Un grupo de mujeres amigas, de distinto estado civil, profesional y de edad, todas unidas en la Asociación para la Equidad de la Infancia y la Adolescencia, A.E.N.A., que cuenta con el apoyo moral de estudiantes de Universidades de Barranquilla, me invitó a disertar en un evento académico virtual que organizan en homenaje a las madres en su mes universal, además a la familia, instituciones celebradas en mayo, mes con nombre y olor a mujer.
Decidieron las anfitrionas concederme libertad para escoger el tema de la charla, ante un auditorio invisible, con la precisión que sólo tendría 20 minutos de exposición. Es decir, un prolegómeno. Así que decidí conversar sobre la maternidad, luego de recordar algunas de las lecturas, realizadas en la investigación que adelanté sobre el concepto amor, como derecho fundamental de la niñez colombiana, donde fue, epistemológicamente, necesario indagar sobre la figura eclipsadora de la madre, en la conformación de la institución socio-biológico-jurídica de la familia, como núcleo político de la sociedad y del estado social de derecho (art. 5to c.p), en nuestro país, es decir en guerras aún por la tierra. No hemos concluido la revolución agrícola, por ello, seguimos matándonos como salvajes.
Así que como somos lo que nuestra memoria nos permite ser, decidí convertir esa amable invitación de las damas de A.E.N.A. en tema de esta columna en solo/proposiciones.com y rendir, desde la ventana digital, homenaje a todas las madres y, en especial, a las de las familias lectoras de nuestro portal.
Entonces, damas y caballeros, les comparto diversas lecturas de historia, biología, filosofía, literatura y política- constitucional sobre la maternidad como creadora del amor humano.
Alumbramiento. Parir. Alumbrar. Dar a luz. Es un parto o pacto del más alto significado biológico, natural. Mamífero. Animal. Zoológico. Dé animales sexuados, como somos los humanos. Entonces, dicho acto connota una elección erótica-amorosa. Además de ser, en la cultura cristiana, una “experiencia religiosa“: “parirás con dolor”: dice la sentencia bíblica (Génesis), como castigo del todopoderoso a Eva, la mujer-madre, por ser irreverente ante la prohibición de no comer del fruto del “árbol del bien y el mal”. De ahí, de la ficción procede lo “pecaminoso” que para la iglesia es el sexo entre los humanos occidentales.
Puede atribuirse a ese referente bíblico o eclesiástico, el origen de la expresión: ¡Dios es amor!”. Que entendido como dogma de fe puede acabar cualquier dialogo sobre el amor. Pero, en ese aspecto ubico lo divino del amor dándole otra dimensión: La dimensión humana. Y del amor humano y de la f a m i l i a esa proviene, indisolublemente, del vientre materno: la cuna de la humanidad.
La historia terrena. En el célebre y, ya, popular libro “De animales a dioses, breve historia de la humanidad”(Debate), el historiador Yuval Noah HARARI, profesor de la Universidad de Jerusalem, cuenta lo siguiente:
“…algunos psicólogos evolutivos aducen que las antiguas bandas de humanos que buscaban comida no estaban compuestas de familias nucleares centradas en las parejas monógamas. Por el contrario, los recolectores vivían en comunas carentes de propiedad privada, relaciones monógamas e incluso paternidad. en una banda de este tipo, una mujer podía tener relaciones sexuales y formar lazos íntimos con varios hombres (y mujeres) simultáneamente, y todos los adultos de la banda cooperaban en el cuidado de sus hijos. Puesto que ningún hombre sabía a ciencia cierta cuál de los niños era el suyo, los hombres demostraban igual preocupación por todos los jóvenes”.
Seguidamente anota: “Esta estructura social no es una utopía propia de la era de Acuario. Está bien documentada entre los animales, en especial en nuestros parientes más próximos, los chimpacés y los bonobos. Existen incluso varias culturas humanas actuales en las que se practica la paternidad colectiva, como por ejemplo, los indios baríes. Según las creencias de dichas sociedades, un niño no nace del esperma de un único hombre, sino de la acumulación de esperma en el útero de una mujer.
“Una buena madre intentará tener relaciones sexuales con varios hombres diferentes, en especial cuando está embarazada, de manera que su hijo goce de las cualidades (y del cuidado paterno) no solo del mejor cazador, sino también del mejor narrador de cuentos, del guerrero más fuerte y del amante más considerado“. (Ver págs. 56 y 57 opus cite).
