Me preguntaron unos niños de la
Escuela Antonio Nariño, oiga señor:
¿Por qué escribe? Y yo les pregunté:
¿Y por qué ustedes no leen?
Yo soy un escritor del patio, un amante
Feliz de la derrota.
Pedro Conrado Cúdriz
Leí el poemario del escritor tomasino, Pedro Conrado Cúdriz, La levedad de lo mínimo, y en el lapso de diez meses, innumerables veces. No es la extensión de la prosa, ni largos los versos leídos, es la palabra exacta, ajustada a la imagen poética. Hace más de treinta años lo conocí en una sala de profesores universitarios y en los recesos fue surgiendo el escritor y poeta. Su semblante tranquilo era relajado y optimista, franco e inquisitivo en la conversación. Su mirada reflejaba la ingenua curiosidad del niño que juega con las palabras. Leía sus textos breves enriquecidos por lúdicas metáforas, compartiéndolos sin egoísmos. Reconozco que sentí vergüenza al escuchar sus cuentos fugaces, sus aforismos profundos y sus poemas, escritos con la responsabilidad del escritor. Nunca lo supo, pero escuchándole comprendí que la literatura requería de una disciplina de lecturas y ejercicios escriturales.
Como los griegos antiguos, Pedro Conrado, se ganó el derecho al ocio, a un tiempo total para sí – en palabras de Robert Boullon – a su disposición, enfocado en la salud corporal, sus lecturas y escritura, las conversaciones con amigos y consolidación de proyectos que lo obligan a pensar su municipio, Santo Tomas Todos Los Libros, es uno de ellos.
A continuación, me referiré a su Poemario: La levedad de lo mínimo, lectura breve, de alta exigencia interpretativa que requiere detenerse y pensarla.
“Al fin y al cabo, el mayor placer nos lo dan los fragmentos”, expresión de Berhard, en la que Conrado le encuentra asidero a su poemario, porque la vida es un retazo efímero, sin uniformidad, salta, retrocede o se adelanta; es la ambivalencia de un relámpago fugaz de alegría o tristeza. La velocidad de los cambios y manipulación consumista obnubilan la leve percepción de los detalles, que asombran a los niños ante lo inaudito y novedoso. Es la ligereza de la insignificancia del instante mágico en una puesta de sol; de imaginar a Isabel viendo llover en Macondo en un día gris; del viejo Eguchi contemplando la mujer desnuda, que duerme en La casa de las bellas durmientes. Son textos de belleza natural que juegan con el lector en un ejercicio de profunda exquisitez. Apostarle a lo leve y breve no es fácil, exige en su construcción y difícil en quien se asume lector. La palabra se sopesa y el verso encuentra su ritmo y armonía en la historia que narra. Versos que estimulan la imaginación, que promueven conjeturas, diálogos en torno a la breve exactitud del detalle.
En los poemas de Pedro Conrado Cúdriz no hay tiempo para divagar, pero sí para sorprenderse con el sin – sentido de una lógica particular: la tierra tropieza con un gato y uno se cae. El acogedor y cálido abrazo natural del patio, que provoca “el alimento espiritual del territorio humano”, en un ejercicio interpersonal. La magia emanada del mitómano y la ingenuidad del oyente incrédulo, asombrado ante el ritmo y el goce empático que establece con el narrador. La ironía del sordomudo que solicita silencio en su epitafio para vivir una muerte en paz, escribiendo su voz con cierta burla ante los que merodean su tumba.
Leer los poemas de Pedro Conrado es reconocer su disciplina y experiencia forjadas en la soledad de la escritura. Su trabajo está a la altura de los escritores leídos, que en sus lecturas lo impulsan a encontrar su estilo particular. Leerlo es evocar la poesía precisa de Basho, poeta itinerante, preciso en las palabras de sus haikus, que los críticos denominan propio de un estilo peregrino y errabundo, descritos en sus Diarios de Viaje. Desde esa óptica, el escritor recorre el departamento y su municipio, a pie o en bicicleta, toma notas del entorno, de su política, no deja nada al azar como buen observador. Retirado de sus obligaciones laborales, lleva una vida sencilla y sabia en su Santo Tomás del alma, como un Henry Thoreau, exiliado a voluntad en la soledad, aislado del bullicio de las ciudades, fiestas y encuentros públicos. El poeta es feliz lejos de la ciudad en medio del amor de su familia y vecinos, en el pueblo que le vio nacer y lleva consigo en su corazón. Además, papel y lápiz, le bastan para escribir el mundo natural y cultural, contemplado desde su hogar, sin evitar pensar en la afirmación de Thoreau: “las flores son los colores diversos de la luz del sol”.
