En el día Panamericano del médico 2022

Apreciado estudiante

Puedes considerarte un joven privilegiado. Has logrado por méritos propios hacer realidad un sueño: ser estudiante de medicina.

Te toca ahora, igual que a tus otros compañeros, como en las pruebas de atletismo emprender la partida apenas el juez dé la orden de arrancar que señala la partida a la gran hazaña de tu vida.  Marcará al final de la carrera, en tu caso la carrera médica, el rumbo promisorio de tu existencia.

A través de largo y laborioso recorrido de 6 años tendrás que acumular cierta cantidad de puntos que, sumados, te darán la clasificación final para ganar la idoneidad como médico, ser médico. En tu marcha hacia este objetivo tienes que conquistar primero con disciplina, consagración y estudio dos competencias preliminares: la competencia profesional y la competencia ética. Sin la ganancia de estas dos apuestas el arribo a la meta será casi que imposible y, es factible, tengas que abandonar la corrida. Deseo de corazón te suceda lo mejor; no quedes, sin remedio, descalificado en medio de la pista.

Debes saber que durante el curso del programa tienes que fajarte duro, sostenido y resuelto en la adquisición de los conocimientos médicos para obtener la competencia profesional que, luego, permita vestir orgulloso la pulcra camiseta blanca del científico: símbolo de la pureza aptitudes y destrezas del artista. Entiende, joven amigo, que la profesión médica es en su conjunto ciencia, tecnología y arte maravilloso.

Completas la condición de atleta destacado del intelecto compitiendo con mística en la adquisición de una cultura humanística. Convéncete que ciencia y arte están consagrados al servicio integral del hombre. Aprendimos, desde los tiempos de Protágoras, que “El hombre es la medida de todas las cosas” y es la persona humana en lo más valioso que ella tiene: su salud y su vida, materia prima del ejercicio médico profesional al que aspiras en el futuro.

Si tú, mi querido primíparo, no tienes ideales cimentados en los sentimientos de caridad, justicia, verdad, compasión, templanza, prudencia, solidaridad, humildad, paciencia, respeto y responsabilidad, tu extraordinaria inteligencia y suficiencia científica no bastarán para culminar victorioso esta gesta. Al perder la competencia moral, jueces implacables te inhabilitarán sin contemplaciones.

Para enfrentar con éxito lo riguroso de este crucial compromiso no son suficientes dotes científicas, técnicas y humanísticas. En igual medida, con el mismo entusiasmo, tienes que alcanzar puntos valiosos más, solo posibles, tras sólida formación moral para salir adelante en la indefectible competencia ética. Esta constituye el soporte espiritual necesario para enfrentar, tal vez, la prueba mayor, pesada travesía de la enfermedad, el dolor, el sufrimiento y la muerte, sin que las lágrimas te hagan perder la claridad de la visión; vivencias humanas a las que, valeroso, te has lanzado. Con la exigencia siempre presente de recurrir al   fortificante lenitivo del amor. “El amor al arte, es el amor al hombre”, según decir de Platón el filósofo griego.

El médico y escritor español Gregorio Marañón distingue, con sabia precisión, entre ser “Buen médico” y ser “Médico bueno”; sin que una condición excluya la otra. Comprensión practica de su enseñanza permite deducir que el “Buen médico” cumple, por sus conocimientos y habilidades, los requisitos de una sólida competencia profesional, tanto científica como técnica. Mientras que el “Medico bueno” posee los atributos de una virtuosa competencia moral por actitudes acordes con los principios éticos de la profesión.

Si tú, mi querido primíparo, no tienes ideales cimentados en los sentimientos de caridad, justicia, verdad, compasión, templanza, prudencia, solidaridad, humildad, paciencia, respeto y responsabilidad, tu extraordinaria inteligencia y suficiencia científica no bastarán para culminar victorioso esta gesta. Al perder la competencia moral, jueces implacables te inhabilitarán sin contemplaciones.

Si no has tenido tiempo para cerciorarte de quienes son los severos jueces que te juzgaran puedo decirte que el primero, quizá el más importante de todos, estará ubicado en profundo silencio, cerca de ti, en el severo tribunal de tu conciencia.

A lado y lado del camino encontraras, vigilantes, legión interminable de hombres mujeres, niños y ancianos, integrantes de la sociedad entera con la que vas a comprometerte no hacerles daño el día que recibas el título de campeón, campeón de la medicina.

Bien en lo alto del sendero, hasta donde nuestra vista no alcanza, existe, créelo o no, un Dios amo y señor de la vida que observa, justo y misericordioso, la ruta por donde ahora corres presuroso.

Seguro estoy, llegarás a culminar la carrera y jubiloso subirás al podio dispuesto a los triunfadores. La universidad te entregará con honores el premio ganado, pero, fíjate, que hasta aquí no llega tu arriesgado empeño. Un árbitro exigente, una vez tengas la corona de laureles sobre tu testa, estará vigilando tu derrotero. Te va a recompensar o a condenar si te haces digno o indigno de la gloria alcanzada. Ese juez implacable, que tanto espera de ti, es la misma gente, la comunidad de la que haces parte. Te ha seleccionado, entre sus miembros más distinguidos, para que le sirvas con honor mediante tu bienhechora acción sanadora.

Dios te bendiga.  Ilumine tu mente y conduzca por el buen camino porque “Ser médico es genial”

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