El arte de ver las cosas

Wensel Valegas

John Burroughs en su libro, El arte de ver las cosas, reflexiona: “El arte de ver las cosas no es algo que se pueda transmitir mediante normas y preceptos, es un componente esencial en el ojo y el oído, es decir, en la mente y en el alma, de los que estos son sus órganos”. Señala el escritor que hay personas pocos conscientes de su entorno, mientras que otras siempre ven y oyen a plenitud con inteligencia y comprensión, nada les pasa desapercibido. La atención se alerta sin esfuerzo, como una disposición natural en servicio y una sensibilidad que destaca en algunas personas. El detalle común y corriente atrae la curiosidad del observador natural. A propósito de esto, Desmond Morris, observador del comportamiento animal se detiene en detalles frecuentes, desde la etología, desmitificando creencias que intenta explicarse a través de interrogantes planteados en sus libros. ¿Por qué ladran los perros? ¿Pueden los perros demostrar remordimiento? ¿Qué diferencias de comportamiento hay entre un perro sumiso y uno considerado “perro superior”? ¿Por qué a veces los perros se revuelcan en inmundicias? Son preguntas que responde el científico británico en su libro, “Observe a su perro. Además de la ciencia, la literatura nos brinda una percepción subjetiva de la realidad observada, tanto en el escritor como en la historia de los personajes.

En el cuento, Alguien desordena estas rosas, de Gabriel García Márquez, la vendedora de flores, se inquieta porque sabe que no está sola en el cuarto y no encuentra una explicación lógica, mostrándose “intranquila, preocupada – así la percibe el niño que la observa desde el más allá –, como si la hubiera atormentado la certidumbre de que súbitamente su soledad en la casa se había vuelto menos intensa”. En el silencio de la estancia, la mujer atenta al leve pestañeo de la lámpara, piensa: “es otra vez el viento”. A través del monólogo, el niño agudiza su observación y reconoce haber: “aprendido a distinguir a distinguir el rumor de la madera en descomposición, el aleteo del aire volviéndose viejo en las alcobas cerradas”.

La vida cotidiana muestra una riqueza de historias ocultas por ignorancia o desconocimiento, perdiéndose así el olvidado arte de mantener los ojos y los oídos abiertos. Veamos.

1.

Sabe que el esposo la maltrata, es consciente de ello. Sin dudarlo lo exalta en público y agradece a Dios por ese hombre maravilloso. Los periodistas escuchan y las mujeres que ven el programa se emocionan. Lo que no se explican es que varias veces ha sido sorprendida – según algunos allegados – con una mirada triste y enrojecida por el llanto, desmintiéndole su matrimonio feliz. “No me pasa nada, contesta al preguntarle qué sucede”, pero su voz la delata. En las calles de la ciudad, el hombre sonríe su ficción en las vallas publicitarias, tomando amoroso la mano de su mujer, a la que todas envidian, deseando estar en su lugar. Esa mañana, quizás la mujer no escuchó una entrevista a Isabel Allende, donde la escritora afirma, después de sus tantas experiencias maritales, que es mejor cortar de raíz una relación tóxica que vivir la tragedia diaria con un hombre que no te ama, aun amándolo.

2.

Todas las mañanas sale a pasear al parque. El parque es extenso, poblado de senderos que se bifurcan y se entrecruzan, de pájaros que trazan configuraciones con su vuelo y ardillas que se divierten con arriesgados saltos y acrobacias entre los árboles. Una algarabía matinal que presagia el buen ánimo cada amanecer lo hace correr detrás de una brisa invisible que siente en todo su pelaje. Después de pasear y extasiarse con la naturaleza, regresa, echándose a los pies de su amo, sobre la verde alfombra del césped, mirándolo a hurtadillas. El amo – que es mujer – no lo mira porque está concentrada en el celular. La mirada del perro languidece ante la indiferencia, reclamando atención después de correr y saltar entre los árboles, lejos de la mirada de su dueña, indiferente a la autonomía del animal, que regresa sano y salvo de sus correrías. El perro piensa, actúa y siente la necesidad de reconocimiento como una persona. ¿Qué pensaría Abraham Maslow, si los alcances de su teoría sobre las Necesidades Humanas también son el l fundamento de una psicología animal?

3.

