Cerebro, emociones y afectividad neuronal

Emociones

La raíz de la palabra emoción es motere, proveniente del latín “mover”, que significa alejarse, según el prefijo “e”, lo que sugiere que en toda emoción hay implícita una tendencia a actuar.

Para comprender de una mejor manera el cerebro, los estímulos de las emociones y su rol en el aprendizaje y el comportamiento humano, es importante remitirnos, como referencia estructural y punto de partida, al excelente estudio del prestigioso neurólogo Antonio Damasio, con su obra El error de Descartes, publicado en 1994 en castellano.

Damasio es jefe del Departamento de Neurología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Iowa, Estados Unidos, y su obra detalla de manera accesible la acción del cerebro humano al trabajar la emoción y la razón. De enorme valor resultan también los estudios del investigador Joseph Le Doux, del Centro para la Neurociencia de la Universidad de Nueva York. Su hermoso libro, El cerebro emocional, publicado en 1999, aborda de una manera amena y atractiva los enigmas de la vida emocional y examina el tránsito de los pensamientos por las neuronas a través de la sinapsis.

Descartes, con toda su obra, pero especialmente con su Discurso del método, instaura en la vida, en el mundo y en el individuo el predominio de la mente y de la razón, lo que finalmente creó también el predominio de la ciencia y la tecnología y luego de la riqueza y el disfrute material, a expensas o al margen de los demás valores humanos que hacen legítima su dignidad y transcendencia.

Para Descartes, el yo es un pensamiento, una cosa que piensa, una sustancia pensante, que existe de tal manera que no necesita de otra para existir. El pensar no necesita el cuerpo para existir. Según esto, Descartes distingue en el hombre dos sustancias, es dualista: sustancia pensante (yo o alma) y sustancia extensa (cuerpo). Estas dos sustancias son independientes, aunque estén separadas, pues cada una puede existir sin la otra, hay un yo que las une: el único yo que piensa es el que sufre, el que habla, el que cree y el que muere. Pero su unidad es accidental, pues dada la independencia de las dos, no puede haber una unión sustancial, entre ellas, a la manera aristotélica (materia y forma, siendo una unión de corte platónico). Para resolver la unidad, Descartes habla de la “glándula pineal” que está en el cerebro y es la sede del alma.

Pero, pese a que Descartes establece su filosofía y, desde luego, considerando el sujeto como un ser incompleto y solo cabalgante en la razón, con desconocimiento de otros elementos del ser humano que constituyen la intersubjetividad, su razonamiento le hizo una mala jugada para lo que vendría después, porque fue precisamente esa primacía de la razón la que ha ocasionado, esquizoide amante, que ese sujeto, el sujeto humano, se olvidara de que más que la razón es también amor, emoción, afectos, cariño, ternura, sentimientos, pasión, sueños, anhelos, deseos, imaginación, creatividad, relaciones, comunidad, etc.

El ser humano se humanizó más por la sensibilidad que por la razón, nos humanizamos más por el trabajo, por el lenguaje, por la actividad y la comunicación, por la emoción. Desde hace siglos se ha querido establecer el éxito y la felicidad por las cosas que ha creado la razón, como son la ciencia y la técnica que han ido esclavizando al ser humano, se ha establecido el triunfo de la razón sin alma sensible.

Según Damasio, las estrategias racionales del ser humano, maduradas a lo largo de la evolución (y plasmadas en el individuo), no se habían desarrollado sin los mecanismos de regulación biológica, de las cuales, las emociones y los sentimientos son destacada expresión.

Descartes, con su noción dualista que separa el cerebro del cuerpo, cometió un grave error que hoy pagamos con creces en este mundo de la posmodernidad y que, en aras de un desarrollo artificial, ha generado un olvido de lo esencial del ser humano: su sensibilidad y toda su intersubjetividad, para entronizar una vida existista y una felicidad más light que auténtica, en la cual se “realizan” pocos.

Descartes buscaba un fundamento lógico para su filosofía y la afirmación es parecida a la de Agustín “Fallor ergo sum” (“Me engaño, luego soy”). Pero, algunas líneas más abajo, Descartes la aclara en forma inequívoca.

