Relación entre emociones y sentimientos en el vivir humano

Humberto Maturana afirmó que toda acción depende de una emoción. Si queremos conocer cómo va a actuar una persona en un momento determinado debemos identificar las emociones en las que fluye, por cuanto las emociones determinan las acciones e incluso influyen en la configuración cognitiva del ser humano. Por ejemplo, los efectos de las emociones sobre la inteligencia humana varían. De esta manera, la inteligencia puede reducirse debido a la ambición, la competencia y la envidia; en cambio el amor puede expandir la inteligencia humana. ¡Así es!, como afirma el poeta, canta autor cubano Silvio Rodríguez en una de sus hermosas canciones: Sólo el amor convierte en milagro el barro, sólo el amor engendra la maravilla. Sólo el amor puede transformar al mundo.

Cuando alguna persona tiene vergüenza, enojo, pena, miedo o cualquier otra emoción, y nosotros la observamos, lo que decimos es que tiene determinada conducta particular para cada emoción. De esta manera, si vemos que alguien tiene ira en determinada situación, podemos afirmar que esa persona va a actuar de determinada manera. De ahí que sea necesario para el profesor conocer y ser capaz de identificar las distintas emociones que puede observar en sus estudiantes, para intentar reorientarlas y direccionarlas de manera adecuada.

¿Qué significa direccionar las emociones? 

  • Identificar nuestras emociones.
  • Evaluar, regular y proyectar nuestras emociones.
  • Reconocer las emociones de los demás.
  • Reorientar las emociones de los demás.

Para cada operación o acción de las biopraxis humana podemos identificar una clase específica de emoción, la cual, según Maturana configura los espacios relacionales en que las conductas tienen lugar, y es por esto que cada emoción da a todas las conductas que surgen desde ellas su carácter como acciones de la misma clase. Al mismo tiempo, nada ocurre fuera del emocionar, y toda conducta surge en el fluir del emocionar.

Las conductas relacionales humanas están determinadas a cada momento por las emociones. El ser humano no puede vivir sin emociones por cuanto éstas constituyen la configuración dinámica en la operacionalidad de la vida.

Las emociones son distinciones que un observador hace sobre las regularidades del fluir relacional de otro ser, que puede ser él o ella misma. En tales distinciones un observador hace una abstracción de la clase de conductas relacionales que una persona exhibe, y denota esta conducta con un nombre específico como un modo particular de relacionarse, sin referirse a ninguna conducta en especial.

Maturana hizó hincapié en la autoestima y en el mundo emocional de los niños, de tal manera que la educación debe servir para llevar al niño a un saber que tenga que ver con él mismo, con sí mismo, con sus emociones, con su medio, de tal manera que pueda reflexionar sobre todo ello, (volver hacia sí mismo), y orientar sus actitudes de forma positiva hacia el otro y hacia el mundo, para mejorarlo. De lo que se trata entonces es de aceptar nuestros errores y considerarlos oportunidades de cambio, por cuanto la función formativa de la educación es reforzar la identidad del niño para que sus errores no la nieguen.

Como afirmaba Maturana, no debemos castigar a nuestros niños en función de lo que no saben ya que lo que debe hacerse es valorizar su saber; hay que guiar a los niños hacia un aprendizaje procedimental que esté relacionado con sus biopraxis cotidianas, y no hacia un saber que no tiene nada que ver con el mundo. Debemos valorar lo que el niño es, lo que sabe hacer, y no señalar solamente lo que no sabe o sus errores. De esta manera, los seres humanos vivimos diversas emociones muy diferentes a las emociones que viven otros seres que no viven en el lenguaje. Pero fuera de nuestras biopraxis lingüísticas los seres humanos vivimos un emocionar similar al de otros seres vivos no humanos, en la medida en que participemos del mismo tipo de relaciones. La emoción define la acción, y por ello Maturana dice que si uno quiere saber cómo va a actuar una persona debe mirar la emoción y viceversa, si uno quiere saber la emoción en la que fluye un ser humano, debe mirar la acción.

La emoción, como fenómeno biológico, pertenece a la relación y es un modo de fluir en las biopraxis humanas, no es causada por lo orgánico, aunque, por supuesto, lo involucra. Lo que sucede es que lo orgánico configura la dinámica corporal desde la que se genera la dinámica relacional en la que identificamos las emociones como dominios de acciones y operaciones. Además, los cambios orgánicos dan origen a cambios en el fluir relacional del ser humano, que se manifiestan como transformaciones en nuestro emocionar. Por otro lado, como la dinámica orgánica cambia según las contingencias de las interacciones del sujeto, ésta fluye articulada por lo que sucede en las interacciones de éste. La transformación somática no causa lo relacional, ni lo relacional causa el cambio fisiológico. Se trata de fenómenos y procesos que no se intersectan, pero que si se influyen de manera mutua en una dinámica de generación reciproca a través de las transformaciones configuracionales que el ser humano y el entorno se perturban mutuamente en sus interacciones recurrentes en las biopraxis humanas.

Maturana aclaró que al hablar de las emociones como estados funcionales orgánicos, incluyen en el concepto de emoción a los estados de ánimo, que corrientemente se incluyen en la configuración afectiva. La configuración emocional configura un fluir de una emoción a otra en el fluir de las biopraxis humanas. En el emocionar la dinámica relacional del ser humano cambia al cambiar la configuración de su dinámica configuracional interna, y este cambio modifica el ámbito de sus acciones posibles. Pero el fluir del emocionar en cada sujeto no es cualquiera, es uno que surge de las coherencias de sus biopraxis, y las coherencias de las biopraxis de un sujeto no son cualesquieras, sino aquellas propias de su relación en el entorno. De modo que cada ser humano manifiesta distintas emociones particulares según la historia particular de sus biopraxis.

