El hombre. Un ser prostático

Introducción

Es el hombre, por acción de la dietiltestosterona, un ser prostático per-natura; custodio además del par de testículos que lleva a cuestas y que lo convierten, por tanto, según el decir barranquillero en “tronco de huevon”. “Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer y detrás de cada gran mujer hay un gran huevón”. Es expresión atribuida al novel Gabriel García Márquez.

La próstata es una glándula que forma parte del aparato reproductor masculino de mayoría de mamíferos.  Órgano exclusivo del varón es parte importante anatómica de las que marca diferencia con la mujer, con el aparato reproductor femenino. Confirma esta diferencia que, biológicamente, no existe “igualdad de género” en contra el parecer de los que pregonan esta ideología.

La próstata. Este órgano tiene forma piramidal parecida a la de una nuez y peso aproximado

Image de la glándula prostática Foto: proporcionada por el autor de la columna

en la edad adulta de 20 gramos. Está ubicada enfrente del recto, debajo y a la salida de la vejiga urinaria. Encima y a los lados de la glándula prostática se encuentran las vesículas seminales que recogen mayor parte del alcalino líquido seminal.

La próstata rodea la primera porción de la uretra, conducto por el que circula la orina y el semen hasta el pene. Se conecta con los testículos por los conductos deferentes que ascienden un nivel más alto de la vejiga, lo que evita que la orina contamine el escroto.

La función principal de la próstata es producir el fluido prostático o líquido seminal que se mezcla con los espermatozoides en los testículos, para que los espermatozoides sobrevivan y puedan ser expulsados durante la eyaculación. Por su acción valvular durante el coito, previene el paso de la orina a la uretra y fomenta el paso del semen por esta. La próstata, además, protege los órganos aledaños de gérmenes y bacterias que puedan provenir del exterior.

ETAPA PREPROSTÁTICA

En la etapa pre prostática, antes de los 50, nos consideramos varones orgullosamente con “cojones”; una vez la bendita próstata se agranda por la acción incontenible de la testosterona se transforma en pesada carga matriculándonos en la senil cofradía de viejos “chacarones”.

De acuerdo con la teoría de mi difunto maestro del Colegio San Francisco de Asís Gregorio Tejada Barándica, Goyo Tejada, el miembro viril – le llama la niña Emilia – alcanza su mayor envergadura, 25 centímetros, por la acción potente de los cojones. Cuando saltamos a “huevones” se reduce a la mitad su tamaño y eficacia. Viene después su lamentable eclipse con el probable riesgo de pisarnos los escrotos, las bolsudas y potrosas chácaras que nos quedan.

Es en el imaginario popular donde se da esta evolución gonadal para el trato a los hombres, así:

1.         Para significar que somos unos machos de verdad…verdad afirmamos que “tenemos los cojones bien puestos”

2.         Pasado el vigor esplendoroso de la juventud y alcanzada la edad madura pasamos a ser solo: “Unos ridículos huevones” con las acepciones de pendejos, tontos, pelotudos, bolsas y algunos llegan hasta darle el peyorativo significado de maricones. “No seas huevón” insinúa tan ruda advertencia cuando nos la chillan en la cara.

3.    “Pa` jodé al viejo chacarón este” exclaman en tono burlesco jóvenes y mujeres ante un señor ya mayor que incomoda o molesta con sus chocheras. De tal suerte que chacarón es sinónimo de hombre decrepito.

Nos corresponde ser agradecidos con la envolvente fruta seminal que rodea la complaciente uretra que tanto placer lujurioso nos ha dado; aceptar resignados el momento indeseado en que toca agachar la cabeza después de intenso “fundengue” a que fue sometida por los arrebatos propios del miembro viril.

Imagen proporcionada por el autor de la columna

el miembro viril – le llama la niña Emilia – alcanza su mayor envergadura, 25 centímetros, por la acción potente de los cojones. Cuando saltamos a “huevones” se reduce a la mitad su tamaño y eficacia. Viene después su lamentable eclipse con el probable riesgo de pisarnos los escrotos, las bolsudas y potrosas chácaras que nos quedan.

