“El tiempo que uno mismo elige no se mide en minutos, sino en significado.”
Viktor Frankl
“El ocio no es el enemigo del trabajo, sino su equilibrio.”
Bertrand Russell
Puesto que no soy otra cosa que literatura, …ni quiero ser otra cosa, mi empleo
no podrá nunca atraerme, pudiendo en cambio destrozarme totalmente.
Franz Kafka
Ese ser humano que transita por la cotidianidad desde que nace está supeditado al tiempo. Se nace con una desprevenida riqueza temporal, pero durante el crecimiento y desarrollo, con imprevistos y normatividad, nos exponemos a la formación que deviene de la familia, la escuela, el barrio, la universidad, el trabajo. Interiorizamos las exigencias de obligaciones que ocupan nuestra vida de peatón de la existencia, pero también el anhelo de un tiempo propio para discernir, criticar, actuar y elegir una vocación recreativa, expresión propuesta por Ortega y Gasset. Robert Boullon establece una taxonomía del tiempo: obligado y no obligado; Abraham Maslow describe en su pirámide de necesidades el ascenso de las personas hacia la autorrealización. Ambos autores se preocupan por el equilibrio y la felicidad del ser ante las dimensiones del trabajo y el ocio.
El primero de mayo se celebra el Día del trabajo en Colombia. Alrededor de este concepto se tejen conjeturas y afirmaciones. Vinimos al mundo de la vida, iniciando en el divertimento de la infancia. Sin embargo, la escuela insiste hostiga con prepararnos para el trabajo. Los currículos se enfocan en la vaga idea de ser alguien en la vida y referencian la vida laboral, conseguir un trabajo u ocupar una posición de estatus en la complejidad social de la región. Iniciamos la vida en medio de la alegría, el derroche y la probabilidad de descubrir un talento y habilidad en el deporte, la política y el entramado cultural donde ejercer nuestra creatividad. Pero las relevancias de las capacidades vocacionales caen en la invisibilidad y el paso del tiempo las difumina porque la escuela insiste en enfocarse en la formación del trabajo y negarnos las actividades felicitarias, concepto usado por Ortega y Gasset, para ampliar la dimensión lúdica y explorar la vocación recreativa en los ámbitos de la cultura, el deporte, las artes y la literatura.
No estoy en contra del trabajo, ni más faltaba. Solo que las condiciones socioeconómicas del país que vivimos y en toda la sociedad global exigen la búsqueda de una vida laboral y padecer los rigores de un tiempo obligado. El trabajo es parte del camino a recorrer hacia la autorrealización humana a partir de la necesidad de seguridad en la pirámide propuesta por Maslow. Emigrantes en Estados Unidos afrontan el sueño americano con más de un trabajo: uno estable que se complementa con uno o dos part time, es decir trabajos en tiempos extras, que se le usurpan al ocio. Conocí colombianos que se marcharon a la búsqueda del sueño americano y regresaron extenuados, con fatiga crónica y nerviosa, enfermos físicamente; otros, llegaron importados, como una carga de mensajería, en una urna después de ser cremados.
Además de la vida norteamericana, el ciudadano japonés, por ejemplo, ha interiorizado en su vida la disciplina en su trabajo y la obediencia a las jerarquías; duerme menos, con apenas nueve días de vacaciones; muchos de sus ejecutivos mueren, y continúan muriendo por exceso de trabajo, enfermedad conocida como Karoshi, que traduce muerte en la oficina y cuyas señales más evidentes son el ataque cardiaco o el suicidio. El exceso de trabajo se acompaña del estrés que acarrea. El estrés evidencia una disonancia o desequilibrio en la esencia biopsicosocial de las personas, que Hans Selyie, pionero en el estudio del estrés, describe a través de las etapas del Síndrome General de Adaptación, que afectan a las personas sin que se tenga conciencia: Reacción de alarma (activación del sistema de defensa, preparándose para luchar o huir); Resistencia (adaptación al agente estresor en una aparente normalidad hasta deteriorar el sistema inmunológico); Agotamiento (el cuerpo deja de resistirse, se agotan los recursos fisiológicos, aparece el cansancio, la ansiedad y la depresión).
William Faulkner, premio nobel de literatura y escritor norteamericano, observando el desarrollo de la ciudad de Manhattan, reflexiona sobre el exceso de trabajo de las personas y los altos costos sociales. Altos edificios, avenidas y rascacielos, son señales de un trabajo inhumano. Decía a sus amigos en los bares que frecuentaba: “Cuántas vidas ha costado urbanizar esta ciudad. Solo trabajo dos o tres días al mes y disfruto los veintisiete restantes. Tanto progreso ¿a qué costos?”, se interroga el escritor que, además, piloteaba una avioneta.