El poeta tomasino orienta y sugiere al lector, invitándolo a leer entre líneas, agudizando los sentidos para ver, oler, saborear, escuchar y tocar las palabras; a vivir su experiencia de interpretación y jugar con los significados que habitan en las palabras, aprehendiendo desde los sentidos a sentir la Levedad De Lo Mínimo
Cada texto invita a una lenta y paciente lectura que exige detenerse a pensar y elaborar conjeturas. Las historias contadas le provocan inconformidad, o simplemente dejan la conformidad justa de las palabras exactas. Así se degusta el descanso placentero de la muerte en una tumba propia, señalando la estadía final, quizás para las visitas dominicales; o la extrañeza del viento empujado por las alas de los pájaros. El astuto ladrón que aprovecha la ocasión de un Pedro entretenido en un amor iluso con Marlines, dejándonos la misteriosa inquietud de adónde se llevó los besos de aire robados. “La infancia regresa a gritos en mis zapatos”, es la nostalgia del escritor, aunque sus pies ya no son los mismos, evoco a Neruda: el pie del niño no sabe que es pie /y quiere ser mariposa o manzana. Es la infancia en la conciencia del narrador cuyos pies cansados y peregrinos han envejecidos.
Poemas ligeros y breves atrapan al lector con su ironía, pequeñas historias que traen consigo asombro, duda y la extrañeza de la sinrazón. Nos acostumbramos a la belleza evidente que nos impacta sin esfuerzo y sin saber qué hacer con el crepúsculo, perdiendo el impulso para indagar el misterio inusitado en una tarde vespertina. Un balón sale del estadio surcando los aires, cae del cielo y el eterno gato en la ventana observa su caída, deseando – un instante – que sea pájaro y lo sueña viendo el balón. O quizás el gato se junte al vértigo de una persecución aérea del niño con las llaves de un auto en su boca. Los tiempos de juego han quedado en la mortal memoria de la infancia y no en la madura eternidad que los revive en la ventana. Son las conjeturas entrelazadas en una levedad explicita y fugaz.
En el ejercicio de la vida somos mortales que un día no estaremos y todo seguirá su curso. El dolor es parte de esa leve brevedad del duelo apaciguada en la conciencia de los que quedan. Incluso las piedras poseen una vida efímera, que nadie llora. El amor se extingue, pero hay que atizar su fuego, escarbando en las cenizas, aunque la incierta luz se apague y no baste reanimarla. Estamos sujetos al dolor del amor que nos deja, a considerarlo un asesino más.
En el proceso de lectura, Sobre La Levedad De Lo Mínimo, el espejo regala la experiencia del asombro y el reencuentro con uno mismo. El escritor alude a la experiencia de la edad cumplida, la misma de sus libros, del efímero tiempo inmerso en la puntuación de los versos. Aunque la fortaleza de la noche es la oscuridad, su debilidad se descubre en el ojo brillante de la luciérnaga que espanta las sombras. Se escribe el poema/ Para ojos profundos, advierte el bardo en su poética.
El amor es apertura a la esperanza compartida en una cama para dos, pero existe el secreto deseo del amante a usarla con un tercero, quizás cuando el otro no esté, ¿o la otra?, es lo que imagino en ese ejercicio de libertad interpretativa. Escapamos al influjo del amor porque no está muerto y persiste en su acoso al sujeto inocente. Aunque se diga que el amor no existe es necesario un pacto para mantenerlo encendido; aun sabiendo que es un asesino, amaremos sin importar que nos deje saldos de abandono, soledad y una herida de muerte, y nos cueste seguir en la continuidad de la vida. En Intermitencias sobre la muerte, Saramago, se burla de la parca en una historia donde la gente no muere, sin embargo, Conrado, poetiza una muerte insatisfecha, glotona y vacía, a la que se desafía cuando se ama y lo volvemos costumbre sin importar el final y sin predecir la osada consecuencia de un “te quiero”.
Finalmente, no hay algo más triste que preguntarnos, qué hacer con las matemáticas del hastío, ese espacio que trae consigo el aburrimiento, donde la vida nos robotiza y la costumbre pierde el entusiasmo de la novedad en una rutina reiterativa hasta la saciedad, ahondando en la psiquis colectiva; aun sabiendo que duele nos conformamos con su invasión, sin importar la ruptura de las costumbres que infunden en las personas el placer de vivir.
El poeta tomasino orienta y sugiere al lector, invitándolo a leer entre líneas, agudizando los sentidos para ver, oler, saborear, escuchar y tocar las palabras; a vivir su experiencia de interpretación y jugar con los significados que habitan en las palabras, aprehendiendo desde los sentidos a sentir la Levedad De Lo Mínimo en el mundo circundante, como bien lo amplia en su Poética: Se escribe el poema/ Para ojos profundos/ Ojos buscadores de luz/ Ojos para descubrir la/ imaginación de las palabras.
Muy temprano despierta su acostumbrado optimismo, se sabe observado por el insomnio de la luna, que le susurra con voz amarilla: “No estás solo”. Acude al Mindfulness, respira y pedalea solitario en el silencio de las veraniegas madrugadas. En la penumbra del día medita y pedalea sobre sus propios versos, Yo soy un escritor del patio, un amante/ Feliz de la derrota. Deja que divaguen y se esfumen en su imaginación. Sin embargo, aunado al esfuerzo corporal surgen las convicciones de su yo poético y espiritual, valorando el instante presente, el tesoro de los recuerdos, la experiencia del entorno, que lo conducen victorioso a la riqueza de su mundo interior, de la cual carecen los ciclistas y atletas consagrados.
Bibliografía.
CONRADO, Cúdriz Pedro. Poemario. La levedad de lo mínimo. Edición Pie de Luna. 2024
Noticias de un Diario Literario. Colección Pie de Luna. Barranquilla. Colombia. 2024