“Estamos en otoño – dice Isaac con la mirada en la carretera, mientras conduce –. El otoño se ha vuelto rebelde con los años – asegura con una seriedad que impresiona, a pesar de su juventud –. La rebeldía del otoño – prosigue – consiste en obstaculizar la llegada del invierno; su personalidad es taciturna y callada, un estoico de grandes sacrificios. Podrás observar – me dice –, que en el corazón del otoño se conservan vestigios de un verano irrenunciable. Otoño y verano conspiran contra el invierno; invierno y otoño en una relación íntima, establecen alianzas y arremeten contra la primavera. Y, esta última, sacudiéndose, abandonará el introvertido invierno, largo, oscuro, bailando de alegría, rodeada de jardines, flores, pájaros y sol. El verano, autónomo en sus decisiones, augura que la primavera se derretirá en sus brazos y el discreto otoño lo buscará para establecer nuevas alianzas el año venidero”. Me cuenta sin apartar la vista de la carretera, narra lo vivido con apenas dieciocho años, sin tanto esfuerzo, de sus labios el relato natural fluye con el arte aprendido de ver las cosas y vivido las luchas intensas de cada estación con señales que solo él puede ver.

No buscaba síntomas, sino señales. No buscaba enfermedad, sino lenguaje. El cuerpo, para él, hablaba. Se giraba hacia mi madre, que lo veía con las manos entrecruzadas: “Tiene anemia, la hemoglobina está baja”. Mamá lo miraba sin entender mucho. “Puede hacerle los laboratorios, pero sería tirar la plata, los resultados dirán lo mismo”, miraba a mi madre desde la sabiduría de su mundo complejo. Hicieron las pruebas requeridas, es decir tiró la plata. Tenía anemia.  Desde esa vez no más pruebas de laboratorios.

4.

Recuerdo ese día, camino a casa, desde la escuela. Tomé el atajo del bosque, que hoy existe en mi memoria. Cursaba quinto de primaria. De regreso, lanzaba piedras a los pájaros sin atinarles. Un día escuché un llanto ininterrumpido, intenso y doloroso. Guiado por el oído, observé el temblor de un roble frondoso. Me acerqué para indagar por su llanto incontenible.

Temblando como un niño grande y majestuoso, el roble se deshacía en llanto se agitaba en medio de suspiros entrecortados. Palpé la corteza del tronco y tuve la sensación que era la piel de un elefante, alguna vez toqué la piel de uno en el zoológico. Le grité desde abajo: ¿por qué lloras? Pero su llanto apagaba mi voz. Verlo temblar en este bosque era ver un náufrago en altamar, sin esperanzas. Volví a gritarle muy fuerte en un momento de silencio: ¿Por qué lloras arbolito? Se inclinó un poco para hablarme. “Estoy a punto de morir, talarán el bosque”, gritó angustiado entre suspiros y respiración entrecortada. ¿Cómo sabes eso?, lo interrogué. “Ayer estuvo el guardabosque con unos leñadores, diciendo que los árboles grandes serían cortados para que avanzara el progreso, y ya comenzaron”. ¿Por qué estás tan seguro de ello?, le pregunté. “Coloca tu oreja en el suelo y escucharás lo que vibra en mi cuerpo”. Lo hice. En un momento de silencio el zas, zas, zas de las hachas de los leñadores se acercaba, mientras al roble se le humedecía la piel de elefante y las lágrimas brotaban entre sollozos. Razón tenía ese roble con piel de elefante, pero fuimos sordos a sus miedos. Aquí, en esta ciudad costera donde la gente no soporta el calor, tampoco me escucharon, porque, en medio de risas, decían que un niño con demasiada imaginación era mejor que lo remitieran a un psicólogo, porque en la realidad nadie ha podido hablar con un árbol.

5.