ERA PROSTÁTICA

 En mi caso personal, desde los 50, tuve que estar atento a su decaimiento y decrepitud resultante de su abultado crecimiento a su hiperplasia. Dos veces al año recibía la anal caricia tortuosa de Rafa Tatis. 

  • “Aja Teo” era el saludo cordial, siempre afectuoso con el que me recibía.

Me trataba más como colega y amigo que en condición de paciente y conversábamos animadamente. De pronto, cuando menos lo esperaba, surgía su vocación de urólogo perspicaz. 

  • “Teo, voltéate y bajete el pantalón que te voy a enterrar el deo”. 

Mierda y ¿cómo sabes tú que estoy aquí para que me examines? le increpaba asustado. 

  • “Aja y a que más viniste” me respondía inclemente.  

¿Dónde me acuesto? le preguntaba. El tipo de pies y yo igual, pero, un poco inclinado hacia delante y apoyado a la pared, me calibraba sin contemplaciones. 

  • – “Estas bien y sigue tomando el hytrim (tamsulosina)” eran sus palabras de despedida.

Hasta ahí llegaba el encanto de la visita.

Qué tremendo médico fue el Dr. Rafael Tatis; aún conservo la terrible pena que me produjo su partida definitiva.

BISUTERÍA MEDICAMENTOSA

 No obstante, mi investidura galénica debo reconocer me dejé embaucar con tanta información superflua que propone remedio efectivo a los males urinarios originados en la próstata. Me automediqué con cuanto menjurje recomiendan la una y mil medicinas alternativas que inmisericordes explotan incautos que, como yo, se tragaron el cuento de los que usufructúan el suculento negocio de los remedios naturales y sobrenaturales. El tal saw palmetto, la semilla de calabaza, el tomate, la linaza, la penca de sábila, el magnesio, el calcio, la vitamina C y todas las vitaminas habidas y por haber hicieron su agosto conmigo sin beneficio cierto. Mi próstata hizo gárgaras con toda esa bisutería medicamentosa.

UROLOGÍA EN EL SANTA CLARA

 En el prolongado recorrido que me tocó padecer por mis penurias prostáticas vinieron a mi mente recuerdos de la rotación por Urología en el Hospital Santa Clara.

Profesor, le señalaba al viejito Eusebio Vargas Vélez, al término de una ronda del servicio: tengo varias semanas de estar aquí como interno en Urología y no he tenido oportunidad de operar con usted.  He entrado a quirófano con el Dr. Macía (Alfredo Macía Santoya) y con Cristian (Cristian González Valero). 

  • “Y que has hecho, cuéntame”, me interpeló. 

 Dilataciones uretrales, varicocelectomías, circuncisiones, orquidectomías y punciones biopsia de la próstata con la aguja de Silverman; le contesté.

  • “Para el lunes me vas a programar una prostatectomía a las 7am”. Me indicó.

Sorpresa mía, frente a frente en el quirófano, al iniciar la intervención coloca el bisturí sobre mi mano y me dice:

  • Coronado opera”. Pueden imaginarse el culillo que me dio, no esperaba semejante cortesía. El Dr. Vargas con esa suavidad de carácter que se mandaba, que rayaba en la ternura, me tranquilizó y comenzó a indicarme, todo un maestro de la cirugía, paso por paso lo que debía hacer. Fue la primera y única prostatectomía que he ejecutado en mi vida. Porque en condición de anestesiólogo me tocó ser coparticipe de innumerables intervenciones ya por vía suprapúbica o por la ruta transuretral.  Pueden imaginarse la huella imborrable que este episodio con el Dr. Vargas Vélez ha dejado en mi experiencia médica.

Viene a mi memoria el enfermero Víctor que cuidaba los prostatectomizados en el Santa Clara y el tormentoso trance que transitaban los pacientes por el abundante sangrado a través de la sonda de Foley cuando no existían sistemas de irrigación, de solución continua hoy en uso. La morbilidad y mortalidad era elevada por cuanto la cirugía de próstata se consideraba de alta complejidad. El señor Víctor con su septo jeringa al pie de la cama, día y noche, durante prolongado postoperatorio, realizaba labor dispendiosa de lavado vesical para evitar el taponamiento de la sonda por coágulos.