Es claro, que la maternidad, obra y gracia divina de la hembra-mujer-madre, no sólo femenino, que es estética, no ética, es el origen socio-biológico de la familia comunal. Esa herencia de la historia aún persiste en algunas zonas agrícolas del territorio colombiano, tierra de regiones y climas diferentes, donde la figura de ficción “de la mamá grande” alimenta, cuida, protege, educa y forma a todos los hijos del marido o del vecino o del gran señor. La mamá grande es una especie del “pater-familia” de la Roma Antigua, la que nació de las tetas amamtadoras de una loba, la de Rómulo y Remo, niños hermanos alimentados, según la leyenda, por las UBRES de esa hembra animal. ¿Matriarcado inicial?
La institución política de las madres comunitarias, un programa político- social del I.C.B.F., es una prolongación de esa vena de la historia. O no?
¿y del amor?.
La humanidad, invención del amor de madre. Algunos libros he leído, muchos he comprado para tenerlos, tocarlos, acariciarlos, saber qué cuento con ellos, pero a pocos los he sentido mío, o sea propio, identificado tanto con el autor como por lo expresado y vivido en su lectura y estudio. Uno de esos libros, de los tantos que adquirí durante los largos y felices años de la investigación de revisión bibliográfica “sobre el concepto de amor como un derecho fundamental consagrado en la constitución política colombiana del 91“, la que me llevó de “shopping” por librerías de Barranquilla, Bogotá, Buenos Aires, México D.C. Mar de Plata, La Habana y los regalos que me trajeron desde París, Barcelona, Zulia y Santiago de Chile, de tantos y tantos libros que coleccioné, el que más afecto me provocó, o provoca, es uno del filósofo francés André Comte- Sponville (creo tener su bibliografía publicada en francés y español). Ese libro es: “La vida humana“(Paidós).
Tanta complicidad despertó su lectura en mí, que intenté traer a su autor a Sur-América (una amiga, a nuestra petición lo contactó en Paris, donde vive jubilado, pero el filósofo le dijo “no poder viajar por una afección auditiva”) y de ese libro tengo (¿tuve?) 2 ejemplares: uno “envenenado” por mis lecturas y estudio y otro que conservaba “virgen”, en una biblioteca olvidada. El envenenado, por tonto, se lo presté A “un bacán“, que ahora cuando le pido devolvérmelo, para redactar esta nota, me sale diciendo esta bacaneria: “Cuando me lo prestaste? – casi le recuerdo la madre!. Y respondió: ¡lo voy a buscar, porque lo tengo embolatado en los “chécheres” de la mudada!”. Tamaña “tontería” la mía. Así que, clandestinamente, como un hampón, con tapaboca, tuve que ir a “hurtar” el ejemplar “virgen” que guardaba entre los libros que abandoné en la casa de rejas blancas con patio de árboles frutales y jardín infantil en “La Concepción”. Y como a toda virgen, la estoy descubriendo – releyendo – para esta ocasión.
En “La Vida Humana”, libro ilustrado con dibujos de Sylvie Thybert, esposa del filósofo André Comte- Sponville éste afirma: “El padre es biológicamente necesario, pero humanamente superfluo.” Entonces, a contrario sensú, la madre es distinta, enfatiza:” En todos los mamíferos, no sólo se contenta con trasmitir la vida: la acoge, la guía, la alimenta. ¿Cómo podría ignorar todo esto?. Entre los humanos, ella deberá proteger a su pequeño – incluso, a veces, contra el padre- durante años, acunarle, consolarle, lavarle, amarle, hablarle, escucharle, educarle…la humanidad es una invención de las mujeres. Incluso en las sociedades modernas, la madre, casi siempre, permanece como el primer amor, y el último también a veces. Es que ella fue la primera en amar“(ver pág. 32. Opus cite).
Y a la página siguiente sentencia: “ser madre, una función fisiológica, alimentadora, vital. El padre es biológicamente necesario. la madre, o una madre, casi humanamente indispensable“(pág. 34, opus cite).
Ese “casi” de André Comte-Sponville, tan dado a elogiar el placer de vivir, me permitió percibir, al releerlo, que no hay absoluta bondad en toda “mamá“. Que también es indispensable un padre responsable. Un padre-mamá, que lo hace indispensable para el amor humano es el cuidado maternal del niño que todos somos o fuimos – la responsabilidad del padre no termina jamás, amor y control: cantado por Ruben Blades y el sonido monumental del trombón de “el malote” Willie Colón -, que no siempre viene del parto, del alumbramiento, ya que increíblemente existen comportamientos des-alma-dos en mujeres tristes. En mi derredor comunal existen mujeres tristes e invisibles, de esas existencias tengo otra preocupación de pura ficción literaria: cada vez que veo una “dama y su mascota”, recuerdo un cuento de Anton Chejov.
