Una visita fugaz

Wensel Valegas

No nos limitamos nunca al tiempo presente.

…somos tan vanos que

pensamos en los tiempos que ya no son nada

y dejamos escapar irreflexivamente el único

que en verdad nos pertenece.

PASCAL

Ese sábado, al abrir la puerta, sentí el frío intenso de aquella tarde anochecida de invierno, que trajo consigo la sonrisa calurosa de la mujer. Durante la visita estuvo sonriente, exhibiendo un silencio comprensivo y sintiendo el regocijo del hogar que la recibía. La mujer, a la que llamaré Y, tendría setenta años o más. Menudita, de rostro moreno y rasgos orientales. Saludó con una moderada efusión, sin quejarse del frío. Abrazó a los niños, asombrándose de cuánto han crecido, dio un abrazo caluroso a cada uno de los presentes sin protestar ni hacer comentarios sobre el hostigante invierno.

Reunidos en medio de la conversación no se escucharon sus lamentos ni críticas a la economía mundial, “el mundo se encareció”, afirmó con un desenfado ingenuo. Fue prudente ante los comentarios sobre la guerra entre Rusia y Ucrania, “¿dónde está ahora el corazón del hombre y la mujer?”, recordándonos a Eric Fromm. Estuvo atenta a las reflexiones en torno al conflicto entre Israel y Palestina, “somos espectadores de la irracional ceguera humana”. Cuando se habló de América latina asumió un mutismo sonriente, evocando su pasado y absteniéndose de realizar juicios.  Escuchaba respetuosa, dejando clara sus breves opiniones, regresando de nuevo al silencio.

La conversación transcurrió entre risas y anécdotas, y comentarios que escuchaba con atención. Habló con sencillez de su vida viajera y los deseos de conocer el mundo en su juventud. Sus viajes por los cinco continentes le permitieron disfrutar cada país, conociendo diversas culturas y costumbres, sin hacer alusión a las tragedias vividas y los dramas presenciados. “Lo importante y vital es que estoy aquí presente, viviendo este momento”, se expresó con una pausa meditada, sin titubeos. Había firmeza en su sabiduría. “Antes viajé para conocer, después lo hice por trabajo y turismo, hoy viajo por los abrazos, los doy y los recibo”, dijo sin nostalgia y sin rencor, con el optimismo dibujado en su rostro.

No habló de la voluntaria soledad que vive, convenciéndonos de su felicidad. “Supe que un día afrontaría la soledad y me preparé para ello”, fueron las palabras de una mujer que afronta el cansancio con entusiasmo y estoicismo, sin angustias. De una vida transcurrida en los viajes de Oriente, Europa y América latina, especialmente en Argentina, país donde permanece más tiempo en el año. Además de la soledad, su otro aliado es el silencio, que le dan un aura apacible de intimidad, llevándola suavemente a una vida de recogimiento y acudiendo a un diálogo interior en la búsqueda de sí misma, de su estar en el mundo y la afirmación de un presente sin desmeritar su pasado, emergiendo de las profundidades de su yo con bríos y fuerza, para continuar el relato de su vida. De ahí se resaltan la solidez de sus convicciones, habitando el presente con frecuencia y admitiendo como Goethe que: “La mente no mira adelante y atrás. Sólo el presente es nuestra única felicidad”.

No es dejadez ni indiferencia, es solo que forjó en su interior un sentimiento de compasión hacia el mundo que vive y transfiere a través de la serenidad con su voz pausada y diálogo asertivo, y el calor de los abrazos.

Antes de su partida, en el breve tiempo de la visita, nos sorprendió su locuacidad y profundo amor por la vida, la conciencia plena de la existencia, sin egoísmo, pero satisfecha de la labor cumplida.  Se desbordó en una tranquila conversación sobre autores que había leído – y que coincidimos – como Daniel Goleman, Tsoknyi Rinpoche, Gary Zukav, Christophe André, Jon Kabat – Zinn. Comprendí su manera de ser y estar en el mundo a medida que surgían temas sobre meditación, Mindfulness, física cuántica, filosofía, emociones, vida y muerte. Exhibió su buen humor al despedirse, dejando la agradable satisfacción de la mujer austera que construye certezas en el largo camino de su peregrinaje; de la vejez como una estación vital que disfruta a plenitud el breve presente de la vida, recordándonos a Séneca; la fortaleza de una existencia sin lamentaciones y la capacidad de agradecer lo que perciben los sentidos del mundo vivido y los instantes pausados de regocijo y disfrute.

Se despidió con abrazos, con la sencillez de la mujer sabia, sonriendo con el goce de la despedida. “Algún día ya no podré viajar, entonces esperaré los abrazos con alegría”, presagia en un español fluido, sin tristezas. Antes de marcharse coloca la bufanda alrededor del cuello y quita, por un momento, el gorro que cubre su cabeza rapada, como la de una monja budista, una Bhikkhuni. “Hace años practico la filosofía budista”, expresa con modesta sencillez a manera de explicación. Sale rápidamente con sus pasos ágiles seguida del hijo, orgulloso de su madre. Por un instante el calor de las palabras fue superior al de los abrigos. En la estancia quedó el tiempo detenido en la fugacidad del presente, la necesidad de ejercitar el control de la vida ante las circunstancias y adversidades, la reflexión de empatizar con la naturaleza y los distintos mundos que distorsionan el camino de una franca armonía.

Al marcharse me entero que, Y, es profesora universitaria con una sólida formación en Física y Química y estudios de filosofía, enfocados en los últimos años al budismo. Entonces comprendo por qué su partida nos deja la sensación de la mujer mesurada y paciente que sonríe con las discusiones reiterativas de la juventud. No es dejadez ni indiferencia, es solo que forjó en su interior un sentimiento de compasión hacia el mundo que vive y transfiere a través de la serenidad con su voz pausada y diálogo asertivo, y el calor de los abrazos. La contemplación de un futuro, – incierto –  que visualiza con esperanza la travesía que un día realizarán su hijo y familia para los abrazos de navidad, anticipándose a la inmóvil permanencia de una vida contemplativa, acompañada de la soledad y el silencio en el país que se encuentre.

Ver partir a esta mujer de invierno de visita fugaz, consciente de su caminar ligero, perdiéndose en la oscuridad de la noche, me provocan las evocaciones de unos versos del poeta chino, Li Po:

Los pájaros han desaparecido del cielo,

la última nube se ha desvanecido.

Estamos sentados juntos, la montaña y yo,

hasta que solo queda la montaña.

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