En el Hospital de Barranquilla el doctor Luis Abuchaibe, sin embargo, exclamaba ufano, al quitarse los guantes, una vez terminaba la prostatectomía: “Más sangra una mosca en la menstruación”. Ciertamente, sus intervenciones eran muy limpias, con escaso sangrado.

 MI PROSTATECTOMÍA

Comparo los avances tecnológicos y clínicos de los procedimientos que actualmente se realizan, con la lógica disminución de los riesgos, en relación con la complicada y pobre logística de aquellos tiempos. En mi caso particular: cero dolores y un sangrado mínimo, por no decir que nulo, permitieron el retiro de la sonda al día siguiente, por la tarde, de la intervención, estando ya en mi casa.

Sucedió que la sonda se tapó.  Oportunamente, antes se formará un globo vesical llamo al Doctor Kenneth Morillo, mi cirujano, me responde que está fuera de la ciudad. Me pregunta: 

  • ¿Coronado, profe, tú eres capaz de retirarte la sonda? Si usted me lo ordena yo me la quito, le respondí. Siguiendo sus recomendaciones procedí a desinflar el balón de la sonda de Foley y esta se vino solita, sin problemas.

Doce años, a la fecha, han pasado desde la transuretral que me practicaron y aquí estoy escribiendo estos apuntes sin necesidad de tener que salir para el baño a las carreras.

GAJES DE LA ERA PROSTÁTICA

El lío mayúsculo que trae consigo la abultada próstata es con la mujer. La regañadera que les entra de la menopausia en adelante en donde no lo tratan a uno como su marido, sino, como el único hijo que les queda cuando estos se van, tiene que ver, en mayor parte, con la “meadera” que trae consigo. A partir de este minúsculo incidente todo lo que uno concibe resulta mal hecho, el individuo, pues, más traste del mundo.  Y quieticos, obsecuentes chacarones, aceptamos tanta impostura con la mayor sumisión.  ¡Ay, Dios mío! como se atreva Ud. a chistar algo.

Al fin y al cabo, de acuerdo con la clásica tesis freudiana del complejo de Edipo, los hombres de manera inconsciente buscamos de compañera a una mujer que guarde similitudes con la madre que nos pario y crio.

Mi apreciado amigo Jorge Sáenz, que en paz descanse, cuando presentaba la esposa a sus amistades la mostraba como su hermana mayor. “Mucho gusto, les presento a mi hermana mayor”, decía en tonillo irónico.  Y es que, pasados los años en eso, más o menos, concluye la relación marital, en una hermandad. Sin lugar a duda, es bueno reconocerlo, en este ciclo de la vida es cuando se acrecienta la compenetración de la pareja.

El asunto es que antes de operarte andas en apuros, orinando a cualquier hora, haciéndolas pasar pena con familiares y conocidos. El escaso orín que eliminas tras “puja que puja” no alcanza a caer en la taza del inodoro y el baño permanece mayor parte del tiempo hediondo a berrinche.

Después, cuando ya estás “deshuevado” tal me considera el chino Carlos Wong, mi partner del tenis, tras enterarse que me habían quitado la próstata, el chorro de “meao” no logras controlarlo y pega como un geiser contra el tanque del inodoro o contra la pared. El baño, por consiguiente, sigue lo mismo de mal oliente a berrenchín. Solución: Toca aun nos disguste, recomendación de los urólogos, orinar sentados… cual cándidos huevones, para tener contentos a la señora y alcanzar la necesaria paz hogareña.

Total: “palo porque bogas y palo porque no bogas”; así decía mi mama.

A manera de conclusión propongo para solventar los inconvenientes libidinosos propios de la era prostática solicitar al Estado Vaticano exaltar a los altares de la Santa Madre Iglesia la figura señera del bienaventurado “Sildenafil Viagra” por sus innumerables milagros en beneficio de tanto chacarón y huevón que la niña Emilia tiene abandonados a su impotente suerte.

¡Honor y gloria al beato Sildenafil Viagra!

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