Me escrutaba con sus ojos grises. Su mirada microscópica me indagaba al tiempo que auscultaba mi tórax, corazón y los sonidos pulmonares. Pensativo, repasaba la acción una y otra vez, en caso de dudas, mirándome desde su mundo humano y científico. Se concentraba en mis ojos. Observaba, solo observaba, acompañado del ruido indiscreto del abanico que no le desviaba la atención. Sus ojos viajaban de las pupilas a mi piel, al color de las mejillas, a la textura de mi cabello. Se asomaba a mi garganta como quien explora un misterio. No buscaba síntomas, sino señales. No buscaba enfermedad, sino lenguaje. El cuerpo, para él, hablaba. Se giraba hacia mi madre, que lo veía con las manos entrecruzadas: “Tiene anemia, la hemoglobina está baja”. Mamá lo miraba sin entender mucho. “Puede hacerle los laboratorios, pero sería tirar la plata, los resultados dirán lo mismo”, miraba a mi madre desde la sabiduría de su mundo complejo. Hicieron las pruebas requeridas, es decir tiró la plata. Tenía anemia.  Desde esa vez no más pruebas de laboratorios. Bastaba el riguroso examen apoyado en el conocimiento e intuición del doctor Noguera, en su sensibilidad médica. La varicela, el sarampión, la gripe, la gastroenteritis…todas fueron anticipadas con tiempo. “Lo que pasa, decía el farmaceuta, el doctor ve lo que a los demás pasa desapercibido”.

6.

A manera de epilogo, afirma Burroughs, desde su concepción naturalista, dándole importancia al arte de ver las cosas, basándose en la naturaleza:

 “El libro de la naturaleza es como una página sobrescrita o impresa con caracteres de distintos tamaños y en muchos idiomas diferentes, intercalados y cruzados, y con una gran variedad de notas al pie y referencias. Hay grabados toscos y grabados finos, hay símbolos crípticos y jeroglíficos. Todos leemos la letra grande con mayor o menor entendimiento, pero solo los estudiosos y los amantes de la naturaleza leen la letra pequeña y las notas al pie. Es un libro que lee mejor el que va más despacio o incluso el que se eterniza por el camino” (pág. 23).

La naturaleza es un texto que debe ser leído con Lentitud, es decir, despacio. ¿Por qué habrá desaparecido el placer de la lentitud?, se pregunta Milán Kundera, criticando la vida rápida y fugaz, concluyendo que la velocidad es olvido y la lentitud es memoria.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

BURROUGS, John. El arte de ver las cosas. Errata naturae Editorial. Madrid. 2018.

MÁRQUEZ, Gabriel García. Cuento: Alguien desordena estas rosas. Ojos de perro azul. Colombia. 1974

MILAN, Kundera. La lentitud. Tusquets Editores. Barcelona. 2005

MORRIS, Desmond. Observe a su perro. Plaza y Janes. Barcelona.1989


BURROUGS, John. El arte de ver las cosas. Errata naturae Editorial. Madrid. 2018. Pág. 11

MORRIS, Desmond. Observe a su perro. Plaza y Janes. Barcelona. Pág. 9 – 197

MÁRQUEZ, Gabriel García. Cuento: Alguien desordena estas rosas. Ojos de perro azul. Colombia. 1974

Burroughs. Op. cit. pág. 23

MILAN, Kundera. La lentitud. Tusquets Editores. Barcelona.

2 thoughts on “El arte de ver las cosas

  1. Un tema interesante el arte de ver las cosas, parece concebido como si fueran varios relatos, pero en el fondo se asemeja a una historia con un mismo hilo conductor, la observacion, el llegar al detalle, al relato detallado en donde nada queda al azar.

  2. Tu texto de apariencia fragmentada hace una defensa de la lectura del mundo sin las perturbadoras gafas. Leer el barrio va más allá de contar las cosas; en últimas es ver la esencia de los objetos y su relación con el entorno, con la calle, con el perro del hijo de Manuela. Además, es una defensa de la naturaleza. Hoy un vecino se quejaba porque lo escuchó del cura decir, “que hemos humanizado el perro.” Ese acuerdo entré el y el sacerdote tiene un atraso histórico de más de tres decadas. Porque mientras se domestica y humaniza el perro, el hombre lo deshumaniza el poder.

    Te comparto uno de mis poemas.

    ¿Acaso el hombre sabe lo que piensa el gato?
    Parece algo cómico.
    El animal levanta los ojos y se pregunta
    Por qué los dos brazos Por qué las dos piernas
    Por qué los zapatos.
    Bueno, este hombre no sabe lo que es ir al teatro.
    El gato tampoco
    Y eso lo salva de pensar en las guerras del mundo.
    Él es un gato otro gato.
    El hombre sigue siendo una pregunta.

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