Se cayó el puente de la 30

Wensel Valegas

“Del puente para allá, Soledad,

del puente para acá, Barranquilla,

para allá, o para acá,

todo depende la ubicación del hablante”.

Tarareo de un salsero, parafraseando, Del puente para allá. Grupo Niche.

Acostumbro a ver las noticias digitales por las mañanas, muy temprano. Esa mañana del viernes, 31 de mayo del presente año, leí y observé en mi celular noticias y videos de amigos y conocidos sobre la tragedia local. “Se cayó el puente de la 30”, fueron los primeros comentarios en las redes sociales y la radio local, avisando a los que viajamos a Soledad, o a Barranquilla, a cambiar la ruta para llegar al destino cotidiano. A las cuatro y treinta de la mañana, después de leída la noticia y ver algunos videos, evoqué a Soledad, municipio que llevó en el alma. Una tristeza me invadió ese viernes. Como nativo, ciudadano, soledeño, atlanticense, colombiano y hombre global y planetario, pensé en la tragedia, en el profundo dolor de las familias, la angustia de los heridos, en qué dirían los gobiernos locales, regionales y nacionales. No sé por qué vino a mi memoria el buque de carga Dali derrumbando el puente Francis Scott Key de Baltimore, ciudad tejida por puentes en medio de los altos edificios, en marzo, que dejó un saldo de seis obreros muertos.

¿Por qué se hundieron las placas del puente de la 30?, ¿quién asume la culpa del accidente?, ¿qué pasará con las especulaciones y las esquivas responsabilidades de la tragedia? El puente en el entorno de la entrada y salida de Soledad es un punto neurálgico del tránsito de vehículos, que desde el día del accidente evidencia la fragilidad en las vías de acceso.  Por encima y debajo del puente, – antes de la tragedia – autos, buses, motos, transitan hacia el resto del departamento del Atlántico y el Magdalena; Barranquilla y Soledad; también los que buscan la circunvalar hacia los municipios de las zonas río, centro y mar en el departamento; las personas que viajan a Cartagena.

Al igual que la pandemia, hace ya dos años, esta tragedia desnuda una vez más nuestra vulnerabilidad e impotencia como seres humanos, convirtiéndonos en el auditorio de las explicaciones políticas, técnicas y sociales; de las opiniones críticas de la gente, que analizan y esperan explicaciones de la administración, o de quién corresponda; del caos vehicular que se presenta en las vías aledañas, por ser el lugar de la tragedia epicentro de escuelas y colegios y la anticipación de la noticia por los gobernantes, informando el cierre total del puente en un tiempo incierto, sobre todo ahora que las lluvias arrecian. La situación se hace patética en la calle 30, frente al almacén Tauro, cuyo arreglo es demasiado lento, “quizás esperando que llueva para alzar los costos de la obra”, es el comentario a voz populis que brota del imaginario de la gente. Las calles aledañas al puente no están en las mejores condiciones, unas están pavimentadas y estrechas, otras sin pavimentar, prácticamente intransitables, presentándose caos vehicular, sobre todo en las horas pico.

“Nadie quiere cobrar por la muerte de un familiar, pero alguien tiene que hacerse responsable, esto no puede quedar impune”, son las voces en la radio, en los audios y textos por WhatsApp de personas solidarias con el dolor de los familiares que aún se encuentran en estado de shock.

Al igual que la pandemia, hace ya dos años, esta tragedia desnuda una vez más nuestra vulnerabilidad e impotencia como seres humanos, convirtiéndonos en el auditorio de las explicaciones políticas, técnicas y sociales; de las opiniones críticas de la gente, que analizan y esperan explicaciones de la administración, o de quién corresponda; del caos vehicular que se presenta en las vías aledañas, por ser el lugar de la tragedia epicentro de escuelas y colegios y la anticipación de la noticia por los gobernantes, informando el cierre total del puente en un tiempo incierto, sobre todo ahora que las lluvias arrecian.

Wencel Valega

Lo que sí es evidente, como lo demuestran fotos y videos es el área socavada que causó el hundimiento y derrumbe de placas. Las hipótesis van y vienen, circulan entre los técnicos y las conjeturas de la opinión pública. Las filtraciones persistentes han debilitado estructuras y cimientos; la falta de mantenimiento, tener un presupuesto para infraestructuras, deben considerarse en el Plan de desarrollo del municipio. Esta tragedia es un llamado de atención para evitar que estos episodios sean recurrentes a futuro. En medio del caos, las conversaciones de esquina, los memes por WhatsApp, la gente se pregunta, ¿qué se hace el dinero de los impuestos que se pagan?, -¡se lo roban!-, es la respuesta que hace sinergia y se ancla en el inconsciente colectivo. Brotan interrogantes de la opinión pública, ¿cuántos puentes hay en Soledad que requieren mantenimiento inmediato?, ¿cuántos edificios y colegios padecen el silencio incisivo de las filtraciones que socavan las estructuras?   

Las ciudades amigables y vivibles necesitan ser pensadas para el bienestar de la gente. Ciudades seguras para transitar, caminar por ellas, usufructuarlas para el esparcimiento; que la seguridad de una ciudad pensada y planeada se transfiera a la seguridad social. Ojalá, ante la situación que se avecina, se establezcan planes de contingencias – que nunca se ha evidenciado – para que la movilidad vehicular fluya de la mejor manera. En ese plan habría que considerar la presencia de la administración local en lo que concierne a infraestructuras, parte jurídica, indemnizaciones, educación, orientación vial y adelanto de obras.

Hay que quitarse de la cabeza el imaginario de fronteras, reconociendo que Soledad y Barranquilla tienen que apostarle, en un ejercicio y consenso político, al bienestar de la gente, con la participación y mediación del departamento. Un ejercicio político sencillo que permita deponer los intereses particulares y se enfoque en la calidad de vida de las personas que viven en ambos municipios. Reconocer que se puede ser solidario, aunque no se tenga la culpa, ni que sea competencia porque no es parte de una jurisdicción territorial específica, ya sea municipal, distrital, o departamental. Deponer, además, las emociones negativas, los egos y el egoísmo, que afean al hombre o la mujer políticos. Una discusión con altura, donde se reconozcan como gobernantes, sin importar si son o no del mismo grupo política.

Hemos avanzado casi veinticinco años este siglo XXI y no puede continuarse con los mismos errores y creencias, vicios e intolerancias. Los colores ya no importan, tampoco las ideologías que se confrontan e intentan imponerse unas sobre otras. Lo importante es reconocernos en el dolor, el sufrimiento, la muerte y la solidaridad; con esas personas que esperaron con ansía a que le fueran entregados sus muertos en las frías salas de medicina legal, necesitadas del apoyo psicológico, por el trauma ocasionado por la tragedia en la salud mental. No se puede estar ajeno a la tragedia, tampoco darle la espalda, mucho menos ser indiferentes.

Al tiempo que escribo estas líneas, reflexiono un epígrafe leído en la obra de Hemingway, Por quién doblan las campanas, “la muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad, por tanto, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”, afirma el poeta inglés, John Donne. Sigo leyendo al poeta y no puede uno quedarse inmune ante las circunstancias trágicas vividas en estos días, rescatando en esta lectura una frase coherente con la anterior: “nadie es una isla por completo en sí mismo; cada hombre – y mujer – es un pedazo de un continente, una parte de la tierra”. Sin embargo, guardo la esperanza que un día dejemos de ser islas y puedan tenderse puentes para festejar la vida y el bienestar de las personas.

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