A Pablo D,
que mitiga miedos y angustias,
a punta de optimismo y esperanzas.
Es un ser humano común y corriente. No anda pregonando por ahí, diciendo quién es y lo qué es capaz de hacer en una tarde de relax, en un paseo improvisado o en una tarde de bolero en la casa de Valmiro. De lo que estoy seguro es que cuando no está en una reunión de trago le echamos de menos: “Si él estuviera aquí…”, ¡Dejen que venga…y la fiesta cambiará!, frases de lamento y voces afirmativas augurando con esperanza la llegada de Pablo. Y así, mientras la fiesta transcurre, o la reunión con los amigos se prolonga surgen las conjeturas sobre ese hombre menudito, pequeño, con apenas 1.60 metro de estatura, que de manera compulsiva abre las puertas de su timidez y de manera extrovertida estalla su pasión alegre y mamagallística, para tranquilidad de sus amigos y la animación espontanea en uno de esos encuentros no previstos.
Desde muy temprano se levanta por las mañanas y atraviesa la placita del conjunto residencial con la piyama puesta todavía, rumbo a la garita donde el vigilante somnoliento le rinde un informe sobre los pormenores de la noche; toma nota y anota algunas observaciones sobre el periódico, usado como agenda improvisada, al que está suscrito, y que no ha leído todavía. Hasta los amigos más cercanos lo saludamos con respeto y alguna curiosidad, porque este Pablo que amanece de lunes a viernes es diferente al Pablito juguetón y fiestero de los fines de semana. Se ha vuelto cotidiano verle la amargura en su rostro serio y reflexivo, pareciéndose un poco a Olafo, el amargado, y las gruesas y grandes gafas al mejor estilo de Woody Allen. Quizás usted lo ha visto de perfil cuando va manejando con la atención puesta en el tráfico cotidiano, serio, aparentando un mal humor dibujado en su rostro, que exhibe como una gran mentira inconscientemente. Sube a su apartamento, se alista para cumplir con las vueltas de jubilado, aprovechando la frescura de la mañana, desayuna y baja al jardín, que está a un costado de la placita del conjunto residencial, a esperar a su esposa, mientras, hace tiempo para leer el periódico de la ciudad y enterarse de lo que acontece en el mundo globalizado. Su lectura despreocupada es rápida, al mismo tiempo que reflexiona sobre cada noticia en la soledad de La Fuentecita, de la cual brota el sonido permanente del agua cayendo y mezclado con el canto de algunos pájaros que revolotean alegres para saciar su sed, en medio del jardín.
Ese ha sido su ritual de lunes a viernes, inamovible, riguroso, desde hace más de treinta años. Nadie ha podido romper la coraza que lo blinda y le oculta sus emociones. Nada de sonrisas, sólo la sobriedad de un hombre fatigado por los años de trabajo – apenas hace dos años le llegó la orden de retiró –. En ese itinerario cotidiano, su esposa, con la paciencia de una mujer que teje, lo espera, lo observa, le habla, y él, desde su silencio con los ojillos puesto en la prensa o en el monitor de su PC, la escucha, pero así es él también dentro del hogar, un ser humano común y corriente, rumiando su soledad y caminando de un lado a otro por toda la sala. Su esposa, acostumbrada a su seriedad semanal, conoce todo sobre este hombre en su totalidad y lo justifica: las intermitencias de su sobriedad impregnadas de breves fragmentos lúdicos, le permiten liberarse de las máscaras sociales que le impiden ser realmente él.
Pero cuando llega el viernes, el semblante del protagonista de esta historia cambia. Su profunda seriedad se resquebraja y evoluciona hacia el relax y la frescura de la alegría que le distensiona la vida, y el optimismo reaparece en su rostro con su semblante de esperanza. Los tonos grises y oscuros de su ropa desaparecen de la vida pública ante sus conocidos y dan paso al colorido de sus camisas y el Jean descomplicado de un costeño dispuesto a gozarse la esquina de la Troja, de un barrio popular, o el desfile de la Guacherna en los precarnavales, sentado en un bordillo. Su imaginación se transforma y entonces con toda meticulosidad se reinventa un mundo alegre donde él es sujeto de la alegría y la mamadera de gallo. El mínimo de felicidad que le puede suceder y se conforma es sentarse bajo un frondoso árbol a tomarse una cerveza, una copa de vino, o un trago de whisky y recordar con nostalgia y alegría los acontecimientos vividos; a compartir los chistes, que ya nos sabemos de memoria, de los cuales Freud nos haría un psicoanálisis sobre el goce y el placer; a dramatizar sucesos perdidos en la memoria colectiva que él trae con gran prodigio, agregándole toques y matices que nos llevan a la hilaridad.
Asume que el placer de la vida está en su improvisación, en el itinerario de emociones que saltican y deambulan entre la cordura y la sin razón de que está hecha la existencia. Siempre hay un chiste en estos días de asueto, que nos alegra con su relámpago irónico y burlón; un comentario satírico y mordaz entre los amigos se disfruta con la asunción del sentido del humor.
Y cuando ya los efectos del alcohol rompieron los límites de la moderación y la alegría se expresa en plena desmesura, Pablo se dirige a su auto, abre el baúl y, según la ocasión que lo incita, -carnaval, hora loca, cumpleaños, reunión improvisada para tarde de boleros – saca una careta de brujas, una manta de torero, máscara de burro, un antifaz de monocuco, un disfraz de bebé o un pito de pea – pea, un antifaz del llanero solitario, una máscara de papel de una mujer cabezona. En un santiamén aparece vestido como Santos, el enmascarado de plata, y sin inhibiciones grita dentro de su máscara y su capa se abre como un ala gruesa, ante la hilaridad del grupo, que lo observa dando saltos de marimonda. En medio del entusiasmo y la euforia me mira con sus ojos extraviados, me abraza y me habla al oído, en susurros: “siempre quise ser mago”, y su cuerpo se convulsiona en medio del llanto y la pea.
