Yo tengo el sueño de que un día cada valle será exaltado, cada colina y montaña será bajada, los sitios escarpados serán aplanado…
Martin Luther King
El concepto de “bases” para los arquitectos tiene un significado amplio, ya que está relacionado no solo con la creación de monumentos, sino también con la construcción de nuevas estructuras, plantas y obras que integran tanto la arquitectura como la ingeniería. Sus sinónimos incluyen edificar, fabricar, levantar, erigir, cimentar y urbanizar. Construir, en este sentido, implica tanto la creación como la transformación de algo para otorgarle una nueva estructura. En el contexto actual, este concepto nos invita a reflexionar sobre la necesidad de edificar un mundo más fraternal.
Esta tarea compleja requiere la construcción de una nueva sociedad desde perspectivas renovadas, lo que nos lleva a proponer principios morales basados tanto en las experiencias de los clásicos griegos como en las realidades emergentes de la modernidad. La construcción, en su esencia, también está vinculada a la laboriosidad humana. Sin embargo, para implementar valores, hábitos y logros positivos en la sociedad, es imperativo avanzar con visión de futuro, dada la complejidad de los tiempos actuales. Solo así podremos abordar los desafíos y problemas de las sociedades contemporáneas, como lo señalan Rojas y Zuluaga al referirse a la construcción interna de las personas para la vida.
La fraternidad es un valor moral que comparte un amplio colectivo humano, basado en un ideal universalmente practicado por muchas personas. Esta práctica surge del reconocimiento de que todos los seres humanos compartimos un origen común. Como valor, la fraternidad implica ser solidarios, respetuosos y empáticos unos con otros, estableciendo las bases para construir un mundo más justo y unido. La filósofa Victoria Camps, siguiendo la tradición aristotélica, considera que la fraternidad puede elevarse a la categoría de virtud, entendida no solo como un valor, sino como una cualidad que trasciende este concepto. En el enfoque de Aristóteles, la virtud se vincula con los hábitos que reflejan el carácter o el modo de ser de los individuos. Así, para el filósofo griego, la fraternidad no es simplemente un ideal abstracto, sino una cualidad que se desarrolla en la práctica, actuando de manera fraternal hacia nuestros semejantes.
El diccionario de la Real Academia Española (RAE 2024) define la fraternidad como la amistad o el afecto que existe entre hermanos o entre quienes se tratan como tales, asociándola con términos como amistad, hermandad, camaradería y confraternidad. Desde una perspectiva sociológica, la fraternidad puede entenderse como la capacidad de empatizar, ponerse en el lugar del otro y ser solidario. En este sentido, implica luchar por el bien común, fundamentado en los principios de libertad y justicia. En el ámbito de las relaciones sociales, la fraternidad se concibe en un sentido amplio, como la manifestación de un acto deliberado. Ser fraternal, entonces, es una actitud y un principio que guía la vida, constituyendo un deber para todas las personas. A estas alturas, es importante recapitular y dejar claras estas concepciones sobre la fraternidad, ya que son fundamentales para pensar en un mundo más fraternal. Para materializar esta idea, es necesario reconocer que la fraternidad no solo es un valor que debe interiorizarse, sino también una virtud que debe practicarse y un sentimiento capaz de generar empatía, afecto y hermandad entre las personas.
La fraternidad es un valor moral que comparte un amplio colectivo humano, basado en un ideal universalmente practicado por muchas personas. Esta práctica surge del reconocimiento de que todos los seres humanos compartimos un origen común.
Para construir un mundo más fraternal, es esencial guiarnos por la norma áurea: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti” o, en su versión positiva, “Haz a los demás lo que deseas que te hagan a ti”. Este principio implica ponerse en el lugar del otro, pues solo así es posible tolerar ideas con las que no estamos de acuerdo. Esta perspectiva nos permite comprender mejor fenómenos como las migraciones, en un mundo históricamente nómada, y analizar con otros ojos cuestiones tan devastadoras como las guerras y otras problemáticas que afectan a la humanidad.
La regla de oro nos recuerda: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Solo será posible construir un mundo más fraterno si dejamos de vernos a través de ópticas limitadas, cargadas de prejuicios, odios y afectos personales. Es necesario erradicar el fanatismo y la ignorancia, dos desafíos mencionados en los discursos de grandes pensadores como Martin Luther King, quien en su célebre intervención I Have a Dream expresó su visión de un futuro de igualdad y hermandad. Solo enfrentando estos obstáculos podremos aspirar a un mundo más justo y fraterno para todos.
En La ética del cuidado como clave de relación educativa, al referirse a una administración cuidadora y cuidadosa, el profesor Luis Aranguren ofrece una reflexión profunda sobre la pandemia de COVID-19, que pone en evidencia nuestra añoranza por una “normalidad perdida”, una “normalidad plena de descuidos”. Aranguren señala que, desde hace tiempo, somos conscientes de que el crecimiento desmedido impulsado por la economía de mercado y la especulación financiera solo puede combatirse indirectamente, adoptando hábitos que busquen prevenir futuros desastres. Asimismo, subraya la necesidad de políticas que prioricen el fortalecimiento del sector público y lo hagan más eficiente, evitando ser cómplices de un desarrollo desorientado y sin rumbo.
Esta reflexión resalta la urgencia de un humanismo regenerador, tal como lo propone el pensador francés Edgar Morin. Este humanismo debe tener un carácter planetario, promoviendo la mayor fraternidad posible para el mayor número de personas. En el contexto actual, es imperativo actuar de manera solidaria y con un profundo sentido comunitario, pues solo así podremos enfrentar los desafíos globales que nos afectan a todos.