Los procesos cognitivos, como, por ejemplo, la atención, la concentración y la memoria, están dirigidos emocionalmente. Las emociones están constantemente regulando lo que experimentamos como realidad. Las emociones constituyen un proceso afectivo de moderada intensidad en su manifestación, aparecen de forma relativamente brusca, pudiendo organizar o desorganizar la actuación del ser humano. Se expresan también por un período breve, pero su carácter situacional es diferente al del afecto. Ejemplos de emociones son la alegría ante su éxito, la tristeza ante un fracaso, el disgusto ante situaciones adversas, etc.

Con relación a lo anterior, Maturana afirmó que “las distintas emociones tienen distintos efectos sobre la inteligencia; así, la envidia, la competencia, la ambición… reducen la inteligencia. Solo el amor amplía la inteligencia”. ¡Así es! Solo el amor engendra la maravilla, solo el amor convierte en milagro el barro, solo el amor puede transformar al mundo.

A continuación se detalla una familia de emociones:

  • Ira: furia, ultraje, resentimiento, cólera, exasperación, indignación, aflicción, acritud, animosidad, fastidio, irritabilidad, hostilidad y, tal vez en el extremo, violencia y odio patológicos.
  • Tristeza: congoja, pesar, melancolía, pesimismo, pena, autocompasión, soledad, abatimiento, desesperación y, en casos patológicos, depresión grave.
  • Temor: ansiedad, aprensión, nerviosismo, preocupación, consternación, inquietud, cautela, incertidumbre, pavor, miedo, terror y, en un nivel psicopatológico, fobia y pánico.
  • Placer: felicidad, alegría, alivio, contento, dicha, deleite, diversión, orgullo, placer sensual, estremecimiento, embeleso, gratificación, satisfacción, euforia, extravagancia, éxtasis y, en el extremo, manía.
  • Amor: aceptación, simpatía, confianza, amabilidad, afinidad, devoción, adoración, infatuación, ágape (amor espiritual).
  • Sorpresa: conmoción, asombro, desconcierto.
  • Vergüenza: culpabilidad, molestia, disgusto, remordimiento, humillación, arrepentimiento, mortificación, contrición.
  • Disgusto: desdén, desprecio, menosprecio, aborrecimiento, aversión, disgusto, repulsión.

Como se aprecia, las emociones son reacciones instantáneas muy intensas programadas filogenéticamente ante ciertos estímulos (son muy próximas a los reflejos innatos) casi siempre potencialmente peligrosos y que conducen al organismo a huir o a atacar. Las principales emociones son la ira, el miedo, la alegría, la tristeza y el placer. Todas las emociones se configuran básicamente en el sistema límbico del cerebro.

Aunque en las emociones encontramos señales de manifestaciones fisiológicas, estas últimas son menos notables que en los afectos y dan paso a una mayor riqueza y variedad en los movimientos expresivos (mímica y pantomima). Las emociones pueden surgir ante situaciones que ya ocurrieron u ocurren y se manifiesta también como anticipación a la situación. Por ejemplo, un ser humano puede tener una emoción de miedo al atravesar por una situación de peligrosidad para él; puede experimentar esa emoción incluso si ya pasó la situación peligrosa, tan solo al recordar a lo que se expuso; pero también puede tener la emoción de miedo ante la expectativa de tener que pasar por esa situación, ante la posibilidad del peligro.

Según De Zubiría, las emociones tienen cinco características: “1) respuestas conductuales estereotipadas, 2) no aprendidas, 3) intensas, 4) producidas frente a estímulos específicos y 5) con mínima resonancia temporal” (p. 65, t. 3).

Las emociones tienen carácter situacional, pero, a la vez, encontramos en ellas una cierta generalización. Las emociones son situacionales porque solo se producen en un determinado contexto, fuera de él no hay emoción.

Las emociones pueden organizar o desorganizar la actuación del ser humano y también pueden activarlo o inhibirlo. En esencia, todas las emociones son proyecciones para actuar, impulsos instantáneos para enfrentarse a los problemas de la vida que están instauradas en el cerebro humano.

Desde el año 1937, James Papez, un fisiólogo americano, describió las configuraciones neuronales donde se generan las emociones y las contrapone a las áreas y estructuras que orientan el pensamiento y la motricidad.

