“…déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio…”.
Poema 15. Pablo Neruda
A Y., compañera de viaje.
Nunca nos propusimos llegar a esta conclusión de la vida, fue quizás una meta hacia la que navegábamos a ciegas, sin pensarlo, con la inconsciente satisfacción de naufragar en este amor que sigue vivo entre los dos. Tantas palabras se cruzaron, sin agredirnos, sólo con la intención de dar apertura al otro en un deseo sincero y honesto, de ir más allá del abrazo, el beso y la caricia, de la urgencia de los cuerpos. Se desbordaron tanto tus palabras que provocaron las respuestas de las mías. De ahí en adelante, sin pensarlo ni planearlo las palabras se volvieron mesura, después silencio. Nos basta el silencio justo, el gesto preciso, las palabras en la memoria de cada uno en una sincronía de guiños, que aceptamos en esta estación de paso de la existencia: la compañía del silencio.
…
He bebido sus palabras, en ellas encontré la alegría, la risa, el dolor, el llanto. Sus palabras provocaron las mías y me encontraron también. Nos sabemos tan de memoria las palabras, que el silencio en que andamos no deja de sorprendernos cada día.
…
Aquella noche de diciembre en el parque Tayrona, observamos la noche pulcra e infinita, colmada de un cielo oscuro y parpadeantes estrellas cercanas. Tendidos en la playa, tomados de la mano, contemplamos ese fragmento maravilloso del universo dejando que nuestras miradas vagaran. Muy cerca la prudencia silenciosa de un mar en calma humedecía nuestros pies con agua y sal.
…
La palabra viene de adentro forjándose para expresar un pensamiento; deviene de un lenguaje interior elucubrado; desde ese supuesto silencio brotan las palabras, esa vida interior que muchos apreciamos y valoramos es lenguaje escondido muy dentro de sí. Ella desde su silencio ha aprendido a enriquecer su interioridad con lenguajes y pensamientos; desde muy dentro me interroga: ¿te sucede algo?, me lo pregunta porque me conoce de pies a cabeza, y no sólo mi cuerpo, también mi psicología de hombre. Veo su preocupación y mi vida interior entra a jugar conjeturas con las palabras, con el lenguaje que emerge en voz alta, expresando el pensamiento: “nada me pasa, no te preocupes”, es la respuesta. Tanto la pregunta como la respuesta brotan de la subjetividad, del aprendizaje de la contemplación, desde el silencio atento que se ha vuelto un hábito, donde a veces las palabras sobran. Sin dejar de ahogarnos por las palabras, el silencio en la cadencia de la conversación nos permite, por un breve lapso, una reflexión interior, íntima con el silencio.
…
Antes que llegara el silencio, la casa estuvo llena de risas y palabras. Los hijos con sus juegos, los desayunos rápidos, la escuela, el tiempo libre para la danza, la guitarra y el fútbol; también los regaños, los castigos, los acuerdos. Crecieron los hijos y los sonidos languidecieron hasta apagarse con el último adiós. Hoy vivimos con serenidad la ausencia y convivimos con el silencio de la casa, cuya alegría se extravió, a pesar que cerramos puertas y ventanas para que no se fuera. Una mirada de apoyo se cruza entre nosotros, sin palabras.
…
En la cama es donde mejor se expresa el silencio. En las noches las piernas se observan y se tocan, los muslos entretejen sus calores, el abrazo busca refugio que palpita y se vuelve solidario en la penumbra; su cabeza se acomoda en mi pecho, acogiéndola y abrigándola. Amanecemos juntos, juntitos. Es la expresión más ingenua del silencio donde los cuerpos han tenido la palabra, sin dejar de deliberar aún.
Crecieron los hijos y los sonidos languidecieron hasta apagarse con el último adiós. Hoy vivimos con serenidad la ausencia y convivimos con el silencio de la casa, cuya alegría se extravió, a pesar que cerramos puertas y ventanas para que no se fuera. Una mirada de apoyo se cruza entre nosotros, sin palabras.
…
Tomamos el té en el crepúsculo de la tarde. La costumbre es parte del silencio. Llegada la tarde, los cuerpos en un acuerdo tácito buscan la brisa del balcón. Antes nos encontramos en la cocina y a dúo preparamos la bebida. No hay palabras. Sólo un silencio evidente en el ritual vespertino, como en los deportes de equipos, cuyos jugadores se saben las jugadas de memoria, sin tanto blablá. Sentados en el balcón nos miramos, sonreímos, saboreamos, asentimos. El silencio habla por nosotros en un instante de felicidad, que es diferente cada día. El viento que viene de Bocas de Cenizas deja sentir sus voces a la caída de una tarde de enero. No interrumpe, solo escuchamos. Es una felicidad tan grande este silencio que no puede explicarse.