La humanidad del amor y el amor a la humanidad. Cabalgando sobre sus cíen años de lúcida e inteligente vida Edgar Morin (1921), uno de los pensadores franceses contemporáneos más prolíficos, es autor de una abundante bibliográfica y uno de los impulsores de la maternalización del mundo. Para esta ocasión, y en coherencia del discurso, creí oportuno citarlo en un pequeño aparte del libro “la vida de la vida” (Cátedra), segundo tomo de “El método“, del item titulado “La humanidad del amor y el amor a la humanidad”, en lo pertinente. Es el siguiente:
“El término de amor, término plenamente humano, tiene raíces muy profundas. Todo ocurre como si en las primeras etapas de la vida, un principio de atracción o de apego biológico provocara entre los unicelulares encuentros protosexuales y asociaciones de donde nacieran colonias, organismos, sociedades.
“Pero el amor humano tiene dos fuentes animales más cercanas. Una es relación mamífera
madre——hijo:
I_________I
Es decir, la continuación extrauterina en el amamantamiento, y después en el apego, del vínculo simbiótico entre dos seres.
La otra es la relación simbiótica de la pareja macho/hembra que se constituye en los pájaros y en ciertos mamíferos.
“el amor humano es un complejo donde se reúnen en unidad, totalidad y emergencia nuevas los componentes surgidos de las fuentes más diversas de la existencia animal, mamífera, primatica, homínida (Morin, 1973, págs. 172- 174).
“El amor: ..
— más necesitan los individuos, por estar cada vez más librados a la soledad, el aislamiento, la escasez, la necesidad, dar y recibir amor para vivir” (ver págs. 510-511. opus cite).
Morin, sabio desde siempre y viejo longevo e inteligente, asume el amor desde lo maternal. Pero como complemento el hijo de la madre, no como esta poseedora del hijo. él, desarrolla en esa relación madre e hijo toda la compleja realidad de la vida humana, por lo que si no hay buena sangre de la madre para con el hijo, éste nunca se va a reconocer en esa “madre” por más que conserve apellido en el registro civil de nacimiento o en la sal de la pila bautismal.
La socio-biología que tanto Morin y Maturana destacan para explicar la profundidad sencilla de El amor.
Los humanos somos hijos del amor. Cuando me encontraba pensando y redactando para cumplir con la invitación, recibí de una amiga de Medellín, ella vive entre los atardeceres de las montañas, el link de la noticia de la muerte, a los 92 años, del biólogo chileno Humberto Maturana. La noticia decía que existió consternación en Santiago en días pasado por el fallecimiento. Maturana fue un intelectual comprometido con el chile de hoy, el que sufrió la dictadura militar y que para estos tiempos de incertidumbre por la peste, superó los días de la reciente e incendiaria violencia callejera -como la que padecemos con zozobra y muertes los colombianos so pretexto de tumbar un proyecto de ley tributaria- con apertura al dialogo racional y nacional.
A Maturana lo escogí entre los autores que me acompañan para la conversación. Igual que a Morin, lo conocí en un evento académico, me hice fotos que deben estar por ahí y le entrevisté para la investigación sobre el amor como derecho, entrevista publicada en la revista dominical de El Heraldo, Latitud del 16 de Septiembre del 2012.
A ese Chile, que es casi Sur-América convulsionada por el populismo de izquierda y/o de derecha, el educador Humberto Maturana (qepd) le dedicó recientes y últimas reflexiones contenidas en el libro “emociones y lenguaje en educación y política“(Paidós), de cuya edición de Marzo 2020, extraigo unas reflexiones suyas que me parecen coherentes con el tema. Estas son las reflexiones del Maestro Maturana:
“La emoción fundamental que hace posible la historia de la hominización es EL AMOR. Sé que puede resultar chocante lo que digo pero, insisto, es el amor. no estoy hablando desde el cristianismo. Si ustedes me perdonan diré que, desgraciadamente, la palabra AMOR ha sido desvirtuada y que se ha desvitalizado la emoción que connota de tanto decir que el amor es algo especial y difícil. El amor es constitutivo de la vida humana, pero no es algo especial. El amor es el fundamento de lo social, pero no toda convivencia es social.”(pág 40, opus cite).
Y el biólogo explica: “el amor es la emoción central en la historia evolutiva humana desde su inicio, y toda ella se da como una historia en la que la conservación de un modo de vida en el que el amor, la aceptación del otro como un legítimo otro en la convivencia, es la condición necesaria para el desarrollo físico, conductual, psíquico, social y espiritual normal del niño, así como para la conservación de la salud física, conductual, psíquica, social y espiritual del adulto”.