La configuración emocional, formada por estructuras cerebrales muy antiguas, situadas en el centro del cerebro, y que se conoce como el “circuito de Papez”, está integrada por el hipotálamo, el núcleo anterior del tálamo, la circunvolución del cíngulo, el hipocampo y sus conexiones. Este circuito de Papez es lo que en 1952 Paul MacLean denominó “sistema límbico”, el cual representa el 20 % del volumen del cerebro y se ocupa de las emociones, la regulación, la sexualidad y la producción de la mayoría de las sustancias químicas cerebrales. 

Por otro lado, los estudios de Joseph LeDoux le dieron muchísima importancia a la amígdala, que significa “almendra”. Este órgano es una pequeña estructura con forma de almendra que hay en el fondo de cada hemisferio cerebral y que juega un extraordinario papel en nuestra vida emocional y, en especial, en nuestros miedos, anhelos y sueños.

La parte central de la amígdala tiene unas conexiones gruesas con una región del cerebro llamada ínsula, un área más bien pequeña que está hacia la mitad del órgano. Este es un hallazgo importante. La ínsula, con la ayuda de su amiga la amígdala, ayuda a crear contextos subjetivos y emocionalmente relevantes para la información sensorial que percibimos a través de nuestros ojos, oídos, nariz, dedos. La ínsula recopila las percepciones de temperatura, tensión muscular, escozor, cosquilleo, tacto sensual, dolor, pH estomacal, tensión intestinal y hambre que llegan de todo del cuerpo. Y después le cuenta a la amígdala todo lo que encuentra.

En su libro El cerebro emocional, LeDoux puntualiza que somos seres emocionales y, por ello, considera las emociones como experiencias conscientes. Pero múltiples investigaciones sobre las emociones y su génesis neuronal evidencian que las experiencias emocionales conscientes son solo una parte ínfima de los mecanismos que las generan. Los neurocientíficos han descubierto que la ecología emocional en la que nace un bebé influye de manera profunda en el desarrollo de su sistema nervioso, dada la enorme sensibilidad del bebé al entorno en que se cría, y esta sensibilidad tiene unas fuertes raíces evolutivas.

Ante una amenaza, el cerebro segrega dos hormonas: adrenalina y cortisol, que forman parte de las moléculas denominadas glucocorticoides. Los bebés necesitan y buscan seguridad, establecer lazos afectivos y sentir emociones positivas. Si no lo logra, entonces sufren un daño emocional que puede durar toda su vida. Un golpe físico puede perdurar un tiempo, pero un golpe emocional puede dejar marcada a una persona para siempre.

Maturana afirmó que “las distintas emociones tienen distintos efectos sobre la inteligencia; así, la envidia, la competencia, la ambición… reducen la inteligencia. Solo el amor amplía la inteligencia”. ¡Así es! Solo el amor engendra la maravilla, solo el amor convierte en milagro el barro, solo el amor puede transformar al mundo.

Los seres humanos no somos racionales, somos emocionales. Todas las decisiones que tomamos en nuestra vida tienen un sustrato emocional. En cada una de las acciones que desplegamos en nuestra cotidianidad, subyace alguna emoción. No hay acción sin emoción. Somos una configuración compleja de afectos, emociones y sentimientos. Nuestra conducta depende del pensamiento, de la configuración cognitiva, pero esta depende de los sentimientos y emociones. Si queremos saber cómo actuará una persona en un momento determinado, solo tenemos que develar lo que está sintiendo. Dime lo que tienes en tu corazón y te diré lo que tienes en tu mente, dime lo que estás pensando y te diré lo que eres capaz de hacer y decir.

Somos una configuración de emociones positivas y emociones negativas, procesadas por una estructura en nuestro cerebro llamada amígdala, ubicada en el sistema límbico, regulador de los afectos, emociones y sentimientos. Toda esta información emocional entra por el tallo cerebral hacia el tálamo y es enviada a la amígdala, que decide si es algo placentero o no. Esta información no llega a la corteza, ya que la amígdala no la deja pasar. Esto significa que el cerebro primero siente y luego piensa. No pensamos primero para luego actuar. Sentimos primero para luego pensar.

Las emociones dominan las configuraciones racionales del cerebro, por esta razón es tan importante el estudio y caracterización de la inteligencia emocional.

Las emociones tienen un impacto muy grande en la vida en general y en el aprendizaje de manera muy particular.

El cerebro recuerda con más facilidad las informaciones asociadas con emociones positivas. Cuando la información se basa en emociones negativas, el cerebro se paraliza. Es por esto que, cuando alguien está preocupado por algo, no entiende lo que se le dice, ya que un estímulo emocional negativo puede bloquear el aprendizaje totalmente. En cambio, cuando una persona está alegre, contenta, feliz, está en mejores condiciones de aprender.

En el ser humano, las emociones caracterizan la subjetividad de reacciones instintivas relacionadas con necesidades biológicas fundamentales, como la supervivencia. La motivación no se relaciona solamente con necesidades biológicas fundamentales, sino que también estimula comportamientos más complejos, como el acto de pensar o la toma de decisiones. De ahí que las emociones positivas ayudan a la motivación mientras que las emociones negativas obstaculizan el aprendizaje. Las emociones positivas influyen en el desarrollo cognitivo, potenciando la autoestima, ya que la persona aprende a no asociar un resultado negativo al fracaso o a las emociones negativas.

Los estados de estrés o miedo afectan el aprendizaje. Un moderado nivel de estrés o temor es positivo para mantener el estado de alerta y de atención, pero el miedo excesivo afecta el aprendizaje. La atención es la base del conocimiento y de la acción, ya que permite orientarse y concentrarse mentalmente en una determinada tarea e inhibir otras tareas que desvían la atención. En este proceso interviene la amígdala, el hipocampo y el lóbulo frontal, que garantizan un estado de alerta para que el cerebro esté en condiciones óptimas de procesar la información. Sin embargo, si el estrés es incontrolable, podría ser funesto para el proceso de aprendizaje, ya que se segrega cortisol, una sustancia química que produce efectos negativos en la memoria y en los procesos de pensamiento.

El sistema límbico (emoción) y el hipocampo (memoria) inciden en los procesos de la atención. El sistema límbico y el hipocampo contribuyen a la configuración de la memoria y el recuerdo, porque favorecen la efectividad de los estímulos e integran las diferentes señales multimodales. Una persona con estrés sin control o alteraciones emocionales tiene muchas dificultades para mantener la atención y concentrarse. El ambiente también es muy importante para activar la atención. Un escenario psicológico positivo se convierte en un espacio estimulante para el aprendizaje y para establecer relaciones asertivas, afectivas, empáticas y temperamentalmente sanas y estables con los demás.

Emociones y sentimientos

Las emociones están muy relacionadas con los sentimientos, ya que estos, como configuraciones afectivas, ocurren como resultado del surgimiento de un nuevo tipo de generalización que transforma a las emociones en sentimientos.

Maturana afirma que toda acción depende de una emoción. Si queremos conocer cómo va a actuar una persona en un momento determinado, debemos identificar las emociones en las que fluye, por cuanto las emociones determinan las acciones e incluso influyen en la configuración cognitiva del ser humano. Por ejemplo, los efectos de las emociones sobre la inteligencia humana varían. De esta manera, la inteligencia puede reducirse debido a la ambición, la competencia y la envidia; en cambio, el amor puede expandir la inteligencia humana. ¡Así es!, como afirma el poeta y cantautor cubano Silvio Rodríguez en una de sus hermosas canciones: “Solo el amor convierte en milagro el barro, solo el amor engendra la maravilla. Solo el amor puede transformar al mundo”.

Cuando alguna persona tiene vergüenza, enojo, pena, miedo o cualquier otra emoción y nosotros la observamos, lo que decimos es que tiene determinada conducta particular para cada emoción. De esta manera, si vemos que alguien tiene ira en determinada situación, podemos afirmar que esa persona va a actuar de determinada manera. De ahí que sea necesario para el educador conocer y ser capaz de identificar las distintas emociones que pueden observar en los seres humanos, para intentar reorientarlas y direccionarlas de manera adecuada.

¿Qué significa direccionar las emociones? 

  • Identificar nuestras emociones.
  • Evaluar, regular y proyectar nuestras emociones.
  • Reconocer las emociones de los demás.
  • Reorientar las emociones de los demás.

Para cada operación o acción de las biopraxis humanas, podemos identificar una clase específica de emoción, la cual, según Maturana, configura los espacios relacionales en que las conductas tienen lugar.

Las conductas relacionales humanas están determinadas a cada momento por las emociones. El ser humano no puede vivir sin emociones por cuanto estas constituyen la configuración dinámica en la operacionalidad de la vida.

En tales distinciones, un observador hace una abstracción de la clase de conductas relacionales que una persona exhibe y denota esta conducta con un nombre específico como un modo particular de relacionarse, sin referirse a ninguna conducta en especial.

Maturana hace además hincapié en la autoestima y en el mundo emocional de los niños, de tal manera que la educación debe servir para llevar al niño a un saber que tenga que ver con él mismo, con sí mismo, con sus emociones, con su medio, de tal manera que pueda reflexionar sobre todo ello (volver hacia sí mismo) y orientar sus actitudes de forma positiva hacia el otro y hacia el mundo, para mejorarlo. De lo que se trata entonces es de aceptar nuestros errores y considerarlos oportunidades de cambio, por cuanto la función formativa de la educación es reforzar la identidad del niño para que sus errores no la nieguen.

No debemos castigar a nuestros niños en función de lo que no saben, ya que lo que debe hacerse es valorizar su saber; hay que guiar a los niños hacia un aprendizaje procedimental que esté relacionado con sus biopraxis cotidianas y no hacia un saber que no tiene nada que ver con el mundo. Debemos valorar lo que el niño es, lo que sabe hacer y no señalar solamente lo que no sabe o sus errores. De esta manera, los seres humanos vivimos diversas emociones muy diferentes a las emociones que viven otros seres que no viven en el lenguaje. Pero fuera de nuestras biopraxis lingüísticas, los seres humanos vivimos un emocionar similar al de otros seres vivos no humanos, en la medida en que participemos del mismo tipo de relaciones. La emoción define la acción y por ello Maturana dice que, si uno quiere saber cómo va a actuar una persona, debe mirar la emoción y viceversa; si uno quiere saber la emoción en la que fluye un ser humano, debe mirar la acción.

La emoción, como fenómeno biológico, pertenece a la relación y es un modo de fluir en las biopraxis humanas, no es causada por lo orgánico, aunque, por supuesto, lo involucra. Lo que sucede es que lo orgánico configura la dinámica corporal desde la que se genera la dinámica relacional en la que identificamos las emociones como dominios de acciones y operaciones. Además, los cambios orgánicos dan origen a cambios en el fluir relacional del ser humano, que se manifiestan como transformaciones en nuestro emocionar. Por otro lado, como la dinámica orgánica cambia según las contingencias de las interacciones del sujeto, esta fluye articulada por lo que sucede en las interacciones de este. La transformación somática no causa lo relacional, ni lo relacional causa el cambio fisiológico. Se trata de fenómenos y procesos que no se intersectan, pero que sí se influyen de manera mutua en una dinámica de generación recíproca a través de las transformaciones configuracionales que el ser humano y el entorno se perturban mutuamente en sus interacciones recurrentes en las biopraxis humanas.

Maturana aclara que, al hablar de las emociones como estados funcionales orgánicos, incluyen en el concepto de emoción a los estados de ánimo, que corrientemente se incluyen en la configuración afectiva. La configuración emocional configura un fluir de una emoción a otra en el fluir de las biopraxis humanas. En el emocionar, la dinámica relacional del ser humano cambia al cambiar la configuración de su dinámica configuracional interna y este cambio cambia el ámbito de sus acciones posibles. Pero el fluir del emocionar en cada sujeto no es cualquiera, es uno que surge de las coherencias de sus biopraxis y las coherencias de las biopraxis de un sujeto no son cualesquiera, sino aquellas propias de su relación en el entorno. De modo que cada ser humano manifiesta distintas emociones particulares según la historia particular de sus biopraxis.

“¿Puedo cambiar entonces mi emoción?”, le preguntaron a Maturana en una conferencia. Y Maturana contestó que sí, que si en el diálogo entre seres humanos hay una discusión negativa y crítica destructiva o agresión, y de momento tú decides no continuar en esa dinámica relacional nociva, comienzas a tratar diferente a esa persona y, en ese sentido, has cambiado de emoción.

Las emociones son lo que nos guía, son nuestra brújula, el hilo conductor de nuestras biopraxis. Incluso, las emociones determinan el éxito o fracaso de una actividad; no es lo racional lo que determina el éxito, sino lo emocional, que está en la base de la solución de cualquier conflicto.

