Hospital Santa Clara en Cartagena, por la espléndida y negra cabellera que adornaba su esbelta figura. 

El 14 de agosto pasado cumplimos 55 años de haber recibido la bendición nupcial, las Bodas de Esmeralda. “Mi viejita” la llamaba, socarronamente en estos últimos días. A lo que ella, respondía también con burla juguetona “no señor, respete, viejo tú, viejito y decrepito”.

Según las teorías freudianas del Complejo de Edipo, el hombre busca una mujer para casarse que tenga bastante parecido con su madre. Privilegiado yo que la encontré no solo con la dulzura y ternura de mi madre sino también con el carácter inquebrantable y rectitud a toda prueba de mi padre. En su distinguida personalidad se conjugaban las virtuosas características de mis dos progenitores.

Helena me cuidaba, vivía pendiente de mi en todo, como si yo fuera el mayor de sus hijos. Cuando los vástagos ya grandes abandonaron el nido este sentimiento maternal se hizo más presente y amoroso.

De una fidelidad y honradez sin tachas mi viejita llamaba la atención con sutil severidad cuando la embarraba. Me disciplinó, enseñó a ser ordenado a tener su “Potosí”, como orgullosa calificaba a nuestra casa, como una tacita. 

Con mediana escolaridad era una mujer sabia. Con una sabiduría natural que no la otorga el conocimiento ni la academia. Sabía de todo, historia, arte y culinaria, en especial. Sus manos, su destreza eran prodigiosas, como la de toda una artesana. Tenía el sexto sentido más agudo que yo haya conocido. Gozaba de una poderosa intuición a la que yo tenía pánico por lo acertada de sus premoniciones.

Presintiendo su destino final a cada momento, desde que comenzaron los malestares que acabaron con su vida, machacaba su infinito amor hacia mí. “Teobaldo te he querido y te quiero tanto que me duele dejarte solo. Tengo la seguridad de que me voy a morir primero que tú. Tú no sufres de nada”.

Muy pocas veces se equivocaba. Su vaticinio fatal se cumplió.

Doy gracias a Dios por haberme permitido la dicha de compartir su admirable existencia. Yo la ame, ella me amo. Nos amamos sin límites, eternamente enamorados, en un romance que no acaba con su muerte porque estoy seguro de que ella, desde el alto cielo, seguirá vigilante mis pasos y cuidará como el viejito suyo que soy.

Agradezco a todos su presencia en este homenaje, un homenaje al amor, al amor que Helena a todos prodigó con la entrega generosa de su vida y que ustedes, igualmente, retornan a ella con suficiente aprecio y cariño

¡Salve tú, amada mía! porque fuiste una gran mujer, esposa fiel, abnegada madre, abuela consentidora y servidora desinteresada de cuantos a ti se acercaron en busca de ayuda.

Descansa en paz reina mía. Te amo.

Bendita seas por siempre, Amen. Gracias.

Sin ella

Sin ella, a mi lado, se me apaga la vida

en la asfixiante soledad matutina

en las lúgubres horas, del ocaso vespertino

y en las noches de insomnio, interminables, sombrías.

Sin ella mi frágil existencia no tiene sentido;

Nada, a mi corazón, solitario y afligido, embelesa

En desidia, envuelto, cae mi ánimo abatido.

Todo mi ser padece un síndrome agudo de tristeza

Sin ella, en el dulce hogar donde su gracia reina

El joven Juan, va y viene, con su flauta lastimera,

Lloran sin consuelo, en altares de rústica madera

Una y mil vírgenes que añoran su presencia.

Hasta el inquieto canario silenció su tocata de maitines

Tango, el perro fiel, calmó su cola, de hastío lleno;

Antes rosadas y olorosas, ahora pálidas y marchitas

Lucen las flores de la Habana que tanto consentías.

Te fuiste, amada mía, y la dicha, presta, voló,

Llevándose el aura santa que a nuestra casa bendecía;

¡vuelve pronto! Te ruego, rebosante de paz, de alegría

Al trono sagrado donde te di mi amor y tú me querías.

2 thoughts on “Homenaje al amor

  1. Mis 𝙘𝙤𝙣𝙙𝙤𝙡𝙚𝙣𝙘𝙞𝙖𝙨 𝙖𝙡 𝙙𝙤𝙘𝙩𝙤𝙧 𝙏𝙚𝙤𝙗𝙖𝙡𝙙𝙤 𝘾𝙤𝙧𝙤𝙣𝙖𝙙𝙤 𝙮 𝙨𝙪 𝙛𝙖𝙢𝙞𝙡𝙞𝙖, 𝗽𝗼𝗿 𝗲𝗹 𝘀𝗲𝗻𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲 𝗳𝗮𝗹𝗹𝗲𝗰𝗶𝗺𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼 𝗱𝗲 𝘀𝘂 𝗲𝘀𝗽𝗼𝘀𝗮, que el señor os brinde resignación y fortaleza en estos aciagos momentos. Este escrito me parece un buen homenaje a su compañera de vida, que ha pasado a la casa celestial.

  2. Bello texto que resalta el amor compartido y la soledad; que sigue amando a su amada y se sabe amado en las evocaciones de su memoria, en el regocijo misterioso de traerla nuevamente cada vez que la desee a la realidad vivida y a los sueños, que les permiten el gesto solitario del encuentro. Bello homenaje capturado en la prosa y la poesia del escritor

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *