Las novelas de los dictadores o dictadores para las novelas.

“El que calla otorga”: Expresión de inquisición.

“Callar al otro por la fuerza es la raíz de la intolerancia. Creo mucho en una relación de libertad en las personas y en EL DERECHO A LA PALABRA. En la confrontación de las ideas”. Sergio Ramírez. El Tiempo 28/8/22.

El editorial del diario El Espectador, titulado: “somos ahora condescendientes con las dictaduras“, referente a la ausencia de Colombia en sesión reciente de la O.E.A.  La que se “condenó” al actual gobierno de Nicaragua, me recordó una etapa de mis deleídades intelectuales moceriles: leer y escribir sobre la literatura hispanoamericana de dictadores.

Fue en tiempos en que estudiaba y debatía “tomando tinto” en la Universidad del Atlántico de “20 de Julio”. Para entonces, un amor fugaz de brisas y  besos en bus urbano, me regaló un ejemplar de la novela “el otoño del patriarca” de Gabriel García Márquez, recién publicada, creo, por Plaza Janes. Por efectos del manoseo y la lectura (leía en cualquier lugar), el libro se fue deshojando. Debí empastarlo para conservarlo y con él congelar recuerdos gloriosos de aquel amor perdido.

El amoroso regalo me despertó el interés académico por las novelas de los dictadores latinoamericanos, pues enseñaba en las noches de luna barranquillera, en la Universidad Simón Bolívar la asignatura de sociología de la literatura -otra aventura-. Así que me dediqué a leer e investigar sobre esas truculentas, recurrentes y real-maravillosas historias de la ficción de los dictadores del terruño, hasta redacté un borrador de ensayo provocado por el libro “los dictadores latinoamericanos“(Fondo de Cultura) del fallecido crítico uruguayo Ángel Rama.

Eran tiempos felices, como siempre es la vida de quien come, bebe, lee, escribe, duerme, trabaja y “hace el amor”. Habitaba “El Santuario”. Enamorado de la literatura y de las mujeres de mediodía, vivía cargando para todos lados, en la mochila arhuaca, libros como: “yo, el supremo“, novela del paraguayo Augusto Roa Bastos, “tirano bandera” del español Don Ramón del Valle Inclán, el poema épico del bogotano Jorge Zalamea “el gran burundun buranda ha muerto“, “el señor presidente” del premio nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias. Y, obvio, la novela de Gabo con quien me tomé una “Polaroi” en un hotel de Bogotá. El tiempo y la química borraron la imagen.

Esas son novelas sobre las increíbles “hazañas” de dictadores de antaño; del siglo XX y/o anteriores. Pero hoy, en pleno siglo XXI, América Latina sigue siendo “tierra firme” para las dictaduras, de “nuevo cuño”, como decíamos en la universidad. Dictaduras bolivarianas, como ahora las llaman los predicadores del “socialismo del siglo XXI“, porque los del socialismo del pasado siglo la enarbolaban como dictadura del proletariado. Pero dictadura al fin y al cabo. Ninguna dictadura conduce al bienestar general, eso lo tengo claro. Ni en la tienda de la esquina donde aún fían frías con “vale”: vieja costumbre cacha-costeña, ¡mi vale!

Novelistas latinos, como el Nobel Mario Vargas Llosa y el exvicepresidente en la Revolución Sandinista, Sergio Ramírez, Premio Cervantes, han publicado novelas sobre las dictaduras. La del peruano-español titulada “la fiesta del chivo” y la del nica es “Tongolele no sabía bailar“. Todavía no conozco la novela que retrate a personajes tan folclóricos como los presidentes venezolanos: el hombre del pajarito y el coronel reencarnación del Libertador. Tampoco a novelistas como Leonardo Padura y Guillermo Cabrera Infante, cain, le recuerdo ficciones sobre algún dictador cubano, sí es qué ha existido en la isla del “Caimán Barbudo”. ¡¡Perdón!! Todo sé estará cocinando, como los sancochos de patio casero: a fuego lento y con todos los condimentos.

La palabra pueblo es muy elástica. La exhibición de “la espada” es, en mi interpretación, la “prueba reina” que habitamos un país de ficción. Donde todo es posible. Por ejemplo: ser presidente sin equipo de gobierno. La exhibición del yo. “yo, el supremo“. O ¿el germen de un dictador?

En la Plaza de Bolívar de Bogotá, la Capital de la República, se exhibió, como símbolo y signo, en una soleada y concurrida tarde de agosto reciente, la espada de Bolívar -vuelve y juega-, como demostración de un pasado que no se desea o no se puede olvidar: la de hacer la revolución. La de ¿quién? Con ¿quién? Contra ¿quién? La del pueblo. Con el pueblo. Contra el pueblo. Son mis preguntas. Son mis respuestas. La palabra pueblo es muy elástica. La exhibición de “la espada” es, en mi interpretación, la “prueba reina” que habitamos un país de ficción. Donde todo es posible. Por ejemplo: ser presidente sin equipo de gobierno. La exhibición del yo. “yo, el supremo“. O ¿el germen de un dictador? Yo no soy presdigitador, solo soy un gozón en los primeros 15 de la pensión. Un gobierno de pacto ebrio como gritaba un  legislador embriagado del poder popular en los pasillos de un hotel caribeño allende el mar

Entonces, casi compulsivamente nos “encantamos” con los dictadores, desde los que se pasan la vida docente (indecente) dictando clases o los que dictan, desde el ejercicio del poder político, sus locuras. Sí. Porque hay que ser demente para obsesionarse como un dictador desde cualquier poder. El poder que obsesiona a Occidente desde Roma. yo soy roma, otra novela. Ésta sobre Julio Cesar, aquel apuñalado por Bruto. ¡Aja!

Por ello cuando escuche en un diálogo de afectos sanguíneo la frase: “el que calla otorga“, sentí una delgada corriente helada pulsar sobre la columna. Solo atine a decir: eso es inquisición. En la vida democrática se pregunta, se indaga. Y se espera. se aprende a escuchar. En la Inquisición se juzga sin escuchar y sin comprender que el silencio es un derecho humano. Y todo derecho debe garantizarse. Respetarse. Así no se quiera saber la realidad. Solo los reyes y princesas mandan a callar.

Cuando caminaba los últimos temblores de estas divagaciones, me desperté con las imágenes de la “tentativa de homicidio“, en plena Recoleta, a la eterna viuda Cristina -otro personaje de novela para la pluma de Tomás Eloy Martínez, su santa evita ha sido reeditada-. La imagen del arma “engatillada”, como en una obra de teatro callejero, me pareció a la portada de la novela “Tongolele no sabe bailar“. Comparen ustedes. Fue un atentado de ciencia ficción. ¿Puro cuento? o las dictaduras tienen en américa latina su nicho? Eso lo responderá una novela. 

La próxima: da igual o lo mismo: del amor al odio, hasta la segregación.

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