…
Hay días que no hablamos en casa. La experiencia del afuera invitando al consumo por el comercio en los centros comerciales nos golpea y atonta. Entonces la casa es el refugio, a la cual se le veda el ruido de la calle, y del mundo. Los televisores se apagan y los celulares también: huimos de las voces de la publicidad, de los videos – memes, de las llamadas desconocidas, de los intrusos call center. Nos saturamos tanto con las palabras fuera de la casa, que terminamos fascinados y amando el silencio en la intimidad del hogar. Aprovechamos la soledad de la casa para vivir a plenitud la interiorización, las meditaciones y divagaciones. Nada hay en contra de la palabra, pero en ocasiones la vida nos exige calma, momentos de deliberación, por eso es tanto mi admiración hacia el silencio ya que la palabra se constituye en su vacío. En este mundo que vivimos en la casa se hace caso omiso a las palabras, celebramos la quietud de estar callados sin dejar de pensar la realidad.
…
Hemos aprendido a tejer las conversaciones: silencio y palabras; pausa y habla. En ese intercambio se respira, respiramos. Los ritmos del intercambio, las voces que van y vienen sin atropellarse, dejándose escuchar, las miradas, los gestos, el fluir de significados durante los breves silencios de la pausa. Cuando su voz se debilita, la retomo con fuerza hasta agotarla en su voz recuperada.
…
Desde la palabra propiciamos el silencio en un ejercicio consensuado. No es el silencio impuesto, coercitivo, que inhibe y hace sufrir; tampoco me refiero a la violencia que cercena las palabras y las hace silencio. Es triste que se condene al otro al hábito del silencio sumido en el rencor, y se diga de él que “nunca dice nada”, aunque se sepa con recelo, que el que no dice nada siempre está diciendo demasiado. “No consiento que la mujer enseñe ni domine al hombre. Debe mantenerse en silencio” (Timoteo, 2, 11 – 13). Está obligatoriedad e imposición dificulta la expresión auténtica de sentimientos. Esta ausencia de comunicación es un riesgo, porque la mujer dejará sus inhibiciones, su discreción, liberándose, ejercitando una catarsis en la que el hombre no es bien recibido, es rechazado por lo que el mismo ha creado. Por eso el silencio tiene que ser acordado, ejercitando las palabras justas, los silencios precisos.
…
Jamás optamos por negarnos las palabras el uno al otro. Y si alguna vez hubo un vestigio de ello lo reconsideramos y la hostilidad no tuvo tiempo de establecerse, solo fue un instante. Momento breve que evitó desistir del otro y dejar que la imprudencia se impusiera con su silencio hostil y duro como una roca en perpetuo crecimiento. Desde esa vez nos vimos diferentes y nos acogimos sabiendo que la existencia de cada uno estaba ahí latiendo, creciendo, emergiendo. Volvimos entonces al silencio anhelado con las palabras precisas. Estuvimos de vuelta sin que se notará el cansancio de una derrota momentánea, pero muy entusiasmado.
…
Siempre me vio desde su silencio, silencio que experimentó el dolor y el desarraigo huyendo desterrada de una tierra que la vio nacer, que le experimentó los primeros pasos, que la sintió crecer, que años después sería sólo la añoranza de un país perdido. En silencio nació bajo la mirada incierta de una madre silenciosa, cuya maternidad crecía con la pasión de la irreverencia, de la rebeldía extraña que muchos le atribuían al considerarla, indisciplinada y mal educada, sólo porque su vida no estaba a disposición del yugo de los hombres. Su protesta hacia la vida fue fruto de su silencio, silencio que trasmitió a mi madre y heredé yo. Fueron tantos los silencios sometidos de mi madre que un día se liberó, nadie pudo acallarla entonces, ni mi padre, que era un hombre bueno, y que terminó vencido por su paciencia infinita, por sus silencios amorosos y abiertos, que habitaban en el brillo intenso de sus miradas, sin un atisbo de rencor. En esta continuidad de la vida amo el silencio y la soledad.
…
Al final de todos los días estamos juntos mientras cae la noche y compartimos el silencio, ese donde me acoges, donde tus palabras duermen su silencio y las mías se callan también. Exiliadas las palabras del sueño, dejamos entonces que el silencio hable por los dos.