Y el maestro chileno enfatizó su discurso afirmando, con convicción profunda:
“En un sentido estricto, los seres humanos nos originamos en el amor y somos dependientes de él. En la vida humana, la mayor parte del sufrimiento viene de la negación del amor: los seres humanos somos hijos del amor“(ver pág. 42.ididem).
Creo que la elemental enseñanza de la profunda reflexión de la emoción amorosa de Maturana es, destacando la herencia biológica y la relación educativa social, que solo existe amor en aquellas relaciones humanas fundadas en el mutuo respeto. No en la sumisión. No. respeto en el reconocimiento del otro y en la responsabilidad por el otro.
la existencia des-alma-das de “madres” reales.
Me atrevo a afirmar que existen, en nuestra realidad cotidiana, madres des-alma-das por la ayuda que recibo, cuando escribo, de la ficción, de la literatura, tanto antigua como contemporánea, donde personajes como estos, es decir “madres sin alma de madre”, han existido, han sido creados para la posteridad de la ignominia humana, o mejor de la generosa maternidad, que es la idea motivo de aceptar la invitación de ese grupo de mujeres- amigas de A.E.N.A. a participar en el tributo de las madres en su día, en su mes de Mayo (el mismo mes en que nació la madre mía), él es de maría: madre divina.
Y tal ayuda mágica me la brindan Eurípides, trágico griego, y Gabo, mago colombiano. Medea y Eréndira me dieron la mano, para no hurgar en expedientes y estadísticas oficiales. Sé, también por la literatura histórica, de la existencia de mujeres crueles, de brujas, etc. Como también sé de la vida, de ficción y de realidad, de madres coraje, guerreras, amazonas. De esas que hacen que su existencia sea la vida feliz de sus hijos. Mujeres que siempre, para gracia de la humanidad, han existido. Y en mayoría absoluta.
Medea, madre asesina. En una de las página del item “Tejedoras de historias” del libro “el infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo”(Siruela), Irene Vallejo, escritora española, cuenta:
“Nadie llega más lejos que la Medea de Eurípides. Imagino el público de hombres que llenase el teatro en la mañana de la primera representación, en el año 431 a.C. Con los ojos fijos en el escenario, atrapados por el magnetismo del miedo, contemplaron cómo una mujer agraviada y vengativa desencadena EL HORROR MÁS absoluto.
Vieron lo innombrable: una madre asesinando a sus hijos con sus propias manos para herir al marido que la abandonaba y la condenaba al exilio“(pág 172).
El análisis de la crítica a esta tragedia griega se ha resumido, así: “La caracterización de Eurípides de Medea muestra las emociones internas de la pasión, el amor y la venganza. Medea es ampliamente leído como un texto pro-feminista en la medida en que explora con simpatías las desventajas de ser una mujer en una sociedad patriarcal. En conflicto con este trasfondo comprensivo o reforzando una lectura más negativa es la identidad bárbara de Medea, que antagonizaría a una audiencia griega del siglo V.
El matricidio y el fratricidio de Medea sean caracterizado como misandria, particularmente en el contexto de las criticas feministas que intentan excusar sus acciones como víctimas del patriarcado“.
La abuela de la niña Eréndira. En 1972, diez años después ganaría el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, para mí el mejor reportero de nuestra historia patria, pasada y presente, escribió los siguientes párrafos en la corta novela “LA INCREÍBLE Y TRISTE HISTORIA DE LA CANDIDA ERÉNDIRA Y SU ABUELA DESALMADA”(Ediciones Debolsillo).
“Las conocí por esa época, que fue la de más grande esplendor, aunque no había que escudriñar los pormenores de su vida sino muchos años después, cuando Rafael Escalona reveló en una canción el desenlace terrible del drama y me pareció qie era bueno para contarlo. Yo andaba vendiendo enciclopedias y libros de medicina por la provincia de Riohacha. Álvaro Cepeda Samudio, que andaba también por esos rumbo vendiendo máquinas de cerveza helada, me llevó en su camioneta por los pueblos del desierto con la intención de hablarme de no sé qué cosa, y hablamos tanto de nada y tomamos tanta cerveza que sin saber cuándo ni por dónde atravesamos el desierto entero y llegamos hasta la frontera. Allí estaba la carpa del amor errante, bajo los lienzos de letreros colgados: Eréndira es mejor. Vaya y vuelva. Eréndira lo espera. Esto no es vida sin Eréndira“(ver pág. 141).
” – Abuela – sollozó -, me estoy muriendo.
