Miro las ramas:/ pasaron treinta años/ en un momento.
Poesía completa. Basho
El espíritu del fotógrafo está atento al instante irrepetible. El fotógrafo y el escritor se hallan inmersos en la paranoia de la vida fugaz. Sus vocaciones los han vuelto acuciosos, recreándose en las nimiedades y el detalle.
La imagen de un amanecer en la costa caribe, y el trasfondo imponente de la Sierra Nevada, emergiendo de la bruma. El vuelo fugaz de las hojas desprendidas por el viento una tarde de otoño. El mar en calma, interrumpido por la estática fotografía del puente quebrado, que aún no se restaura, en las quietas aguas del puerto de Baltimore, Maryland. El canto nostálgico de los pescadores en las noches, regresando al hogar, cuando el río era orgullo nacional.
Las imágenes son recuerdos capturados en la memoria, instantes percibidos en momentos efímeros. El fotógrafo congela el arte de las imágenes, se apoya en el relámpago del flash; el escritor escribe la magia de un ahora eterno que no se cansa de vivir, recrea con su prosa lo que observa su imaginación o lo que padece y requiere ser contado.
En su tránsito por pueblos y bosques del Japón, Basho, el poeta, fotografía el instante con breves haikus y escribe en versos sus andanzas, justas y precisas.
1.
Cada vez que aparece un deportista en la ciudad, el gobierno aplaude y da relevancia a la noticia en la prensa local, regional y nacional. De muchas partes del país vienen a conocer al talentoso joven en su barrio, entrevistándolo y prometiéndole un mundo a sus pies. La empresa privada se vincula, exhibiendo sus marcas. El gobierno distrital solicita financiación al nacional.
¿De dónde salió este prospecto, ¿quién es?, ¿cómo vive?, se preguntan todos. Los viejos deportistas sonríen: saben que la historia se repite cada año. Los dineros se pierden en el entramado burocrático, y los amantes del progreso levantan edificaciones donde antes existían canchas.
¿Dónde se practicarán los deportes? Es la pregunta que queda flotando. Y así, después de tanto alboroto, el gobierno espera que otro prodigio nazca por casualidad.
2.
El cementerio es humilde, pero está descuidado. Los que llegan – y los antiguos – no se quejan; pero los familiares sí. La administración del camposanto no escucha las quejas.
Hoy es dos de noviembre, y el cementerio está sucio: basura de exhumación, restos de ataúd, retazos de tela mortuoria, uno que otro huesecillo sin dueño ni nadie que lo reclame. La gente pasa por entre las tumbas de cemento. Casi hacinados, van y vienen, esquivando, esquivándose.
Familiares con escobas y detergentes asean la fachada de las bóvedas, brillando el metal de las lápidas. Es el Cementerio Viejo, así lo conocen en el pueblo. Se rumora que la gente teme morirse, porque no conciben que después de muerto no se tenga una eternidad digna.
3.
Desde muy niño su pensamiento fue disidente, y no por joder ni por grosería, sino por rebeldía ante la vida: las carencias y la pobreza eran el pan de cada día. Cuántas preguntas se hizo, y ninguna respuesta lo satisfizo.
Dicen que tomó el camino de la izquierda. Su madre le bendecía cada vez que iba a mítines, bloqueos y marchas. Pero la vida le cambio – para bien o para mal, el lector opinará –. Se tituló en la universidad, consiguió trabajo, se casó y tuvo hijos.
Ahora está del lado de la derecha – me cuentan viejos conocidos –. Su inteligencia profesional la puso al servicio de un gobierno con más de cincuenta años en el poder. Casa, carro, privilegios, membresías. Supe de su vida por las noticias que me llegaban de nuestro país.
Cada vez que aparece un deportista en la ciudad, el gobierno aplaude y da relevancia a la noticia en la prensa local, regional y nacional. De muchas partes del país vienen a conocer al talentoso joven en su barrio, entrevistándolo y prometiéndole un mundo a sus pies. La empresa privada se vincula, exhibiendo sus marcas. El gobierno distrital solicita financiación al nacional. ¿De dónde salió este prospecto, ¿quién es?, ¿cómo vive?, se preguntan todos. Los viejos deportistas sonríen: saben que la historia se repite cada año.
Ahora que estoy de regreso lo llamé para tomar un café y conversar un poco. Abrazo efusivo, alegría forzada, estrechez de mano. Antes de contarme los pormenores, me miró directamente con la seriedad de los tiempos de la izquierda.
–Te recuerdo que ahora soy ambidiestro– me advirtió
4.
Toda su vida estuvo orientada a tener más y más. Tuvo lo material inimaginable. Su ambición de tener lo llevó a poseer personas y disponer de ellas, decidiendo sus vidas. Pero nada era suficiente, se volvió obsesivo por adquirir valores y virtudes: desde el honor hasta la fama.
Incrementaba sus experiencias y las conservaba en los recuerdos. Fue ortodoxo en sus convicciones sobre la vida. Quiso dejar un legado como Las meditaciones de Marco Aurelio, sin advertir que su narcisismo lo había convertido en prisionero de su propia verdad.
5.
El hombre entra sigiloso a la estancia. A su alrededor nadie lo reconoce, solo Argos, su perro fiel, aquel cachorro que dejó veinte años atrás. El alegre movimiento de la cola se sobrepone al abandono y la miseria en que se encuentra, al descuido que padece.
Su olfato no lo engaña: ese hombre, disfrazado y de andar cuidadoso, es su amo que regresa. Su olfato no lo engaña. Ahora puede morir tranquilo, sabiendo que ha regresado.
El hombre comprende su alegría y coloca su dedo índice en los labios, esperando que el perro no lo delate. Argos parece comprender, y el hombre, emocionado, hace un esfuerzo para no abrazarle y agradecerle su prudencia y la fiel espera.
6.
En los tiempos en que las calles no las había cubierto el cemento, el temporal presagiaba la lluvia y en la escuela cantábamos alegremente en coro:
“que llueva, que llueva,
la Virgen de la cueva,
los pajaritos cantan
y la Virgen se levanta”.
Entonces el cielo abría sus puertas y llovía a chorros, y la tierra seca y polvorienta se humedecía. Al rato de escampar, dibujábamos una peregrina en la tierra mojada y jugábamos a saltos sobre un camino de cuadros que conducen al cielo.
7.
“¿Quién en ciudad trocó mi caserío?”, pregunta el poeta Barba Jacob, andando a tientas, como un extraño, en su poema El Retorno. Ya no reconoce la ciudad, le es extraña.
Sus preguntas sin respuesta, deambulan sin ser escuchadas. Su huerto sin flores, y el ruido de la ciudad opacando la canción del río. No lo asombra la encumbrada catedral, solo pregunta por la ermita que habita su memoria.
La voz de la madre responde y consuela su llanto, y la angustia ante las voces que se fueron y las que partieron para siempre. En su Parábola del retorno, el poeta, incansable en su interrogatorio indaga qué sucedió con los nidos, pájaros y frutas del viejo huerto, donde jugaba cuando niño.
“¿De quién son esas fábricas?”, señala, y continua su interrogatorio: “¿Quién hizo puente real?”. Tiembla el poeta al ver como el árbol centenario que dio sus cosechas se ofrece al hacha de los labradores; un árbol, longevo e incansable, que sombrea la llanura.

Tema complejo entrelazar mediante el instante, la naturaleza, la fugacidad de la vida y el desperdicio del tiempo, que impide confesar que se ha vivido. La añoranza de los gratos momentos que hoy son solo recuerdos.