Al concebir la historia como una serie de batallas,
el supremo bien, piensa la humanidad, es la pelea.
Anton Chejov. Solo lo inútil es placentero.
Dos miradas se encuentran. Dos rostros que el mundo conoce, que le dan la vuelta al planeta, destilando orgullo e inmodestia con el propósito oculto – entre otros – de trascender en toda la galaxia a la que pertenecemos. Aunque no se quiera estamos obligados a verlos en las redes, incluso, surgen intempestivamente como noticias de última hora en la tele. Dos rostros, dos miradas, que a veces se enfrentan, en otras ocasiones se esquivan, pero el orgullo y el porte de autosuficiencia les impide bajar la mirada, dar su brazo a torcer. Dos antagónicas miradas, desafiándose recelosas la disputa del poder, justificadas con el pretexto de la identidad de sus pueblos y la supremacía y control del mundo.
Son dos miradas que brillan. Una, muestra el esplendor de la victoria sin reparar en los medios utilizados para justificarla. Se entrecierra y agudiza, escruta a quién le interroga y se le rebela; al que se le opone y se resiste. Una aguda mirada emanada de la fuerza visceral, paranoica, sin parpadeos, inconsciente de sus decisiones compulsivas, instintiva. La otra mirada, fría y serena, acostumbrada al sosiego criminal. Alerta a los brillos inestables que observa y deambulan en esa otra mirada del poder que la desafía y reta, que se vanagloria de la omnipotencia creada, jactándose de la ridiculez de tener al mundo hincado a sus pies, siendo concebida como un dios todopoderoso. La mirada fría es opuesta a la beligerante y escandalosa, respaldada en el exabrupto de las palabras y las sentencias convertidas en edictos; los manoteos disruptivos. La frialdad de la mirada es inalterable, espectadora de la tragedia que habita en la mirada violenta y expresiva, atribuyéndose victorias personales. La fría mirada ensaya el goce de la contemplación que, en el suave equilibrio de las ondas cerebrales, medita sin inmutarse ante las alharacas.
Dos miradas que juegan, cuatro ojos que se indagan. La mirada fría, impasible, carente de emoción deja entrever un mensaje de incredulidad. A pesar del torrente de palabras desbordadas de la mirada visceral, los escépticos ojos fríos titilan ante las necedades de la arrogancia y el despotismo que devasta la historia y destila odios. Sólo el parpadeo rápido en la mirada desprovista de emoción, juega como lo hace el gato con el ratón. Deja entrever una sonrisa, leve y escéptica, ante las promesas y disonantes acciones, que captan la atención de la aldea global. La mirada fría observa y analiza, elucubra y teje conjeturas. Dentro de sí hay un volcán rugiendo, emociones enfriadas, sentimientos inapreciables y ocultos bajo la serena mirada, que la contradicen.
Como dos ajedrecistas frente al tablero, el mundo está expectante. El ceño de mirada fría con leves arrugas muestra atenta concentración. En cambio, la mirada victoriosa, fija en el otro, da la sensación de una alegría artificial, acompañada de tenues surcos en las sienes. No miran el tablero, sólo se miran. Mover una pieza implica bajar la mirada, es perder de vista al contrincante, cederle una oportunidad, piensan convencidos. ¡Qué vergüenza! Se dicen. En ese monólogo interior, reflexionan sobre lo qué dirían sus países. La tensión les abruma, pero el espíritu competitivo la vuelve tirante y obsesiva. A su manera, transfieren lo que piensan. La extrovertida mirada alegre y victoriosa adopta un brillo forzado frente a la lejana frialdad de la mirada asesina y calculadora, que le contempla y estudia sus movimientos. La introvertida mirada, de aparente indiferencia e ironía sonriente en la mirada endurecida, estudia a su oponente sin una emoción que lo delate. Sólo le contempla. Les cuesta hacer tablas, prevaleciendo el espíritu competitivo y desconociendo en sí mismos una posible debilidad.