Maturana y Bloch emprenden un camino tortuoso hacia la búsqueda de las seis emociones básicas. Boch le propone a Maturana que bailen con las emociones que ella llama básicas, con las cuales ha estado trabajando hace tiempo. Son seis, para ella, y no más:

  • La alegría (risa)
  • La tristeza (pena, llanto)
  • El enojo (ira, rabia, agresión)
  • El miedo (angustia, terror)
  • Y las dos formas básicas de amor: el amor erótico y el amor ternura.

Por otro lado, Maturana aporta una tipología de emociones, a partir de la descripción de las conductas relacionales que implican como modos de relacionar. Esta tipología incluye al amor, la agresión y la indiferencia.

Las emociones están muy relacionadas con los sentimientos, ya que estos, como configuraciones afectivas, ocurren como resultado del surgimiento de un nuevo tipo de generalización que transforma a las emociones en sentimientos.

Este es el momento de hablar de la dinámica de transformaciones configuracionales involucradas en lo que el observador identifica como las emociones a diferencia de los sentimientos.

Para tener sentimientos, hay que vivir en el lenguaje, por eso solo los seres humanos tenemos sentimientos.

Con respecto a la expresión de las emociones, Maturana piensa que las emociones no se enuncian, se vivencian. El observador que hace una apreciación del emocionar del otro percibe que la conducta del otro revela su emocionar. Lo que se expresa es el sentir o sentimiento, en circunstancias de que el sentimiento es una apreciación que uno hace sobre cómo está uno o el otro en su emocionar, en la que, podría decirse, uno se toca a sí mismo o al otro descubriendo el emocionar en que se encuentra. Lo que pasa es que, al hacer uno una apreciación sobre el emocionar del otro, uno frecuentemente opina sobre el sentir de este y habla en términos de esta opinión diciendo que el otro expresa su emoción.

Maturana coincide con otros autores en que el sentimiento no es la emoción. Nosotros, los humanos, al vivir en el lenguaje, aprendemos a distinguir sentimientos en la convivencia, en las coordinaciones conductuales que traen a la mano la propia corporalidad y la corporalidad del otro en el emocionar.

La distinción entre emoción y sentimiento es fundamental porque la existencia de emociones no requiere del lenguaje y es propia de todos los seres vivos, en cambio los sentimientos sí requieren del lenguaje porque surgen en la reflexión con que se mira cómo está en el emocionar, y la reflexión es posible solo en el existir del lenguaje.

Según Maturana, en nuestra cultura hablamos de expresar emociones porque nos aproblemamos con nuestro emocionar, y en vez de encontrarnos con el otro en el fluir normal de un coemocionar, hablamos de lo que nos pasa en términos de sentimientos. Cuando hacemos esto último, no nos encontramos con el otro, sino con nuestra descripción de lo que suponemos que él o ella sienten, o de lo que nosotros sentimos.

Un ser humano vive sus emociones en los ámbitos relacionales humanos que le toca vivir. Las emociones no se expresan, se viven. En fin, las emociones son acciones conductuales relacionales y los sentimientos configuran la apreciación reflexiva sobre cómo se está en el emocionar. Las emociones no requieren de lenguaje, los sentimientos sí. Las emociones fluyen en el accionar de las biopraxis humanas y los sentimientos surgen cuando un observador que vive en el lenguaje los nombra y distingue al observar la conducta de otro ser humano o su propia conducta.

Frecuentemente, les exigimos a nuestros hijos que deben controlar sus emociones, con lo cual las negamos, rechazamos y les quitamos su verdadero valor, por cuanto las emociones no se pueden controlar, ya que son el fundamento de las biopraxis humanas. Pero sí podemos observarlas, identificarlas, analizarlas, y al hacerlo, podemos redireccionarlas, reorientarlas y crear condiciones para modificarlas y así cambiar de acción, lo cual nos permite recuperar la libertad de reflexionar y actuar de manera responsable mediante un pensamiento configuracional que posibilita salirnos del apego que niega el carácter emocional de nuestras decisiones que, aparentemente, son racionales.


Una primacía del sujeto sobre el objeto y de la conciencia sobre el ser.

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