La abuela le tocó la frente, y al comprobar que no tenía fiebre, trató de consolarla.
– Ya no faltan más de diez militares – dijo.
Eréndira rompió a llorar con unos chillidos de animal azorado. La abuela supo entonces que había traspuesto los límites del horror, y acariciándola la cabeza la ayudó a calmarse.
– Lo que pasa es que estás débil – le dijo -. Anda, lo llores más, báñate con agua de salvia para que se te componga la sangre”(ver pág. 113).
“Aquel refugio incomprensible había sido construido por el marido de la abuela, un contrabandista legendario que se llamaba Amadís, con quien ella tuvo un hijo que también se llamaba Amadís, y que fue el padre de Eréndira. Nadie conoció los orígenes ni los motivos de esa familia. La versión más conocida en lengua de indios era que Amadís, el padre, había rescatado a su hermosa mujer de un prostíbulo de las Antillas, donde mató a un hombre a cuchilladas, y la traspuso para siempre en la impunidad del desierto. Cuando los Amadises murieron, el uno de fiebres melancólicas (igual a la peste de hoy, me pregunto), y el otro acribillado en un pleito de rivales, la mujer enterró los cadáveres en el patio, despachó a las catorce sirvientas descalzas, y siguió apacentando sus sueños de grandeza en la penumbra de la casa furtiva, gracias al sacrificio de la nieta bastarda que había criado desde el nacimiento“(ver pág. 97).
Recurro a esas historias de ficción, una de la antigüedad y otra de la actualidad, ambas bárbaras, para recordar que también existen malas madres, desalmadas como la abuela de Eréndira o la vengativa ex-esposa Medea.
No toda mujer que procree y pará hijos es, necesariamente, madre. Madre, como se dice, popularmente, “solo hay una”: la buena. la madre buena. la buena madre.
Y me explico. El amor humano, lo han enseñado, inteligentemente, los autores convocados, es producto de la sangre químicamente buena que enlaza, para siempre, el cordón madre-hijo. La empatía de identificación de las pieles que exhiben la misma sangre. Y hay personas, mujeres y hombres, química y sanguíneamente, malos, malas. No es sólo genética. Biología. ES psicopatología como lo analiza el siquiatra forense Dr. Carlos E. Climent en el libro “la locura lúcida. Antisociales, narcisistas y borderline”(Panamericana).
Y esas progenitoras son las que golpean, arrastran, ofenden, abusan, venden, dañan, encadenan, matan, como Saturno y/o Medea a sus hijos cuando son INFANTES, es decir niños que todavía no tienen voz, pero sienten y guardan en la piel y alma-cenan en el cerebro que se está formando, neurológicamente, en la denominada “primera infancia”, que corre de cero a seis años de edad.
Y esas historias de la vida real, que muy seguramente están relatadas, en muchísimos expedientes judiciales, son increíblemente ciertas. O sea, pocas mentes sanas pueden creer que existan malas madres o madres malas. Pero, de que las hay las hay, como las brujas. O acaso de qué comportamientos provienen las estadísticas de medicina legal de niños y niñas: asesinados, quemados, flagelados con cuero, con chancletas, esposados, castigados a pleno sol, puestos a pedir limosnas en las esquinas de las ciudades, prostituidos, vendidos, fetos abandonados en basureros, bebes dejados en “Moisés” de cartón rescatados por la policía, invisibilizados y sin escuela, entregados en adopción o simplemente “vendidos” como carne de cañón podría ser interminablemente el listado de gravámenes, maltratos y daños causado por “madres” – que se auto-proclaman “amorosas“, si me pongo a exprimir los recuerdos de cronista de policía y judiciales que fui cuando me inaugure de padre responsable: primero los hijos, después la vanidad.
Acabo de leer que en Gijón, España, está siendo enjuiciada una joven mujer, de 26 años, porque “cosió a puñaladas a un recién sano y bien gestado, porque oculto el embarazo a su familia“. ¿Quién me dice que los humanos no seguimos siendo bárbaros?
Brevísima conclusión. Solo lo empático es lo amoroso. y lo maternal no solo está en parir, sino en respetar la vida del niño y del hijo, como vida propia. Y ello, porque en Colombia, la Constitución Política vigente consagró a los niños, niñas y adolescentes como sujetos autónomos de derechos prevalentes, uno de ellos: El amor. E impuso a la familia, como célula del Estado Social de Derecho y de una sociedad democrática incluyente y participativa el deber de proteger y garantizar efectivamente los derechos prevalentes de los niños (art.44 c.p).
Próxima: El periódico de ayer.