Soy de la opinión que el mundo en general delegó la responsabilidad y la toma de decisión a esas dos miradas en pugna. Hay un miedo a las miradas que calculan y sopesan cada movimiento; a la frialdad que destella sigilosa, impávida y sin emociones, difícil de leer. Miedo al arrebato de la mirada emocional…
Ningunas de las dos miradas son de fiar para el mundo expectante. Representan la desconfianza en esta sociedad global conducida al caos del cataclismo de la naturaleza y una hecatombe que intimida y aterroriza. Soy de la opinión que el mundo en general delegó la responsabilidad y la toma de decisión a esas dos miradas en pugna. Hay un miedo a las miradas que calculan y sopesan cada movimiento; a la frialdad que destella sigilosa, impávida y sin emociones, difícil de leer. Miedo al arrebato de la mirada emocional sin atisbos de razón y prudencia; miedo al galope intempestivo, que en desbandada ignora las reglas y los derechos, sembrando el caos y la incertidumbre en la continuidad de la vida.
Es un miedo despojado de vergüenza. Del pánico, que, en las noches de insomnio, nos interrumpe el sueño, recordando esa frase inicial de Gabo, leída en El Cataclismo de Damocles: “Un minuto después de la última explosión, más de la mitad de los seres humanos habrá muerto, el polvo y el humo de los continentes en llamas derrotarán a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo”. Y donde los únicos sobrevivientes, “habrán salvado la vida para morir después por el horror de sus recuerdos”. Además, es un miedo presente en las dos miradas que se contemplan con las manos dispuestas a dar un clic, en el tira y jala del drama existencial.
Un miedo que late y llevamos muy adentro en un mundo cada día más distópico. Es una de esas emociones jamás experimentada, que no imaginamos ni concebimos, aunque lo anticipe la literatura y gocemos con fantástica incredulidad las ficciones descritas, sin tener conciencia de cuan cercanas están. Todo deviene del antagonismo de dos miradas emotivas y evidentes, estudiándose: la arrogancia en las emociones de una y la impasible frialdad en la otra. Dos rivales y nosotros en medio del suicidio colectivo en una democracia delegada que no evita nuestra culpa.
En toda guerra hay una población que sufre y quiere persistir en la vida, pervivir, a pesar del horror y la soledad, así lo describe McCarthy, en La Carretera, cuyos personajes, padre e hijo: “Cruzaron la ciudad a mediodía del día siguiente. Casi toda la ciudad estaba quemada. No había señales de vida… todo cubierto de ceniza y polvo. Un cadáver en un portal, tieso como el cuero”. En medio de la desolación, casi a punto de morir, el padre anima a su niño a descubrir el fuego que lleva en su interior, como fortaleza y esperanza en un mundo hostil e incierto que lo hace interrogar al veterano que lo acoge en su orfandad: “¿Tú eres de los buenos?”. Antes de eso el padre le ha confesado que: “la bondad encontrará al niño. Así ha sido siempre y así volverá a ser”. Es la bondad que surge como señal de esperanza en medio del mundo apocalíptico que les toca. Que nos tocará.
Dos miradas obstinadas en ignorar los padecimientos del mundo. Dos tensiones que se equilibran en el respeto y el temor mutuo. Dos fuerzas evidentemente tensas que se mantienen en un equilibrio inestable; en la cuerda floja que un día puede romperse. Estamos muy lejos de ese equilibrio indiferente al que la mayoría del mundo aspira, donde reinen la seguridad y la paz mundial. Esto último no es una utopía; es posible, aunque el supremo bien, – expresión utilizada por Chejov – esté anclado en el imaginario social y cultural de la humanidad como una patología normal de lucha y confrontación ante la omnipotencia del poder.

En el artículo sobre La mirada el autor Wencel Valega, hace el juego literario con dos miradas que juegan, cuatro ojos que se indagan. La mirada fría, impasible, carente de emoción deja entrever un mensaje de incredulidad, a través de su escrito nos muestra diversos tipos de miradas, que a su juicio representan la desconfianza o diría yo ingenuidad en esta sociedad global conducida al caos del cataclismo de la naturaleza y una hecatombe que intimida y aterroriza, toca los grandes temas de actualidad, como las guerras y las amenazas nucleares entre otros aspectos. Es una buena mirada que mira más allá de…