Frecuentemente les exigimos a nuestros hijos que deben controlar sus emociones, con lo cual las negamos, rechazamos y les quitamos su verdadero valor, por cuanto las emociones no se pueden controlar, ya que son el fundamento de las biopraxis humanas. Pero sí podemos observarlas, identificarlas, analizarlas, y al hacerlo, podemos gestionarlas, redireccionarlas, reorientarlas, y crear condiciones para modificarlas y así cambiar de acción

¿Puedo cambiar entonces mi emoción?, le preguntaron a Maturana en una conferencia. Y Maturana contestó que sí, que si en el diálogo entre seres humanos hay una discusión negativa y crítica destructiva o agresión, y de momento tú decides no continuar en esa dinámica relacional nociva, comienzas a tratar diferente a ese persona y en ese sentido has cambiado de emoción.

Las emociones son lo que nos guía, son nuestra brújula, el hilo conductor de nuestras biopraxis. Incluso, las emociones determinan el éxito o fracaso de una actividad, no es lo racional lo que determina el éxito sino lo emocional, que está en la base de la solución de cualquier conflicto.

Maturana emprendió un camino tortuoso hacia la búsqueda de las seis emociones básicas. Susan Boch le propone a Maturana que bailen con las emociones que ella llama básicas, con las cuales ha estado trabajando hace tiempo. Son seis, para ella, y no más:

  • La alegría (risa)
  • La tristeza (pena, llanto)
  • El enojo (ira, rabia, agresión)
  • El miedo (angustia, terror)
  • Y las dos formas básicas de amor, el amor erótico y el amor ternura.

Por otro lado, Maturana aportó una tipología de emociones, a partir de la descripción de las conductas relacionales que implican como modos de relacionar. Esta tipología incluye al amor, la agresión y la indiferencia.

Las emociones están muy relacionadas con los sentimientos, ya que éstos, como configuraciones afectivas ocurren como resultado del surgimiento de un nuevo tipo de generalización que transforma a las emociones en sentimientos.

Este es el momento de hablar de la dinámica de transformaciones configuracionales involucrados en lo que el observador identifica como las emociones a diferencia de los sentimientos.

Según Maturana, el sentimiento aparece en una mirada reflexiva en la que uno se toca a sí mismo y aprecia cómo está su “corporalidad” en su emocionar, para lo cual es necesario fluir en biopraxis lingüísticas. Para tener sentimientos hay que vivir en el lenguaje, por eso sólo los seres humanos tenemos sentimientos.

Con respecto a la expresión de las emociones, Maturana pensaba que las emociones no se enuncian, se vivencian. El observador que hace una apreciación del emocionar del otro, percibe que la conducta del otro revela su emocionar. Lo que se expresa es el sentir o sentimiento, en circunstancias de que el sentimiento es una apreciación que uno hace sobre cómo esta uno o el otro en su emocionar, en la que, podría decirse, uno se toca a sí mismo o al otro descubriendo el emocionar en que se encuentra. Lo que pasa es que al hacer uno una apreciación sobre le emocionar del otro, uno frecuentemente opina sobre el sentir de éste, y habla en términos de esta opinión diciendo que el otro expresa su emoción.

Maturana coincidió con otros autores en que el sentimiento no es la emoción, el sentimiento aparece al atender a como se está en la propia corporalidad en la distinción que distingue como se está en el emocionar, en cualquier ámbito relacional. Nosotros, los humanos, al vivir en el lenguaje, aprendemos a distinguir sentimientos en la convivencia, en las coordinaciones conductuales que traen a la mano la propia corporalidad y la corporalidad del otro en el emocionar.

La distinción entre emoción y sentimiento es fundamental porque la existencia de emociones no requiere del lenguaje, y es propia de todos los seres vivos, en cambio los sentimientos si requieren del lenguaje porque surgen en la reflexión con que se mira como está en el emocionar, y la reflexión es posible sólo en el existir del lenguaje.

Según Maturana, en nuestra cultura hablamos de expresar emociones porque nos aproblemamos con nuestro emocionar, y en vez de encontrarnos con el otro en el fluir normal de un coemocionar, hablamos de lo que nos pasa en términos de sentimientos. Cuando hacemos esto último no nos encontramos con el otro sino con nuestra descripción de lo que suponemos que él o ella sienten, o de lo que nosotros sentimos.

Un ser humano vive sus emociones en los ámbitos relacionales humanos que le toca vivir. Las emociones, como había dicho Maturana, no se expresan, se viven. Sólo los sentimientos se expresan, en tanto pertenecen a identificaciones en el lenguaje sobre cómo se está en el emocionar en un ámbito relacional configurativo. En fin, las emociones son acciones conductuales relacionales y los sentimientos configuran la apreciación reflexiva sobre cómo se está en el emocionar. Las emociones no requieren de lenguaje, los sentimientos sí. Las emociones fluyen en el accionar de las biopraxis humanas, y los sentimientos surgen cuando un observador que vive en el lenguaje los nombra y distingue al observar la conducta de otro ser humano o su propia conducta.

Frecuentemente les exigimos a nuestros hijos que deben controlar sus emociones, con lo cual las negamos, rechazamos y les quitamos su verdadero valor, por cuanto las emociones no se pueden controlar, ya que son el fundamento de las biopraxis humanas. Pero sí podemos observarlas, identificarlas, analizarlas, y al hacerlo, podemos gestionarlas, redireccionarlas, reorientarlas, y crear condiciones para modificarlas y así cambiar de acción, lo cual nos permite recuperar la libertad de reflexionar y actuar de manera responsable mediante un pensamiento configuracional que posibilita salirnos del apego que niega el carácter emocional de nuestras decisiones que, aparentemente, son racionales, pero en realidad somos seres humanos emocionales.

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