En el día del maestro

Vocación por la docencia

Desde niño con mis hermanos, en la casa paterna, nos divertíamos jugando a la escuela entre las entretenciones infantiles de una época, en que los videojuegos eran ficción. Yo, el mayor, fungía severo maestro, regla en mano, para imponer disciplina. Pensaría que, desde entonces, la naturaleza otorgó el honroso don de la enseñanza, vocación por la docencia.

Influenciado, seguro estoy, por dos mujeres excepcionales que guiaron en el aprendizaje de la lectura, escritura y demás conocimientos primarios. La “Seño” Eusebia Laguna en el Instituto San Martín de Loba, escuelita del barrio, en tiempos que no existían “Garden ni kindergarten” y mi madre Esther Hurtado Charris, asistente magistral, en la ejecución posterior de las tareas. Su hermosa letra, la de mi mamá, calcada de la “caligrafía Palmer” heredé y conservé, bastante similar, hasta mi paso por la facultad de medicina. Vaya usted a saber por qué la práctica médica transmuta la escritura en rasgos, la mayoría de las veces, indescifrables que, afortunado, no es la mía.

Profesores

Tuve dos profesores, auténticos maestros, de los que tanta falta hacen en estos días del imperante constructivismo pedagógico que intervinieron con la elocuencia de su saber y amor al idioma en mi formación humanística.

Durante los años de colegio, en el San Francisco, en Barranquilla, a Esteban Páez Polo, en la Cátedra Bolivariana e Historia de Colombia.

 Alcalde de Barranquilla, Magistrado del Tribunal Superior del del Distrito Judicial de Barranquilla, rector de la Universidad del Atlántico, Decano de la Facultad de Comunicación Social – Periodismo y docente de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma del Caribe, Páez Polo en su libro ‘Simón Bolívar, en Soledad y Barranquilla’, narra la última etapa del padre de la patria hasta morir en Santa Marta, investigador profundo que fue de la vida y obra del libertador.

Roberto Burgos Ojeda, intelectual de eximios quilates e historiador, en el inolvidable periplo por la Universidad de Cartagena, en su fascinante Cátedra de Humanidades.

Páez Polo Y Burgos Ojeda, eminentes abogados, prolíficos escritores y conferencistas, con una solvencia oratoria impresionante. Sus clases eran espectáculo soberbio de lo que panegiristas de los nuevos modelos educativos cuestionan por obsoleto: la cátedra magistral. Si, la misma cátedra magistral en que fuimos formados la mayoría de los jóvenes de mi generación. 

Recuerdo bien, los dos ilustres maestros coincidían en afirmar que la improvisación en el arte de hablar no era posible. Consideraban que cualquier discurso espontáneo, sobre un tema específico, brotaba como resultado del conocimiento adquirido a través del estudio y la reflexión, más el saber acumulado por la experiencia de los años.

Estudiante de bachillerato y maestro. Primera incursión docente formal se da en curso de alfabetización que el cura párroco de la iglesia San Francisco de Asís, barrio Las delicias, organizó para personas adultas, pobres, del vecindario. 

Mi periplo docente fue haber contribuido a la formación académica y humana de aproximadamente 20.000 profesionales de la salud que hoy sirven a la humanidad diseminados por todos los rincones del mundo. Con la íntima satisfacción de haber cumplido dignamente la tarea y el orgullo de hacer realidad mi vocación no solo médica sino del consagrado maestro.

Estudiantes de 6º año de bachillerato, 1961, del colegio regentado por los mismos frailes franciscanos, estábamos encargados de dictar las clases, una vez concluida nuestra jornada, a partir de las cinco de la tarde. Guardo recuerdo grato de esta experiencia, no obstante, la incomodidad de salir pasadas las 8 de la noche y, de a pie, dirigir hacia mi residencia, algo distante del colegio.

Estudiante de medicina y maestro. En Cartagena, década de los 60, estudiante de medicina, a partir del tercer año de carrera, forzado por la necesidad para solventar apuros económicos, aproveché el chance que dieron de regentar, en distintos períodos, las cátedras de biología y anatomía en los colegios León XIII, La Salle y Universidad Femenina o Liceo Soledad Acosta de Samper. Dictaba   conferencias magistrales que ilustraba dibujando con tizas de colores, sobre el tablero, las gráficas correspondientes al tema tratado.

