Son conocidas, los medios de comunicación las han divulgado. No vale la pena repetirlas, reproducirlas: las palabras, la ofensa contra los médicos, su deshonrosa humillación. Destilan odio, resentimiento, crueldad. No parecen dichas por una persona normal, en sus cabales; caben bien en el desvarió de un psicópata. Lo grave de su origen es que no provienen de un sujeto del común, fueron pronunciadas por el presidente de la república de Colombia el señor Gustavo Petro Urrego. Queda la sensación por este y otros discursos, del mismo tono, que el señor presidente no es consciente de su jerarquía, de la dignidad de su cargo, que representa la majestad de la nación: jefe de Estado, primer mandatario, primera autoridad, primer magistrado, jefe supremo de las fuerzas armadas. Es un símbolo del orgullo nacional, de la unidad nacional. Presidente de todos sin distingos.
No tiene Gustavo Petro la estatura de un estadista. Cada vez más se va asemejando a un dictadorzuelo de una república bananera.
El exsenador Petro sigue siendo candidato – lo paradójico, se hace con su actitud oposición así mismo – tiene nostalgia del Palacio de San Carlos y no ha caído en cuenta que habita en la casa de Nariño. No gobierna por estar en campaña.
Sin haber votado por él, no comulgo con el progresismo, me ha dolido en lo más profundo de mi ser medico, la diatriba universal lanzada contra el gremio de los profesionales de la salud. Me uno al inmenso pesar de la comunidad médica en general expresada ya por las asociaciones científicas. En particular pienso en la pena de los colegas que si sufragaron por su nombre. Fueron bastantes, por lo menos, entre mis conocidos y más cercanos.
Ante tanto oprobio, viejo líder en uso de buen retiro, no podía quedarme en silencio para sentar mi voz de protesta y decirle, con el mayor respeto, al presidente de la república que se equivocó en esta ocasión, que se metió con la gente que callada, como debe ser, en forma abnegada cuida y vela por la salud de todos los colombianos, por lo tanto, merecedores del mayor aprecio, respeto y consideración.
Dios no lo quiera Doctor Petro, tenga necesidad de nuestros servicios, pero tenga la seguridad, usted será atendido con la misma diligencia, cuidado y nobleza como si no nos hubiera herido, porque en los médicos no tienen cabida los odios y los resentimientos, prima ante todo nuestro amor al hombre, a no hacerle daño.
Cuídese, es hora de que se haga un chequeíto y sepa usted que:
Somos los médicos peregrinos por la vida
Que al generoso del buen samaritano
En dulce compasión y caridad imitamos
Para atender y consolar al ser humano.
Sin reparar, ni discriminar quien es
Por conocer su enfermedad, su padecer
Al prójimo nuestro paciente y hermano
Tratamos de ayudar, de comprender.
Bendiciones, casi siempre recibimos
Ingratitud, muchas veces es la paga
En cumplimiento del deber; lo aceptamos
Convencidos que al servir el alma gana.
Conscientes de la humana imperfección,
De los posibles errores cometidos
Cumplimos sigilosos con estricta atención
La dura tarea a nosotros comendada.
La inteligencia con sus límites no abarca
Lo inescrutable entre la vida y la muerte,
Los instrumentos no bastan para descifrarlas
Imprecisos, se equivocan, con frecuencia fallan.
Aun con sus prodigios la ciencia queda corta
Sí descifrar intenta, lo enigmático del hombre
La entelequia de su naturaleza y de su ser
El cómo, el cuándo, el dónde y el porqué.
¡Cuán pequeños y banales parecemos!
Impotentes, tantas veces, en el empeño
Que la enfermedad y la ansiedad vencen
A la ciencia y suma diligencia sin remedio.
Sin embargo:
La cruzada a librar dispuestos estamos
Con el vigor del intelecto como estandarte
La pericia y suavidad de nuestras manos
Y el temple del carácter en cada embate.
La vocación que a nuestro oficio empuja
Florecerá incontenible para luchar con valor
Contra la muerte, la enfermedad y el dolor
Hasta el final, bajo la ayuda bendita de Dios.