Después, en medio de la tristeza, recobra la seriedad y filosofa. Asume que el placer de la vida está en su improvisación, en el itinerario de emociones que saltican y deambulan entre la cordura y la sin razón de que está hecha la existencia. Siempre hay un chiste en estos días de asueto, que nos alegra con su relámpago irónico y burlón; un comentario satírico y mordaz entre los amigos se disfruta con la asunción del sentido del humor. Al final de cuenta sino podemos burlarnos de los demás nos queda el consuelo de terminar burlándonos de nosotros mismos. Después de sus meditaciones no entra en vaina para espantarse la tristeza, pintándose la cara de payaso, bailar y comparar su estatura al lado de la mujer más alta del grupo, sacándola a bailar, o probarse el vestido anticuado de recluta naval de uno de los integrantes del grupo, sin ningún tipo de inhibición. Con la magia de su vida nos contagiaba a todos, éramos sus espectadores y él, vestido de blanco, con su sombrero de ala corta y copa achatada era nuestro mago – la antítesis de un mago normal –, pero era nuestro mago y con nuestras almas de niño no estábamos dispuesto a cambiarlo por otro.
Por estos días de pre – carnaval de enero y febrero, con sus noches frescas, el espíritu de Pablo se pone a tono bajo el tam – tam de las comparsas que ensayan su parafernalia y escenografía en las calles del Barrio Abajo. Un éxtasis lo ilumina en estas noches mientras su mirada brillante y emocionada visualiza la profunda oscuridad del cosmos. El Carnaval de Barranquilla abre la inmensidad de sus ritmos y lo acoge en la multiculturalidad de voces que proliferan en los cuatro puntos cardinales de la ciudad. Lo más probable es que en estos preliminares del goce dionisiaco tenga los contactos para las entradas a palcos, o un baile típico de Carnaval. Este hombre común y corriente es lo más normal en nuestra región Caribe, en él confluyen la alegría y el ánimo de cada hombre Caribe. Para mí, este hombre es Carnaval, su nombre es carnaval, el carnaval es alegría, la alegría le permite ser, expresarse. “En eso estoy de acuerdo con Celia” – nos dice casi a gritos, totalmente enmaizenado – “para mí, la vida es un carnaval”, continúa bailando, llevando el ritmo de la música de la guarachera de Cuba, con una alegría que lo engrandece y lo agiganta en medio de la fiesta.
Esa autenticidad suya donde lo serio y lo lúdico prevalecen irradiándose en la conciencia de este hombre que subestima lo serio y se decanta en un amor a la vida, a través del juego de las emociones, la locura en el caos y el desorden, la sinrazón transgrediendo el orden y el statu quo, la dulce venganza de la felicidad marcando nuevos referentes y episodios en la memoria, la posibilidad de nuevas nostalgias para ser agregadas a las anteriores y reencontrarnos de nuevo en lo casual y lo premeditado para su celebración.
Si alguna vez lo contactas, o descubres quién es, desconfía de su rostro austero y severo, porque tiene el don y la gracia de hacerte creer sus mentiras, sin embargo, su alegría explosiva es parte de su verdadero ser, desmitifica la imagen que causa la primera vez. Sólo en los tiempos de descanso y fiestas, este hombre logra sacar de su intimidad, la autenticidad de su vida. Siento que en los días de asueto y fiestas soy realmente yo, me dice, le miro sus ojos de niño inocente, mirándome desde su baja estatura, recordándome con nostalgia el deseo de su infancia que lleva consigo y que sólo sus amigos conocemos. Después, despliega una hoja y me lee el poema breve de Cortázar, Amor 77:
“Y después de hacer todo lo que hacen,
se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten y,
así progresivamente, van volviendo a ser lo que no son”.
Dobla el papel y sonríe con ingenuidad en ese momento auténtico en que la picardía comienza a brillar en sus ojos. No le aplaudimos, solo sacamos una carcajada porque la amargura de Olafo ha sido desplazada por la alegría del niño y la dicha de Pablo.
Hablar de carnaval es ser costeño colombiano des sus raíces que se expresa y no sé exprés porque algunos le da miedo del bullyn pero yo que he vivido esos proceso ya que el deporte y sobre todo la cultura me permitido crecer como gran líder y en busca de ser mejor me a llevado estar los 3 día caminando la vía 40 apoyando a mi maestro quien me importó a estudiar esta linda. carrera de educación física el cual conocí un maestro que para enseñar, todo se podía a través de la metodologia, esta época linda del costeño donde somos día noche y no queremos que se acabe y nos entregamos en cuerpo y alma los estamos disfrazado, danzando, y bailando de la mejor forma expresiva dando lo que somos jolgorio reglas y el último día de lo que somos gente linda gracias a Dios pienso que cada uno es un carnaval desde la pasión la vocación y estudio que nos da la oportunidad de tomar mejores desiciones en la vida, y cada persona tiene un carnaval que contar y que admiradores de lo que pasa tenemos para observar en los demás como vemos en esta historia donde ocurre una metamorfosis y ocurre una transformación de lo lineal y perfecto a lo ondulado con formas muy expresiva de la vida misma de cada persona sobre todo de los escribimos un texto, gracias carnaval por seguir impulsando a escribir a vivir y hacer de la vida una experiencia más para tomar las mejora desiciones ATT, escuela de Oro santo más Atlántica, colombia para el mundo.