Imborrable la mañana del 30 de octubre de 1965. Explotó el mercado público, ubicado en donde hoy funciona el Centro Internacional de Convenciones de Cartagena de Indias, en momentos que hacía exposición de zoología en el Colegio León XIII, localizado en el centro histórico. El estruendo se oyó en toda la ciudad, como si la hubieran bombardeado. Presuroso corrí hacia el Hospital Santa Clara y algo dantesco encontré en la puerta de entrada por la Calle del Torno: de camiones bajaban restos humanos irreconocibles, cuerpos desmembrados y, los que no, eran atendidos, en cualquier espacio disponible de un Hospital desbordado en su capacidad, por todo el estamento médico incluido nosotros los estudiantes. 50 muertos y cerca de 200 heridos, dejó esta tragedia que no olvidan los viejos cartageneros.

Médico rural y maestro. Durante la medicatura rural, 1970, alternaba la actividad médico asistencial en el Hospital Local de Remolino con la cátedra en el Colegio de Bachillerato, en las asignaturas de anatomía y biología.

Médico anestesiólogo y maestro. En el Hospital de Barranquilla, 1971 inauguré la carrera docente universitaria con estudiantes de la Universidad de Cartagena que hacían, en este centro asistencial, rotaciones de medicina interna, cirugía, ginecología y obstetricia. Colaboraba con los doctores Francisco Pérez Sánchez y José León Esmeral, profesores titulares, en la cátedra de anestesiología, en la práctica en quirófanos y en la parte teórica.

El Hospital General de Barranquilla, en 1974, se convierte en hospital base para los estudiantes de la Facultad de Medicina de la Universidad Libre y se suspende el convenio con la Universidad de Cartagena. En 1977 fui nombrado monitor ad honorem de la cátedra de anestesia en memorando que recibo del Dr. Luis Padilla Drago, secretario de la facultad de medicina de la Libre. Desde entonces hasta junio de 2018, más de 40 años, tuve la dicha de regentar la cátedra de anestesia en esta universidad. Más o menos el mismo tiempo, además, en las asignaturas de ética médica y bioética.

En las Facultades de Medicina de las Universidades Norte, San Martín y Simón Bolívar tuve ocasión de sustentar las cátedras de ética médica en el periodo 1986 – 2003 (17 años) en la primera. En la segunda, periodo 1997 – 2000 (4 años) y en la tercera de 2007 – 2011 en donde además dictaba Historia de la Medicina y Liderazgo médico. En esta última universidad ya venía colaborando desde el año 2000 en las especializaciones de Gerencia de salud, Auditoría Médica y Rehabilitación Cardiovascular (Facultad de Fisioterapia). En total 11 años.

Balance final. Balance final de mi periplo docente fue haber contribuido a la formación académica y humana de aproximadamente 20.000 profesionales de la salud que hoy sirven a la humanidad diseminados por todos los rincones del mundo. Con la íntima satisfacción de haber cumplido dignamente la tarea y el orgullo de hacer realidad mi vocación no solo médica sino del consagrado maestro que preparaba con rigor pedagógico y encendido entusiasmo académico cada conferencia que dictaba.

Mayor enseñanza que ha dejado el oficio de maestro es la de saber reconocerme alguien que nada sabe ante la inmensidad del conocimiento por aprender, inalcanzable para un simple mortal. He allí la razón de porqué el profesor, sincero consigo mismo, se distingue por la humildad, no alardea de nada.  Habla con la elocuencia de sus silencios, en especial, cuando tiene enfrente de si un charlatán sabelotodo que, en mala hora, no ha de faltar.

Si, maestro soy, he sido y seré hasta que la lucidez de mi mente permita comunicar la modesta sabiduría acumulada en tantos años consagrados al estudio, en la búsqueda asidua del conocimiento y de la verdad que hacen posible, por añadidura, mi callada vocación de escritor en que, gratamente, me solazo en estos días seniles, de gracia.

 Teomedicadas. Es un blog que honro en publicar desde 2017, medio de comunicación que me he ideado para no perder la costumbre de seguir iluminando a los que, magnánimos conmigo, siguen considerando su maestro. Alejado, ya, de los escenarios magníficos que prodigaron aulas y quirófanos esta tribuna virtual retroalimenta mi vocación por la docencia que no acaba.


Tomado de mi libro. “Del Arte de los Dioses. Memorias de un Anestesiólogo”. 2023.

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