William Faulkner, premio nobel de literatura y escritor norteamericano, observando el desarrollo de la ciudad de Manhattan, reflexiona sobre el exceso de trabajo de las personas y los altos costos sociales. Altos edificios, avenidas y rascacielos, son señales de un trabajo inhumano. Decía a sus amigos en los bares que frecuentaba: “Cuántas vidas ha costado urbanizar esta ciudad. Solo trabajo dos o tres días al mes y disfruto los veintisiete restantes. Tanto progreso ¿a qué costos?”, se interroga el escritor que, además, piloteaba una avioneta. De igual manera, Paul Lafargue, analiza la sociedad inglesa del siglo XVIII en su libro El derecho a la pereza, describiendo lo inhumano del trabajo y el tiempo excesivo de la jornada laboral, y la pugna entre padres e hijos, compitiendo por un trabajo. “Al obrero inglés no le quedaba tiempo para soñar”, es la opinión de Lafargue por las extenuantes y fatigosas jornadas laborales. En la literatura, la novela La tregua, de Mario Benedetti, el protagonista Martín Santome reflexiona al inicio: “me faltan seis meses para jubilarme, ¿qué haré con tanto ocio?”. Frase y pregunta que angustian al hombre cuyo trabajo mecánico y rutinario le impide acceder a esa dimensión de la vida que magnifica el ocio, como espacio necesario de creación, libertad y esperanza.
Desde la sociología francesa, la perspectiva dumazediana, considera el ocio como un tiempo de tres D: Diversión, Desarrollo y Descanso. Por eso la dosificación del trabajo requiere de un tiempo de ocio en su plena manifestación. Fuera del trabajo, el ocio viene a enriquecer la existencia y supone un profundo amor por la vida, al encontrarle sentido a un espectro de posibilidades felicitarias; pero también el ocio constituye un espacio social de creatividad y aprendizaje que potencializan el crecimiento y desarrollo humano; por último, toda actividad de ocio propicia descanso, al cambiar de actividad y que a la vez sea de interés personal.
La comunidad, empresas, familia y escuela, se convierten en actores y espacios sociales para edificar una pedagogía social del ocio. Es decir, qué hacer y cuál es el sentido del tiempo libre, el ocio ganado con la jubilación, el ocio familiar, o el tiempo extraescolar. Para Aristóteles, el ocio es un tiempo de contemplación y ejercitación de las virtudes; Séneca insiste en valorar el tiempo de ocio y no desperdiciarlos en ocupaciones sin sentido. ¿Acaso trabajamos para ostentar y exhibir el ocio como estatus ante los demás?, es la sensación que nos deja la lectura de Veblen en su, Teoría de la clase ociosa; o el desamparo, al final, de Dumazedier, en su libro Hacia una civilización del ocio, contemplando a las personas trabajando más, después que se profetizó que se trabajaría menos, recordando la dura realidad inglesa en el siglo XVIII. En la actualidad el ocio verdadero ha sido remplazado por el consumo y exceso de rendimiento debido a la autoexplotación, deja entrever Byung – Chul Han en La sociedad del cansancio.
Al hablar del trabajo no se descartan y menosprecian las posibilidades y riquezas del ocio. En ese ejercicio de ambivalencias confluyen las exigencias del Homo Faber frente a la mesura y dosificación del Homo Ludens. En La conquista de la felicidad, Bertrand Rusell, humaniza el trabajo, insistiendo que debe coexistir con el ocio, el descanso y un tiempo de relaciones familiares y personales. Coincide con Veblen, en que un trabajo alienado procura dinero y estatus, perdiéndose – la mayoría de las veces – el sentido de las tareas. El exigente ritmo laboral le resta tiempo al disfrute del ocio; valores como la cooperación pierden relevancia ante la competitividad. Para Rusell, el trabajo está más allá del propio beneficio, convirtiéndolo en un espacio de creatividad y toma de decisiones, donde a las personas se le reconozca lo que hace. Desde esta perspectiva, el trabajo y su relación plena con el ocio son parte de la conquista de la felicidad humana.
Después de ese rodeo, entre las ambivalencias de lo laboral y el ocio, el ser humano permanece o sucumbe ante la agonía de un trabajo y la pérdida de un sueño que no encontró, de un ocio vedado, que siempre estuvo a su alcance, que descubrió por sí mismo y nunca a través de la educación recibida, tampoco el sentido común le ayudó mucho. Al final, la vida, implacable, le muestra los saldos en rojos de la existencia. Se nace con la disposición de una riqueza temporal a favor, pero la finitud de la vida y el protagonismo que se asuma tienen que ver con el equilibrio entre trabajo y ocio. En palabras de Elías Canetti: “El mayor esfuerzo de la vida es no acostumbrarse a la muerte”, y el ocio, como espacio de libertad y subversión, ofrece esa posibilidad a través del goce del divertimento en medio de la existencia, dotándola de significados. Por ejemplo, abrir un paréntesis en medio de las fatigas del trabajo y reconocer con Hang Kang, que: “cuando un día largo llega a su fin, hace falta un momento de silencio”.
Muy interesante como hilvana los dos temas: El trabajo y el ocio.
Interesantes reflexiones sobre el ocio y el trabajo, un muy buen homenaje del día del trabajo, el ocio es mal visto, cuando realmente involucra un cambio de actividad, una necesaria higiene mental, un merecido descanso después de una ardua labor. Es una especie de espacio para la vida interior. Buen articulo.