Historias breves que se entrecruzan

Wensel Valegas

“Es la memoria y no recuerdo nada

No sé lo que dice y a ella me fío

Como saber vivo

Como olvidar que lo sabemos”

Octavio Paz.

“Cada suicidio es un sublime poema de melancolía”.

Honoré de Balzac.

Discúlpame, no te conozco, ¿quién eres? Hace tres días me saludaste, pero no quiero que pienses que me doy mis ínfulas y soy un engreído al no responder tu saludo, juro que he buscado y rebuscado en los archivos de la memoria y nada – y no responde, como dicen mis hijos, frente al PC, buscando un dato extraviado –. Dices que me viste hace un año en París, muy cerca de la torre Eiffel, además, me tomaste una foto con mi cámara, para que mi esposa y yo saliéramos sonrientes, con el Sena en el trasfondo, dejando correr sus aguas tranquilas al pie de la torre. “Acuérdate de ese matrimonio loco donde la mujer tenía un traje blanco con una cola larga e infinita, que la gente trataba de no pisar”, continuaste diciéndome, y claro, recuerdo al matrimonio que enloqueció a los turistas: “¡Qué locura, casarse en Paris, con este calor!”, eran voces entusiastas y alusivas a “esta es una boda que los novios jamás olvidarán”; comentarios y murmullos en variados idiomas, aplausos, gritos, pero sinceramente no te recuerdo.

Me lo dices con impresionante precisión, que mi memoria no atina a precisar, que te compré unos caramelos y una gorra – paraguas para el sol porque mi esposa no aguantaba el calor, de eso me acuerdo, del verano intenso y el sudor a chorros en la cara de la gente. Sí,  lo de la foto lo recuerdo, también la novia caminando a toda prisa bajo el inclemente sol y una temperatura de más de cuarenta grados, y la gente ansiosa deseando zambullirse al río, y  las autoridades vigilando la ribera porque una semana antes se había ahogado un hombre, un irlandés extrovertido que nunca se cansó de vociferar – quizás para llamar la atención – desde que pisó París, “conocer a París y después morir”, esas habladurías del tipo se confirmaron cuando su foto apareció en Le Monde y los pasajeros que viajaron con él lo reconocieron y llamaron al diario y a la policía para decirles lo que le escucharon al suicida en todo el viaje desde Irlanda; también llamó el taxista que lo dejó alojado en el hotel Da Vinci, diciéndole lo mismo al diario y las autoridades; igual llamaron desde el hotel donde confirmaron que el sujeto, Cormac O´Brien, había pagado quince días por adelantado.

Me falla la memoria en eso que me dices y, sin embargo, recuerdo los pormenores de la muerte de este irlandés.

Vaya usted a saber que llevó a este hombre al suicidio, tuvieron que investigarlo las autoridades desde su país natal, incluso, a través de un canal de televisión española se informó sobre sus antecedentes, tejiéndose diversas hipótesis sobre su persistencia suicida. Se informó que O´Brien intentó suicidarse muchas veces, según el reporte médico e investigación forense de las autoridades francesas. El historial médico de las autoridades irlandesas indicaba que, O´Brien, fue encontrado sentado bajo la sombra de un árbol frondoso – en su primer intento de suicidio – con la mirada extraviada en el infinito y revolver en mano apuntando a su sien, esperando el frío metal del balazo, en la mano desarmada tenía empuñada una nota: “lo difícil no es morir, sino seguir viviendo”; alguien dio aviso a las autoridades y fue salvado cuando estaba a punto de jalar el gatillo.

Hasta ese momento, finalizaba el parte médico – psiquiatra: “el suicida quiere vivir, es mentira que se suicide porque sí; le duele que nadie lo note, por eso se suicida, porque quiere llamar la atención, huir de la vida con su muerte es su último acto de desobediencia”.

La segunda, fue en el mar de Irlanda, caminó lentamente de la playa hacia el mar profundo, inhalando el aroma de la sal, sin escuchar a los salvavidas; la gente lo veía desde la playa y le gritaba, llamándole, pero él sólo levantaba su mano derecha, sin mirar atrás, como diciendo: “adiós, nos vemos en la orilla del jamás”; nuevamente fue rescatado, esta vez de una muerte pública, decían las noticias, pero algunos de los bañistas que lo vieron, comentaron jocosamente: “el que se quiere suicidar no necesita llamar la atención”.

La tercera vez, una mañana triste y desolada, fue encontrado tejiendo una soga, frente a una silla debajo de un andamio, cuya fragilidad era un aliciente para el suicida, que imaginaba el instante de la rotura de su cuello; lo salvo el llamado de uno de sus hijos adolescente cuando estaba a punto de subir al endeble asiento, según comentario hecho por el mismo O´Brien, en sesiones de psicoanálisis profundo, halladas en el informe.

El cuarto y último intento fallido fue la tarde en que preparaba la cena a sus hijos y servírselas; regresó a la cocina, se encerró en ella, taponó los resquicios de ventanas y paredes, abrió la llave del gas y metió la cabeza en el horno; nadie supo que pasó después, tampoco el mismo O´Brien, que volvió a la vida sin saber porque seguía vivo, así estaba escrito en su historial personal que salió a la luz pública. Hasta ese momento, finalizaba el parte médico – psiquiatra: “el suicida quiere vivir, es mentira que se suicide porque sí; le duele que nadie lo note, por eso se suicida, porque quiere llamar la atención, huir de la vida con su muerte es su último acto de desobediencia”.

Perdona que, de tanto rodeo, a decir verdad, todavía no puedo recordarte, y mientras hablo te miro y me doy cuenta que no encajas en mi memoria, no puedo, siento que me juega una mala pesada, aunque me digas que te compré unas baratijas para llevarle a la familia a Colombia. ¿Sabes qué? Quizás me ves como un cínico, o un pedante, que piensa que buscabas pedirme dinero, pero ¡la puta madre si me acuerdo de ti!

Creo en lo que me has estado diciendo, coincide con tus afirmaciones. Te creo, pero no te recuerdo. Es la tuya una historia donde soy el protagonista sin llegar a saber por qué, ni cuál será su final, tampoco me interesa. Sin embargo, en mi historia eres un desconocido que me indaga, que intenta darme una señal. Estarás de acuerdo que tu historia de final incierto y la mía con lagunas mentales tienen un punto de encuentro: la historia del suicida que acaparó los medios y redes sociales. ¿Por qué cree usted que se suicidó O´Brien, acaso porque lo sobrepasó la vida, o simplemente se le volvió un absurdo incomprensible?

Ha construido conjeturas y recurrido a toda clase de pistas, pero mi memoria ha hecho de la resistencia una costumbre. A propósito, insisto en las disculpas, pero observo que hablas muy bien el español, ¿cómo te llamas?, ¿de qué país eres? No pretendo burlarme de tus certezas. Discúlpame, no te recuerdo, tampoco te conozco.

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