Barranquillero reconocido y guapachoso de la barriada es socio inmancable del Club Bordillo. En la tienda del cachaco de la esquina allí tiene su sede; bajo la sombra refrescante de una Acacia, un almendro o un palo e’ mango. Nombre honorifico que reciben sus miembros, impuesto por el santandereano o el paisa, que casi siempre comanda el negocio, es el de “Vecino”.
Somos los socios del Club Bordillo vecinos sin distingos, desde el más humilde hasta el más encumbrado de los que allí, jacarandosos contertulios, se congregan. Socialmente fracasa quien quiera dárselas de encopetado, de “yo no fui” o de “Juan La V”, expresiones usadas por el vecindario para ridiculizarlos.
En el áspero bordillo del amplio sardinel que rodea el establecimiento aterrizan todos por igual sin ningún miramiento. Predomina por la gracia caribe la estirpe de los bacanes, es decir, de los “manes” que con una filosofía de vida sustentada en la sabrosura y “mamadera de gallo” rinden culto a la bacanería, manifestación sagrada del temple currambero, en que no hay tiempo para la tristeza y el desaliento. Impera por la gracia del Dios Momo el reino de la alegría durante las 52 semanas del año.
En ese ambiente desprevenido, locuaz, pachanguero, al aire libre, fuera de protocolos, se realizan las sesiones ordinarias y extraordinarias del mayor y mejor centro socio cultural que pueda tener la ciudad Puerta de Oro de Colombia.
Sesiones ordinarias: viernes, sábado, domingo y lunes de puente.
Extraordinarias en un día especial de la semana. Siempre habrá un motivo especial para celebrar.
Para los que residen en la cuadra la tienda es acogedora continuación de su casa, generosa despensa que procura lo indispensable para el diario vivir; sin tantos subterfugios financieros.
De cualquiera de estas informales reuniones, bajo el influjo embriagante de “frías que van y frías que vienen”, surge la iniciativa para organizar desde un campeonato de bola trapo, chequita o dominó hasta la comparsa, cumbiamba o grupo de letanías del próximo carnaval. La tertulia, modus operandi, de cada una de las sesiones agota el tema del día en medio de una cordialidad desprovista de afanes sectarios, mamar gallo es la consigna. “Cógela suave” es mandato por seguir.
Para los que residen en la cuadra la tienda es acogedora continuación de su casa, generosa despensa que procura lo indispensable para el diario vivir; sin tantos subterfugios financieros. Si no hay dinero disponible, ni tarjetas de crédito, el cartón envolvente de una cajetilla de cigarrillo o las páginas amarillas de un viejo cuaderno es el “vale” donde el paisano de la tienda va anotando la cuenta de las compras al “fíao” del amigo convecino. Su pago es convenido semanal, quincenal o mensualmente de acuerdo con las posibilidades del socio. Tendero que se respete, además, halaga a sus más asiduos cliente, en especial a los niños, con la gratificante “ñapa” de un confite o un guineo maduro.
Supermercados, Minimarket y Supertiendas no han podido, ni van a acabar, con la tradicional tienda del barrio porque es allí en donde sus moradores despliegan la necesaria solidaridad, cordial amistad y sana convivencia que acerca los unos a los otros como iguales. Alimenta y fomenta la diversa tradición cultural de la gente de la ciudad, heredada de los mayores, en los distintos sectores donde nacimos y vivimos.
Obvio, existen idiosincrasias comunes al espíritu barranquillero que muestran sutiles diferencias entre un sector y el otro. Diferente es el estilo vivencial de los residentes en al Barrio Abajo, Rebolo o San Felipe a los que habitan en Boston, las Delicias o el Prado. Y la tienda, como amplio espacio de concurrencia comunitaria intersectorial, es una escuela, entre muchas, donde surge el auténtico sentimiento colectivo del “ñero” en su Cosmovisión currambera. Identidad ciudadana que alcanza su máxima expresión en los cuatro días de carnaval cuando se vive el desorden más organizado del mundo, el que lo vive es quien lo goza y sabe lo que ese parrandón es medio de una lluvia de confetis y el infaltable polvo blanco de la Maizena.
Medidas policivas primero y luego el encierro provocado por la pandemia disiparon la vigencia del Club Bordillo que en suerte revive, en estos días, como placido sitio de encuentro de la barriada barranquillera.