Naufragando en la noche

Wensel Valegas

No ha habido horas más largas que cuando no dormías.

Jaime Sabines. Poema: Déjame reposar.

La noche en su plenitud gana la partida al día, sin embargo, es consciente de su ciclo reiterativo de llegar y partir, saborea el encanto de la oscuridad y sucumbe cuando despierta el día. No se ufana en la victoria porque sabe el destino que le espera a su existencia fugaz en cada amanecer. La noche cuenta con sus propios habitantes, los que la profanan para subsistir, los que la usan para divertirse, los que esperan sus sombras para delinquir, los que se amparan en ella para amarse, escondidos en medio de su penumbra. También los que naufragamos en ella, sintiendo su inmensidad oceánica, oscura y profunda. Soy náufrago de la noche, camino de un lado a otro bajo la prisión de la vigilia, que no se apaga y me ronda nerviosa, entregándome agotado a la luz del día, lluvioso o soleado, donde nadie me espera.

Con el tiempo, mis ojos se acostumbraron a estar abiertos, se adaptaron a la oscuridad, moviéndose nerviosos en el silencio de la noche, paranoicos ante otros ojos vigilantes cuya certeza estaba solo en mi imaginación; ante un espectador que disfrutaba mis pasos ansiosos y enjaulados en el escenario teatral donde soy personaje de una historia que cuento y represento y, a la vez, también me encuentro en el público, corroborando que lo que se cuenta es mi historia encubierta, disfrazada. Paseándome de un lado a otro de la noche olvido el cansancio y la angustia que me depara el mañana.

Observo el techo acostado, busco la paz después de mi actuación de tigre enjaulado. La cama me relaja, pero no me duerme. Descanso tendido cuan largo soy, cierro los ojos y no escucho los ruidos de la noche, me sumerjo en los recuerdos, los últimos, esos que tuve hoy, vividos en la duermevela de mi existencia. Es insomnio, diagnóstica el médico. Me recomienda leer poesía, escuchar música suave, que evite la radio y televisión con sus noticias y dramas cotidianos antes de ir a la cama. Ejercita la respiración, medita e intenta dejar la mente en blanco – me dice –, lo cual es un absurdo, pienso, después de tantas recomendaciones.

A pesar del cansancio me acostumbré y me encanta el insomnio que agudiza los sentidos, haciéndome percibir los ruidos que acechan el silencio de la noche, reconociendo el paso sigiloso de las horas en las tinieblas en armonía con los ritmos del corazón; a pesar de todo, el sutil andar de las horas me lleva a un estado de éxtasis y paz, a un descanso breve y anhelado, a una vigilia sin sobresaltos. Así transcurre la noche, arrastrando el náufrago de la existencia, sintiéndome único y solitario en un mundo callado, donde todos duermen.

La noche cuenta con sus propios habitantes, los que la profanan para subsistir, los que la usan para divertirse, los que esperan sus sombras para delinquir, los que se amparan en ella para amarse, escondidos en medio de su penumbra. También los que naufragamos en ella, sintiendo su inmensidad oceánica, oscura y profunda.

Wencel Valegas

He sido condenado al destierro de noches de insomnio. ¿Qué culpa tengo? No creo tener ninguna, siempre viví intensamente la vigilia de los días desde el amanecer hasta la noche que abría sus brazos y acogía mi cansancio sin reproches; respeté los tiempos de vigilia y de sueño. Alguna vez merodee las profundidades de la noche, pero sólo fueron retos de juventud, guiados por el asombro y la curiosidad. ¿Qué hay más allá de la noche?, fue una pregunta que debí hacerme, sin embargo, no lo recuerdo, tampoco lo niego. En la noche encontré la fiesta, el baile, largas conversaciones en la esquina, los partidos de bola de trapo cuando instalaron las lámparas en la plaza del pueblo, que alargaban el día, lecturas de libros como valiosos tesoros, que permitían valorar el trasnocho. También encontré el amor bajo las estrellas, observadas a la orilla de la playa, junto al rumor de las olas nocturnas, ejerciendo de amante, y también poseído de un sentimiento de minusvalía ante la inmensidad del firmamento.

Desde que este insomnio viaja conmigo hace muchas noches, soy el único despierto, exiliado del sueño, naufragando a tientas en la oscuridad. Esta noche mía que es la misma que vivimos en el Caribe no la padecemos igual. Mientras entro en conflicto con el insomnio, en otros lugares, bajo el manto de las tinieblas, hay un hombre que duerme a piernas sueltas su fatiga y otro que abraza a su mujer con sutileza después de las furias inevitables de los cuerpos; un estudiante que afronta la noche con lucidez; el escolta que no duerme, vigilante de las necedades de su jefe; y un centinela – del ejército o la guerrilla – durmiendo con un ojo cerrado y el otro abierto. Cuánto me gustaría conversar con ellos y sacarles la promesa de concederme las horas renunciadas de su sueño y, si no es así, por lo menos me cedan un poco de su tiempo para descansar.

En la noche callada, la naturaleza duerme su alivio, olvidada del mundo; los animales obedientes a sus instintos se echan junto a los árboles esperando la hora del reposo; el río, como gitano andariego amaina su turbulencia, apaciguando el estruendo de su corriente, que se extravía en el abrazo oscuro de la noche; los mares descansan sus aguas nómadas y guardan sus rugidos y su oleaje para un nuevo día. Desde las alturas, suspendida por hilos invisibles, la luna sonríe comprensiva, con su cara amarilla, a mi insomnio y mis angustias desveladas. Todos, sumergidos en la noche, hacen de sus sueños un reposo excesivo. La envidia me corroe.

Finalmente, manifiesto que, en el naufragio de la noche, en la vigilia que me hostiga y acosa, hay días que anhelo el sueño y sueño con dormir; sumergirme en la penumbra de la nada es maravilloso, lo es todo para mí, pero hace tanto tiempo que padezco las carencias de su disfrute.

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